jueves, 30 de abril de 2015

LA FE Y SU VALOR


Desde luego, la fe es un don de Dios…, que Él se lo dona a todo aquel que se lo pide. Pero si no se le pide nadie puede adquirirlo correctamente, salvo que Dios disponga otra cosa. La fe es primariamente la virtud en el hombre que Dios más desea que poseamos, aunque su valor intrínseco sea menor al de la virtud de la fe, porque la fe en el hombre es la antesala, del salón donde se encuentra el amor que es la virtud más esencial de todas, porque no olvidemos que Dios, la esencia de Dios es el amor. Dios es amor y solo amor, como reiteradamente, nos escribe el discípulo amado: “16 Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanecen él”. (1Jn 4,16).

Es muy duro y difícil creer sin ver, máxime cuando lo que se nos pide que creamos, limita nuestros deseos de placer material. Es fácil aceptar que Buenos Aires está en América, aunque nunca hayamos estado allí, porque esta creencia no nos obliga ni condiciona nuestra vida. Nuestra razón inicialmente y sin ninguna meditación o elaboración, nos dice que no creamos en los que no vemos, que solo existe lo que vemos.

Pero si profundizamos y elaboramos nuestros juicios, sacamos conclusiones y estas nos aseguran que además del mundo material que vemos y palpamos, existe un mundo invisible y espiritual, que no vemos pero si palpamos su existencia, desde el momento en que estamos emitiendo juicios, pensamientos, razones e ideas, que indudablemente no pertenecen al mundo material, pero que si existen, desde el momento en que nosotros mismos somos sus creadores y no podemos negar su existencia.

Y si también resulta que existe un mundo invisible y espiritual, es porque también además de cuerpo tenemos alma, y si resulta que también además de alma, tenemos impulsos y raciocinios que nos inquietan con preguntas transcendentes, es porque hay agua, y si hay agua, hay una Fuente que crea y rige esa agua y que a su vez nos creó y nos rige a nosotros. Esa Fuente se llama Dios.

Pero si no pasamos por la antesala de la fe, nunca alcanzaremos el salón del amor, porque es imposible amar lo que uno piensa que no existe. Por otro lado nadie puede dar el primer paso de solicitar la fe si al mismo tiempo no da el paso de amar a Dios, porque las tres virtudes teologales, nacen crecen y decrecen, lo mismo que puede desaparecer, siempre al unísono.

Nuestro Catecismo en su parágrafo 166, nos dice que: La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros”.

El primer paso para llegar a tener fe, incluso antes de tenerla es el buscarla. Nadie adquiere nada si previamente no lo busca y antes de empezar a buscar, tiene que nacer en el alma humana, el deseo de buscar lo que se desea. Dios al crear el alma humana pone en ella unas improntas de carácter fundamental, que le ayudarán al hombre a encontrar las respuestas a una serie de preguntas que el hombre se hace acera de el mismo y de otras cuestiones. Son preguntas transcendentes, aquellas preguntas que constantemente y a lo largo de la historia de la humanidad, el hombre se ha venido haciendo, buscando siempre una respuesta totalmente concluyente que jamás la ha encontrado ni la encontrará, si es que solo se apoya en el orden material humano para buscar la respuesta, y no en su Creador, precisamente fúe el crador del orden material al que pertenece nuestro cuerpo no nuestra alma.

El 6 de agosto de 1993, Juan Pablo II publica la encíclica “Veritatis splendor” y en ella hace alusión a las preguntas transcendentes que acucian al hombre al decir que: “Por otra parte, son elementos de los cuales depende la “… respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana que, hoy como ayer, conmueven íntimamente los corazones: ¿Qué es el hombre?, ¿cuál es el sentido y el fin de nuestra vida?, ¿qué es el bien y qué el pecado?, ¿cuál es el origen y el fin del dolor?, ¿cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad?, ¿qué es la muerte, el juicio y la retribución después de la muerte?, ¿cuál es, finalmente, ese misterio último e inefable que abarca nuestra existencia, del que procedemos y hacia el que nos dirigimos?”.

La impronta fundamental que Dios puso en nuestras almas, es la referida a nuestra búsqueda de Él. Una vez que el hombre movido por la impronta divina se pone en marcha para buscar a su Creador, el demonio tratará de llevarlo por caminos equivocados, pues su afán naturalmente está, en que el hombre nunca encuentre a Dios. Ha habido épocas desgraciadas de nuestra historia humana en las que el ateísmo en su forma pura y dura, ha estado muy floreciente, aún hoy en día no ha desaparecido, porque se ha revestido de otras formas más elaboradas como es por ejemplo el agnosticismo, cuya fórmula básica de pensamiento viene a ser así: No tengo suficientes pruebas ni de que existe Dios, ni de que no existe. Por lo tanto no puedo declararme ni creyente, ni ateo”. Ahora lo que el demonio ha puesto de moda, es la táctica de negarse a sí mismo su existencia, lo cual le da unas mayores capacidades de actuación.

            El valor de la fe del creyente, sea esta grande o pequeña, radica siempre en que todo aquel que adquiere la posición de ser creyente, automáticamente está manifestando su amor Dios. Los ángeles nunca han necesitado tener fe, pues ellos al poder contemplar en Rostro de Dios desde su creación, fuese esta individual o de conjunto, cosa esta que ignoramos, es por ello, por lo que, contemplan admirados la fe de los hombres, los que la tengan se sobreentiende naturalmente. Ellos saben muy bien como estima Dios y ama al hombre de fe. Fue más de una vez la que a su paso por esta tierra, exclamó admirado ante una demostración de la fe humana. Y más de una fe nos aconsejó el aumento de nuestra fe: “En verdad os digo que, si tuviereis fe y no dudareis, no solo haréis lo que la higuera, sino que si dijereis a ese monte: “Quítate y échate en el mar”, se haría, y todo cuanto con fe pidiereis en la oración lo recibiríais”. (Mt 21,21-22). “Le dijo Jesús: ¡Si puedes! Todo es posible al que cree. 24 Al instante gritando, dijo el padre del niño: ¡Creo! Ayuda a mi incredulidad”. (Mc 9,14 24). “29 Jesús le dijo: Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron”. (Jn 20, 29). “¿Cómo es que nosotros no hemos podido arrojarle? 20* Díjoles: Por vuestra poca fe; porque en verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a ese monte: Vete de aquí allá, y se iría, y nada os sería imposible”. (Mt 17, 19-20). “31 Al instante Jesús le tendió la mano, le agarro, diciéndole: Hombre de poca fe, ¿porque has dudado?”. (Mt 14, 31). "5 Dijeron los apóstoles al Señor; Auméntanos la fe. 6 El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar”, y os habría obedecido”. (Lc 17, 5-6). “6 Dijo, pues, el Señor: Oíd lo que dice el juez injusto; 7 y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? 8 Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?”. (Lc 18, 13-14). “39 El, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: ¡Calla, enmudece! El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. 40 Y les dijo: ¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe? 41 Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?”. (Mc 4,39-41).

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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