Encuentro
del Papa con los jóvenes
«¿Por qué sufren los niños?, ¿cómo se vive el verdadero amor? y ¿cómo
contribuir a la compasión y a la misericordia sin caer en el materialismo?»,
son algunas de las preguntas de los jóvenes a las que respondió el Papa durante
su encuentro el domingo con los jóvenes en el campus de la Universidad Santo
Tomás de Manila. Francisco dejó a un lado los papeles que tenía preparados y
respondió espontáneamente, en español, con traductor en inglés
«Primero de todo una noticia
triste –dijo el Papa al comieinzo del encuentro–. Ayer mientras estaba por
empezar la misa se cayó una de las torres y al caer hirió una muchacha que
estaba trabajando y murió. Su nombre es Cristal. Ella trabajo en la
organización de esa misa. Tenía 27 años, era joven como ustedes y trabajaba
para una asociación. Era una voluntaria. Yo quisiera que nosotros todos juntos,
ustedes jóvenes como ella rezáramos en silencio un minuto y después invoquemos
a nuestra madre del cielo… También hagamos una oración por su papá y su mamá.
Era única hija. Su mamá está llegando de Hong Kong. Su papá ha venido a Manila
en espera a su mamá…»
UNA NIÑA PREGUNTA: ¿POR QUÉ
SUFREN LOS NIÑOS?
«En la pequeña representación de
las mujeres. Demasiado poco. Las mujeres tienen mucho que decirnos en la
sociedad de hoy. A veces somos demasiado machistas y no dejamos lugar a la
mujer. Pero la mujer es capaz de ver las cosas con ojos distintos de los
hombres. La mujer es capaz de hacer preguntas que los hombres no terminamos de
entender. Presten ustedes atención, ella hoy hizo la única pregunta que no
tiene respuesta. Y no le alcanzaron las palabras, necesitó decirlo con
lágrimas. Así que cuando venga el próximo Papa, que haya más mujeres».
«Yo te agradezco, Shon, que hayas
expresado tan valientemente tu experiencia. Como dije recién, el núcleo de tu
pregunta casi no tiene respuesta. Solamente cuando somos capaces de llorar
sobre las cosas que vos viviste podemos entender algo y responder algo. La gran
pregunta para todos: ¿Por qué sufren los niños?, ¿por qué sufren los niños?
Recién cuando el corazón alcanza a hacerse la pregunta y a llorar, podemos
entender algo».
«¡Existe una compasión mundana
que no nos sirve para nada! Una compasión que a lo más no lleva a meter la mano
en el bolsillo y a dar una moneda. Si Cristo hubiera tenido esa compasión
hubiera pasado, curado a tres o cuatro y se hubiera vuelto al Padre. Solamente
cuando Cristo lloró y fue capaz de llorar entendió nuestros dramas».
AL MUNDO DE HOY LE FALTA LLORAR
«Queridos chicos y chicas, al
mundo de hoy le falta llorar. Lloran los marginados, lloran aquellos que son
dejados de lado, lloran los despreciados, pero aquellos que llevamos una vida
más o menos sin necesidades no sabemos llorar. Ciertas realidades de la vida se
ven solamente con los ojos limpios por las lágrimas. Los invito a que cada uno
se pregunte: ¿Yo aprendí a llorar? ¿Cuando veo un niño con hambre, un niño
drogado en la calle, un niño que no tiene casa, un niño abandonado, un niño
abusado, un niño usado como esclavo por la sociedad? O mi llanto, ¿es el llanto
caprichoso de aquel que llora porque le gustaría tener algo más? Y esto es lo
primero que yo quisiera decirles: aprendamos a llorar, como ella nos enseñó
hoy. No olvidemos este testimonio. La gran pregunta ¿por qué sufren los niños?
la hizo llorando y la gran respuesta que podemos hacer todos nosotros es
aprender a llorar».
«Jesús en el Evangelio lloró,
lloró por el amigo muerto. Lloró en su corazón por esa familia que había
perdido a su hija. Lloró en su corazón cuando vio a esa pobre madre viuda que
llevaba a enterrar a su hijo. Se conmovió y lloró en su corazón cuando vio a la
multitud como ovejas sin pastor. Si vos no aprendes a llorar no sos un buen
cristiano. Y este es un desafío. Shon nos ha planteado este desafío. Y cuando
nos hagan la pregunta: ¿Por qué sufren los niños, porque sucede esto u esto
otro de trágico en la vida?, que nuestra respuesta sea el silencio o la
palabra que nace de las lágrimas. Sean valientes, no tengan miedo de llorar».
ESTAMOS HÍPER INFORMADOS, PERO NO
SABEMOS QUÉ HACER
EL PAPA RESPONDIÓ TAMBIÉN A
LEANDRO:
«Y después vino Leandro Santos.
También hizo preguntas sobre el mundo de la información. Hoy con tantos medios
estamos híper informados y ¿eso es malo? ¡No! Eso es bueno y ayuda, pero
corremos el peligro de vivir acumulando información. Y tenemos mucha información,
pero quizá no sabemos qué hacer con ella. Corremos el riesgo de convertirnos en
jóvenes museo, que tienen de todo pero no saben qué hacer. No
necesitamos jóvenes museos, sino jóvenes sabios».
«Me pueden preguntar: Padre
¿cómo se llega ser sabio? Y este es otro desafío, el desafío del amor.
¿Cuál es la materia más importante que tiene que aprender en la Universidad?,
¿Cuál es la más importante que hay que aprender en la vida? Aprender a amar. Y
éste es el desafío que la vida te pone a vos hoy. ¡Aprender amar! No sólo
acumular información y no saber qué hacer con ella. Es un museo. Sino a través
del amor hacer que esa información sea fecunda. Para esto el Evangelio nos
propone un camino sereno, tranquilo: usar los tres lenguajes, el lenguaje de la
mente, el lenguaje del corazón y el lenguaje de las manos. Y los tres lenguajes
armoniosamente, lo que pensás lo sentís y lo realizas. Tu información baja al
corazón, lo conmueve y lo realiza. Y esto armoniosamente: pensar lo que se
siente y lo que se hace. Sentir lo que pienso y lo que hago, hacer lo que
pienso y lo que siento. Los tres lenguajes. ¿Se animan a repetir los tres
lenguajes en voz alta?»
FRANCISCO HABLA DEL AMOR
«El verdadero amor es amar y
dejarme amar. Es más difícil dejarse amar que amar. Por eso es tan difícil
llegar al amor perfecto de Dios, porque podemos amarlo, pero lo importante es
dejarnos amar por él. El verdadero amor es abrirse a ese amor que está primero
y que nos provoca una sorpresa. Si vos tenés sólo toda la información estas
cerrado a las sorpresas, el amor te abre a las sorpresas, el amor siempre es
una sorpresa porque supone un dialogo entre dos. Entre el que ama y el que es
amado. Y de Dios decimos que es el Dios de las sorpresas porque él nos amó
primero y nos espera con una sorpresa. Dios nos sorprende, Dejémonos sorprender
por Dios. Y no tengamos la psicología de la computadora de creer saberlo todo.
¿Cómo es esto? Un momento y la computadora tiene todas las respuestas, ninguna
sorpresa. En el desafío del amor Dios se manifiesta con sorpresas».
EN EL DESAFÍO DEL AMOR, DIOS SE
MANIFIESTA CON SORPRESAS
«Pensemos en san Mateo –recordó
Francisco–, era un buen comerciante, además traicionaba a su patria porque le
cobraba los impuestos los judíos para pagárselo a los romanos, estaba lleno de
plata y cobraba los impuestos. Pasa Jesús lo mira y le dice vení. Los
que estaban con él dicen: ¿a éste, que es un traidor, un sinvergüenza?,
y él se agarra a la plata. Pero la sorpresa de ser amado lo vence y siguió a
Jesús. Esa mañana cuando se despidió de su mujer nunca pensó que iba volver sin
dinero y apurado para decirle a su mujer que preparara un banquete. El banquete
para aquel que lo había amado primero. Que lo había sorprendido con algo más
importante que toda la plata que tenía.
¡Déjate sorprender por Dios! No le tengas miedo a las sorpresas, que te mueven el piso, que te ponen inseguro, pero nos ponen en camino. El verdadero amor te mueve a quemar la vida aún a riesgo de quedarte con las manos vacías. Pensemos en san Francisco, dejó todo, murió con las manos vacías pero con el corazón lleno”.
«¿De acuerdo? No jóvenes de museo sino jóvenes sabios. Para ser sabios usar los tres lenguajes: pensar bien, sentir bien y hacer bien. Y para ser sabios, dejarse sorprender por el amor de Dios y anda y quema la vida. ¡Gracias por tu aporte de hoy!»
DAS MUCHO PERO, ¿DEJÁS QUE LOS POBRES TE DEN?
TUVO QUE VENIR JESÚS PARA DEJARSE
CONMOVER POR EL PUEBLO
«Los saduceos, los doctores de la
ley de la época de Jesús daban mucho al pueblo, le daban la ley, le enseñaban,
pero nunca dejaron que el pueblo les diera algo. Tuvo que venir Jesús para
dejarse conmover por el pueblo. ¡Cuántos jóvenes como vos que hay aquí saben
dar pero todavía no aprendieron a recibir!»
«Solo te falta una cosa. Esto es
lo que nos falta: aprender a mendigar de aquellos a quienes damos. Esto no es
fácil de entender aprender a mendigar. Aprender a recibir de la humildad de
aquellos que ayudamos. Aprender a ser evangelizados por los pobres. Las
personas a quienes ayudamos, pobres, enfermos, huérfanos, tienen mucho que
darnos. ¿Me hago mendigo y pido también eso?, ¿o soy suficiente y solamente voy
a dar? Vos que vivís dando siempre y crees que no tenés necesidad de nada
¿sabés que sos un pobre tipo?, ¿sabés que tenés mucha pobreza y necesitas que
te den?, ¿Te dejas ayudar por los pobres, enfermos y por aquellos que ayudas?
Esto es lo que ayuda a madurar a jóvenes comprometidos como Riqui en el trabajo
de dar a los demás, aprender a tender la mano desde la propia miseria».
«Hay algunos puntos que yo había
preparado: aprender a amar y a dejarse amar. Hay un desafío además, que es el
desafío por la integridad. Amar a los pobres. Nuestros obispos quieren que
mires a los pobres de manera especial este año. ¿Vos pensás en los pobres?,
¿vos sentís con los pobres?, ¿vos haces algo por los pobres? Y vos ¿pedís a los
pobres que te den esa sabiduría que tienen? Esto es lo que quería decirles.
Perdónenme porque no leí lo que les tenía preparado. Pero hay una frase que me
consuela un poquito: La realidad es superior a la idea, y la realidad
que ustedes plantearon y la realidad de ustedes es superior a todas las
respuestas que yo había preparado. ¡Gracias!»
R.V. / Alfa y Omega
DISCURSO ESCRITO DEL PAPA
Queridos jóvenes amigos:
Me alegro de estar con vosotros
esta mañana. Mi saludo afectuoso a cada uno, y mi agradecimiento a todos los
que han hecho posible este encuentro. En mi visita a Filipinas, he querido
reunirme especialmente con vosotros los jóvenes, para escucharos y hablar con
vosotros. Quiero transmitiros el amor y las esperanzas que la Iglesia tiene
puestas en vosotros. Y quiero animaros, como cristianos ciudadanos de este
país, a que os entreguéis con pasión y sinceridad a la gran tarea de la
renovación de vuestra sociedad y ayudéis a construir un mundo mejor.
Doy las gracias de modo especial
a los jóvenes que me han dirigido las palabras de bienvenida. Hablando en
nombre de todos, han expresado con claridad vuestras inquietudes y
preocupaciones, vuestra fe y vuestras esperanzas. Han hablado de las
dificultades y las expectativas de los jóvenes. Aunque no puedo responder
detalladamente a cada una de estas cuestiones, sé que, junto con vuestros
pastores, las consideraréis atentamente y haréis propuestas concretas de acción
para vuestras vidas.
Me gustaría sugerir tres áreas
clave en las que podéis hacer una importante contribución a la vida de vuestro
país. En primer lugar, el desafío de la integridad. La palabra «desafío» puede
entenderse de dos maneras. En primer lugar, puede entenderse negativamente,
como la tentación de actuar en contra de vuestras convicciones morales, de lo
que sabéis que es verdad, bueno y justo. Nuestra integridad puede ser amenazada
por intereses egoístas, la codicia, la falta de honradez, o el deseo de
utilizar a los demás.
La palabra «desafío» puede
entenderse también en un sentido positivo. Se puede ver como una invitación a
ser valientes, una llamada a dar testimonio profético de aquello en lo que
crees y consideras sagrado. En este sentido, el reto de la integridad es algo a
lo que tenéis que enfrentaros ahora, en este momento de vuestras vidas. No es
algo que podáis diferir para cuando seáis mayores y tengáis más
responsabilidades. También ahora tenéis el desafío de actuar con honestidad y
equidad en vuestro trato con los demás, sean jóvenes o ancianos. ¡No huyáis de
este desafío! Uno de los mayores desafíos a los que se enfrentan los jóvenes es
el de aprender a amar. Amar significa asumir un riesgo: el riesgo del rechazo,
el riesgo de que se aprovechen de ti, o peor aún, de aprovecharse del otro. ¡No
tengáis miedo de amar! Pero también en el amor mantened vuestra integridad.
También en esto sed honestos y justos.
En la lectura que acabamos de
escuchar, Pablo dice a Timoteo: «Que nadie te menosprecie por tu juventud; sé,
en cambio, un modelo para los creyentes en la palabra, la conducta, el amor, la
fe y la pureza» (1 Tm 4,12). Estáis, pues, llamados a dar un buen ejemplo, un
ejemplo de integridad. Naturalmente, al actuar así sufriréis la oposición, el
rechazo, el desaliento, y hasta el ridículo. Pero vosotros habéis recibido un
don que os permite estar por encima de esas dificultades. Es el don del
Espíritu Santo. Si alimentáis este don con la oración diaria y sacáis fuerzas
de vuestra participación en la Eucaristía, seréis capaces de alcanzar la
grandeza moral a la que Jesús os llama. También seréis un punto de referencia
para aquellos amigos vuestros que están luchando. Pienso especialmente en los
jóvenes que se sienten tentados de perder la esperanza, de renunciar a sus
altos ideales, de abandonar los estudios o de vivir al día en las calles.
Por lo tanto, es esencial que no
perdáis vuestra integridad. No pongáis en riesgo vuestros ideales. No cedáis a
las tentaciones contra la bondad, la santidad, el valor y la pureza. Aceptad el
reto. Con Cristo seréis, de hecho ya los sois, los artífices de una nueva y más
justa cultura filipina.
Una segunda área clave en la que
estáis llamados a contribuir es la preocupación por el medio ambiente. Y esto
no sólo porque vuestro país esté probablemente más afectado que otros por el
cambio climático. Estáis llamados a cuidar de la creación, en cuanto ciudadanos
responsables, pero también como seguidores de Cristo. El respeto por el medio
ambiente es algo más que el simple uso de productos no contaminantes o el
reciclaje de los usados. Éstos son aspectos importantes, pero no es suficiente.
Tenemos que ver con los ojos de la fe la belleza del plan de salvación de Dios,
el vínculo entre el medio natural y la dignidad de la persona humana. Hombres y
mujeres están hechos a imagen y semejanza de Dios, y han recibido el dominio
sobre la creación (cf. Gn 1, 26-28). Como administradores de la creación de
Dios, estamos llamados a hacer de la tierra un hermoso jardín para la familia
humana. Cuando destruimos nuestros bosques, devastamos nuestro suelo y
contaminamos nuestros mares, traicionamos esa noble vocación.
Hace tres meses, vuestros obispos
abordaron estas cuestiones en una Carta pastoral profética. Pidieron a todos
que pensaran en la dimensión moral de nuestras actividades y estilo de vida,
nuestro consumo y nuestro uso de los recursos del planeta. Os pido que lo
apliquéis al contexto de vuestras propias vidas y vuestro compromiso con la
construcción del reino de Cristo. Queridos jóvenes, el justo uso y gestión de
los recursos de la tierra es una tarea urgente, y vosotros tenéis mucho que
aportar. Vosotros sois el futuro de Filipinas. Interesaos por lo que le sucede
a vuestra hermosa tierra.
Una última área en la que podéis
contribuir es muy querida por todos nosotros: la ayuda a los pobres. Somos
cristianos. Somos miembros de la familia de Dios. No importa lo mucho o lo poco
que tengamos individualmente, cada uno de nosotros está llamado a acercarse y
servir a nuestros hermanos y hermanas necesitados. Siempre hay alguien cerca de
nosotros que tiene necesidades, ya sea materiales, emocionales o espirituales.
El mayor regalo que le podemos dar es nuestra amistad, nuestro interés, nuestra
ternura, nuestro amor por Jesús. Quien lo recibe lo tiene todo; quien lo da
hace el mejor regalo.
Muchos de vosotros sabéis lo que
es ser pobres. Pero muchos también habéis podido experimentar la
bienaventuranza que Jesús prometió a los «pobres de espíritu» (cf. Mt 5,3).
Quisiera dirigir una palabra de aliento y gratitud a todos los que
habéis elegido seguir a nuestro
Señor en su pobreza mediante la vocación al sacerdocio y a la vida religiosa.
Con esa pobreza enriqueceréis a muchos. Os pido a todos, especialmente a los
que podéis hacer y dar más: Por favor, ¡haced más! Por favor, ¡dad más! Qué
distinto es todo cuando sois capaces de dar vuestro tiempo, vuestros talentos y
recursos a la multitud de personas que luchan y que viven en la marginación.
Hay una absoluta necesidad de este cambio, y por ello seréis abundantemente
recompensados por el Señor. Porque, como él ha dicho: «Tendrás un tesoro en el
cielo» ( Mc 10,21).
Hace veinte años, en este mismo
lugar, san Juan Pablo II dijo que el mundo necesita «un tipo nuevo de joven»,
comprometido con los más altos ideales y con ganas de construir la civilización
del amor. ¡Sed vosotros de esos jóvenes! ¡Que nunca perdáis vuestros ideales!
Sed testigos gozosos del amor de Dios y de su maravilloso proyecto para
nosotros, para este país y para el mundo en que vivimos. Por favor, rezad por mí.
Que Dios os bendiga.
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