Desde luego, la fe es un don de Dios…, que Él se lo dona a todo aquel que
se lo pide. Pero si no se le pide nadie puede adquirirlo correctamente, salvo
que Dios disponga otra cosa. La fe es primariamente la virtud en el hombre que
Dios más desea que poseamos, aunque su valor intrínseco sea menor al de la
virtud de la fe, porque la fe en el hombre es la antesala, del salón donde se
encuentra el amor que es la virtud más esencial de todas, porque no olvidemos
que Dios, la esencia de Dios es el amor. Dios es amor y solo amor, como
reiteradamente, nos escribe el discípulo amado: “16 Nosotros hemos conocido el amor que
Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y el que permanece en el
amor permanece en Dios, y Dios permanecen él”. (1Jn 4,16).
Es muy duro y difícil creer sin ver, máxime
cuando lo que se nos pide que creamos, limita nuestros deseos de placer
material. Es fácil aceptar que Buenos Aires está en América, aunque nunca
hayamos estado allí, porque esta creencia no nos obliga ni condiciona nuestra
vida. Nuestra razón inicialmente y sin ninguna meditación o elaboración, nos
dice que no creamos en los que no vemos, que solo existe lo que vemos.
Pero si profundizamos y elaboramos nuestros
juicios, sacamos conclusiones y estas nos aseguran que además del mundo
material que vemos y palpamos, existe un mundo invisible y espiritual, que no
vemos pero si palpamos su existencia, desde el momento en que estamos emitiendo
juicios, pensamientos, razones e ideas, que indudablemente no pertenecen al
mundo material, pero que si existen, desde el momento en que nosotros mismos
somos sus creadores y no podemos negar su existencia.
Y si también resulta que existe un mundo
invisible y espiritual, es porque también además de cuerpo tenemos alma, y si
resulta que también además de alma, tenemos impulsos y raciocinios que nos
inquietan con preguntas transcendentes, es porque hay agua, y si hay agua, hay
una Fuente que crea y rige esa agua y que a su vez nos creó y nos rige a
nosotros. Esa Fuente se llama Dios.
Pero si no pasamos por la antesala de la fe, nunca alcanzaremos el salón
del amor, porque es imposible amar lo que uno piensa que no existe. Por otro
lado nadie puede dar el primer paso de solicitar la fe si al mismo tiempo no da
el paso de amar a Dios, porque las tres virtudes teologales, nacen crecen y
decrecen, lo mismo que puede desaparecer, siempre al unísono.
Nuestro
Catecismo en su parágrafo 166, nos dice que: “La fe es un acto personal: la respuesta libre del
hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado.
Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a
sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la
fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos
impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la
gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de
los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros”.
El primer paso para llegar a tener fe, incluso antes de tenerla es el
buscarla. Nadie adquiere nada si previamente no lo busca y antes de empezar a
buscar, tiene que nacer en el alma humana, el deseo de buscar lo que se desea.
Dios al crear el alma humana pone en ella unas improntas de carácter
fundamental, que le ayudarán al hombre a encontrar las respuestas a una serie
de preguntas que el hombre se hace acera de el mismo y de otras cuestiones. Son
preguntas transcendentes, aquellas preguntas que constantemente y a lo largo de
la historia de la humanidad, el hombre se ha venido haciendo, buscando siempre
una respuesta totalmente concluyente que jamás la ha encontrado ni la
encontrará, si es que solo se apoya en el orden material humano para buscar la
respuesta, y no en su Creador, precisamente fúe el crador del orden material al
que pertenece nuestro cuerpo no nuestra alma.
El 6 de agosto de 1993, Juan Pablo II publica la encíclica “Veritatis
splendor” y en ella hace alusión a las preguntas transcendentes que
acucian al hombre al decir que: “Por otra parte, son elementos de los cuales
depende la “… respuesta a los enigmas recónditos de la
condición humana que, hoy como ayer, conmueven íntimamente los corazones: ¿Qué
es el hombre?, ¿cuál es el sentido y el fin de nuestra vida?, ¿qué es el bien y
qué el pecado?, ¿cuál es el origen y el fin del dolor?, ¿cuál es el camino para
conseguir la verdadera felicidad?, ¿qué es la muerte, el juicio y la
retribución después de la muerte?, ¿cuál es, finalmente, ese misterio último e
inefable que abarca nuestra existencia, del que procedemos y hacia el que nos
dirigimos?”.
La impronta fundamental que Dios puso en nuestras almas, es la referida
a nuestra búsqueda de Él. Una vez que el hombre movido por la impronta divina
se pone en marcha para buscar a su Creador, el demonio tratará de llevarlo por
caminos equivocados, pues su afán naturalmente está, en que el hombre nunca
encuentre a Dios. Ha habido épocas desgraciadas de nuestra historia humana en
las que el ateísmo en su forma pura y dura, ha estado muy floreciente, aún hoy
en día no ha desaparecido, porque se ha revestido de otras formas más
elaboradas como es por ejemplo el agnosticismo, cuya fórmula
básica de pensamiento viene a ser así: No tengo suficientes pruebas ni de que
existe Dios, ni de que no existe. Por lo tanto no puedo declararme ni creyente,
ni ateo”. Ahora
lo que el demonio ha puesto de moda, es la táctica de negarse a sí mismo su
existencia, lo cual le da unas mayores capacidades de actuación.
El valor de la fe del
creyente, sea esta grande o pequeña, radica siempre en que todo aquel que
adquiere la posición de ser creyente, automáticamente está manifestando su amor
Dios. Los ángeles nunca han necesitado tener fe, pues ellos al poder contemplar
en Rostro de Dios desde su creación, fuese esta individual o de conjunto, cosa
esta que ignoramos, es por ello, por lo que, contemplan admirados la fe de los
hombres, los que la tengan se sobreentiende naturalmente. Ellos saben muy bien
como estima Dios y ama al hombre de fe. Fue más de una vez la que a su paso por
esta tierra, exclamó admirado ante una demostración de la fe humana. Y más de
una fe nos aconsejó el aumento de nuestra fe: “En verdad os
digo que, si tuviereis fe y no dudareis, no solo haréis lo que la higuera, sino
que si dijereis a ese monte: “Quítate y échate en el mar”, se haría, y todo
cuanto con fe pidiereis en la oración lo recibiríais”. (Mt 21,21-22). “Le dijo Jesús: ¡Si puedes! Todo es posible al que
cree. 24 Al instante gritando, dijo el padre del niño: ¡Creo! Ayuda a mi
incredulidad”. (Mc 9,14 24). “29 Jesús le dijo: Porque me has visto has creído;
dichosos los que sin ver creyeron”. (Jn
20, 29). “¿Cómo
es que nosotros no hemos podido arrojarle? 20* Díjoles: Por vuestra poca fe;
porque en verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais
a ese monte: Vete de aquí allá, y se iría, y nada os sería imposible”. (Mt 17, 19-20). “31 Al instante Jesús le tendió la mano, le
agarro, diciéndole: Hombre de poca fe, ¿porque has dudado?”. (Mt 14, 31). "5 Dijeron los apóstoles al Señor; Auméntanos la fe.
6 El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a
este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar”, y os habría obedecido”. (Lc 17, 5-6). “6 Dijo, pues, el Señor: Oíd lo que dice el juez injusto;
7 y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y
noche, y les hace esperar? 8 Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando
el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?”. (Lc 18, 13-14). “39 El, habiéndose despertado, increpó al
viento y dijo al mar: ¡Calla, enmudece! El viento se calmó y sobrevino una gran
bonanza. 40 Y les dijo: ¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe? 41
Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: Pues ¿quién es éste
que hasta el viento y el mar le obedecen?”.
(Mc 4,39-41).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo