Reflexiones para el cristiano de hoy
Cada hombre y cada mujer que se
abren a Dios producen una verdadera reforma, una auténtica revolución.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
La historia humana está llena de injusticias, persecuciones, engaños, torturas, crímenes, odios, mentiras. El pecado reina en miles de corazones.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
La historia humana está llena de injusticias, persecuciones, engaños, torturas, crímenes, odios, mentiras. El pecado reina en miles de corazones.
También cerca de mí percibo la
fuerza del mal.
En quien intriga y murmura, en
quien trampea para aplastar a otros, en quien sucumbe a la avaricia, en quien
se deja encadenar por una vida de placeres egoístas.
Y, tengo que constatarlo, también
ese mal está dentro de mí, en mis muchos pecados, en mis infidelidades, en mis
perezas, en mis caprichos.
Ante la fuerza de un mal casi
omnipresente, tengo miedo. Miedo ante el sufrimiento de otros. Miedo ante los
escándalos y las maquinaciones. Miedo ante mi debilidad y cobardía.
Pero todo puede dar un vuelco si
dejo a Dios entrar en mi vida. Basta poco: reconocerme pecador, pedir ayuda,
abrirme a la misericordia, confesarme humildemente, recibirle en la Eucaristía,
escucharle en el Evangelio, permitir que me acompañe con sus continuas
inspiraciones.
Si dejo a Dios entrar en mi vida,
algo cambia en el mundo entero. Mi corazón, sanado, romperá con tibiezas y
miedos que paralizan y empezará a contagiar, a los de cerca y a los de lejos,
con la fuerza sanadora de la gracia.
Cada hombre y cada mujer que se
abren a Dios producen una verdadera reforma, una auténtica revolución. Es la
revolución de los santos, de la que hablaba Benedicto XVI durante su primer
viaje a Alemania como Papa: “sólo de los santos, sólo de Dios, proviene la
verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo” (Benedicto XVI, 20 de
agosto de 2005).
Si dejo a Dios entrar en mi vida,
el mundo se alejará del mal y avanzará hacia la justicia. Así de sencillo, así
de hermoso, así de fácil, porque para Dios nada hay imposible. Desde ese
momento, el Amor, presente entre nosotros en Jesús de Nazaret, volverá a
purificar y salvar, simplemente por haberlo acogido con fe y con alegría.
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