jueves, 11 de junio de 2015

EL ESTUDIO TEOLÓGICO SOBRE LA VIRGEN MARÍA


En la doctrina de la Iglesia católica -en su teología, en su culto y en la vida de los fieles, la Virgen María ocupa un lugar excepcional: Ella es la mujer asociada íntimamente al Verbo encarnado; es la Madre de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, Redentor y Salvador del género humano.

En la doctrina de la Iglesia católica -en su teología, en su culto y en la vida de los fieles-, la Virgen María ocupa un lugar excepcional: Ella es la mujer asociada íntimamente al Verbo encarnado; es la Madre de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, Redentor y Salvador del género humano. Es también la Madre espiritual de los hombres y miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia, quien la venera como Madre amantísima con afecto de piedad filial (cfr. Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n.53).

LA RAZÓN DE SER DEL ESTUDIO TEOLÓGICO SOBRE MARÍA

La justificación de un estudio teológico sobre María, no obstante lo dicho en el párrafo anterior, no es tan obvia como parece a primera vista si consideramos que Ella es una criatura humana -aunque privilegiada-, descendiente de Adán. Hay, evidentemente, razones que lo justifican plenamente, pero éstas hay que dilucidarlas a la luz de la ciencia teológica.

LA CIENCIA TEOLÓGICA

Teología significa, etimológicamente, tratado o estudio acerca de Dios. Pero, ¿qué es Teología como ciencia? Es necesario, pues, adentrarnos un poco en el ser mismo de la Teología.

a) Cuando el creyente no se conforma con el simple entendimiento y la sencilla aceptación de las verdades que conoce por la Revelación, sino que desea comprenderlas con mayor profundidad y conocerlas relaciones reciprocas de las verdades sobrenaturales y, de éstas, con las verdades naturales, es entonces cuando nace la Teología.

Por lo tanto, Teología es el estudio científico de la Revelación divina a la luz de la fe. En otras palabras, Teología es la ciencia que trata de Dios y su obra de salvación, y tiene como principios las verdades de la Revelación divina.

El término Teología se comienza a emplear con Clemente de Alejandría y Eusebio de Cesarea; posteriormente, Anselmo de Canterbury lo utiliza diciendo que la Teología es “la fe que busca entender” o con expresión sinónima “la inteligencia de la fe”. Tomás de Aquino, a partir del concepto aristotélico de ciencia, define la Teología como “ciencia de la fe”. El Concilio Vaticano II enseña que se trata de un conocimiento, cada vez mayor, de los tesoros insondables de la Palabra de Dios sobre sí mismo y su mensaje de salvación (cfr. Const. dogm. Dei Verbum, nn. 5-6).

b) El quehacer de la Teología tiene como objeto la profundización en el mensaje de la Palabra de Dios a los hombres. Ahora bien, cuando Dios revela, el hombre lo escucha mediante la Fe y, por ella, se entrega entera y libremente a Él: ofreciendo el homenaje pleno de su entendimiento y voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela movido por su gracia (cfr. Conc. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, n.5).

LA TEOLOGÍA Y LA VIRGEN MARÍA

Si la Teología trata de Dios y su mensaje de salvación, ¿por qué se ocupa de María? Para responder adecuadamente es útil descartar primero algunas respuestas insuficientes:

a) No basta decir, simplemente, que la Teología se ocupa de María porque de Ella habla la Sagrada Escritura.

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se habla de muchos personajes: Abraham, Moisés, el rey David, San Pedro y San Pablo, etc. y, sin embargo, sólo de Cristo hay una Cristología por la sencilla razón de ser verdadero Dios y verdadero Hombre: sólo Él constituye el centro del estudio teológico. La razón antes mencionada sobre María, sólo justificaría una biografía de Ella o, en su caso, de Abraham, o de San Pedro, etc., pero no una Teología sobre ellos.

b) Tampoco justificaría un estudio teológico sobre María la consideración de los “privilegios personales” que Ella ha recibido, si los consideramos sólo desde el punto de vista de ,”dones personales”, que son importantísimos para Ella, pero lo serían menos para nosotros. Esa razón -los privilegios- a lo más serviría para hacer una maravillosa hagiografía (es decir, el estudio descriptivo de la vida de los santos, por las gracias recibidas de Dios y su correspondencia a ellos), pero no unaTeología mariana.

¿CUÁL ES, ENTONCES, LA RAZÓN VÁLIDA PARA QUE LA TEOLOGÍA SE OCUPE DE MARÍA?

La razón válida proviene de la siguiente consideración. Si la Teología, como hemos dicho, se ocupa de Dios y su obra de salvación, María entra de lleno en la Teología, consecuentemente, como objeto de ella -no podría ser de otra manera- en cuanto que tuvo un papel positivo en la obra de la salvación; y, éste, por voluntad expresa y positiva de Dios.

En otras palabras: el fundamento teológico del estudio sobre María radica en su divina maternidad y, de ella, en la asociación íntima y activa que tuvo en la realización de los planes divinos, por medio de su único Hijo, en orden a la salvación de los hombres.

Con razón los santos Padres estimaron que María no fue un simple instrumento pasivo, sino que cooperó de manera activa a la salvación humana por medio de su fe y libre obediencia.

En resumen, la razón última de una teología sobre María radica en el modo como quiso Dios que se llevara a cabo la Redención. Ella estuvo asociada a su Hijo, el Redentor, de tal manera que juntamente con El quebrantó la cabeza a la serpiente infernal, obteniendo así un señalado triunfo.

La respuesta de María al ángel: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1,38), nos da la clave para poder constatar que María está en el corazón mismo del misterio de Cristo y su Obra; y, sobre todo, no porque Ella se haya colocado ahí usurpando ese sitio, sino puesta por Dios mismo. De ahí las palabras suyas “según tu palabra”, que son la respuesta a los planes de Dios. Dios quiere contar con Ella, precisamente, como Madre de su Hijo, el Redentor, y que Ella misma sea Corredentora. Así lo anunció a nuestros primeros Padres -Adán y Eva- (cfr. Gén 3 15) lue o a los Profetas (cfr. Is. 7,14).

Al aceptar María su divina maternidad y formarse jesús en su seno, no sólo se está formando el Jesús hecho hombre, Jesús histórico que vivió en Palestina hace dos mil años, sino también la cabeza de un gran Cuerpo místico; ha comenzado a constituirse un gran organismo que es el “Cristo místico” que será la Iglesia. María, por tanto, interviene de modo activo en la obra de la redención y, por ello, es pieza clave de la historia de la salvación (cfr. Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, nn.60- 62).

Si bien, antes se dijo que no era suficiente que la Sagrada Escritura hablara de María y tampoco bastaba la consideración de sus “privilegios personales” para justificar un estudio teológico sobre Ella, ahora, una vez asegurado su papel activo en la obra de la Redención, Ella es objeto de la Teología porque así lo enseña la Revelación -como atestiguan las fuentes- ocupando el lugar que le corresponde y teniendo como centro a Cristo, Mediador y Redentor.

EL PROTESTANTISMO Y LA MARIOLOGÍA

Por su misión activa y singular en la obra de la Redención, la Virgen María tiene un lugar propio en los tratados de la Teología y, por lo mismo, se justifica el culto y la devoción que la Iglesia le profesa.

La misión privilegiada de María toca uno de los nervios más sensibles del protesta ntisni o y afecta en el centro de sus doctrinas. En efecto, ellos sostienen que sólo Cristo es el único Mediador y el único Redentor -excluyendo de raíz cualquier otro tipo de mediación-; además de negar la libertad del hombre para cooperar positivamente con Dios, de ahí que digan que el hombre se salva por la sóla “fe fiducial” en Jesucristo,- y no admiten el papel que libre y activamente desempeñó María en la obra de su Hijo y, en consecuencia, tampoco admiten la validez de un culto y devoción a Ella. Es aquí donde surgen las principales dificultades teológicas entre protestantes y católicos.

Al decir protestantismo -término genérico que se aplica a las diversas sectas- nos referimos a los protestantes que provienen de Lutero, Zwinglio y Calvino.

Martín Lutero fue un hombre que vivió atormentado por la angustia de su propia salvación. Ese temor le condujo al pesimismo y al error de afirmar que, por el pecado original, el hombre quedó corrompido en su naturaleza y libertad e incapaz de poder merecer para la vida eterna por las buenas obras que pudiera realizar. Por tanto, al ser radicalmente pecador, sólo puede confiar en que Dios “no le impute” -no le tome en cuenta, mire con disimulo- sus pecados y, permaneciendo pecador, pueda salvarse.

Las dificultades de la doctrina protestante respecto a la Teología católica consisten en el rechazo de la enseñanza sobre la justificación cristiana y la corredención mariana.

La Iglesia entiende como justificación “el traslado del estado en el que el hombre nació como hijo del primer Adán, al estado de gracia y de adopción entre los hijos de Dios por medio del segundo Adán, Jesucristo, Salvador nuestro” (Conc. de Trento, DZ. 796). Lo anterior supone dos aspectos simultáneos, por el primero se consigue la verdadera remisión de los pecados, por el segundo, la renovación y santificación del hombre interior, por obra de la gracia de Dios (cfr. DZ. 799).

Para Lutero, en cambio, la justificación consiste en el simple encubrimiento de los pecados, fruto de la misericordia divina, pero no en la remisión de los mismos ni en la infusión de la gracia.

Por otra parte, admitir que algo creado o alguna persona humana pudiera tener un influjo positivo en la obra de la Redención, como es el caso de la Virgen María -según el protestantismo— destruye la exclusividad del único Mediador y Redentor que es Jesucristo. En otras palabras, la existencia misma de la Mariología tiene como fundamento un motivo que el protestantismo jamás podrá aceptar sin negarse a sí mismo.

El Concilio Vaticano II y el magisterio de Juan Pablo II nos presentan a María como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, maternalmente presente y activa en toda la vida y apostolado de la Iglesia: como insustituible componente, por la providencial voluntad del Padre, que nos ha dado por medio de María al Salvador y Fundador de la Iglesia; indisolublemente asociada al Hijo en toda la historia de la salvación (cfr. Const. dogm. Lumen gentium, cap. VIII y Enc. Redemptoris Mater).

Juan Gustavo Ruiz Ruiz

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