Última
Misa del Papa Francisco en Manila
Filipinas «es el principal país católico de Asia», lo cual «es un don
especial de Dios, una bendición. Pero es también una vocación. Los filipinos
están llamados a ser grandes misioneros de la fe en Asia», dijo el Papa en su
última Misa en este país, celebrada en el Rizal Park de Manila
La lluvia marcó también la última
Misa de Francisco en Filipinas, a pesar de lo cual una multitud acudió a ver al
Papa, en el mismo lugar en que Juan Pablo II clausuró la histórica Jornada
Mundial de la Juventud de Manila.
Francisco habló de la
responsabilidad misionera de Filipinas, como «principal país católico de Asia»,
y apeló también a la necesidad de un catolicismo maduro y coherente, que se
refleje en todas las dimensiones de la vida.
Ante «estructuras sociales que perpetúan
la pobreza, la falta de educación y la corrupción», o «cuando vemos los
problemas, las dificultades y las injusticias que nos rodean, sentimos la
tentación de resignarnos», dijo. De este modo, «parece como si las promesas del
Evangelio no se fueran a cumplir; que fueran irreales. Pero la Biblia nos dice
que la gran amenaza para el plan de Dios sobre nosotros es, y siempre ha sido,
la mentira. El diablo es el padre de la mentira», y «nos distrae con el señuelo
de placeres efímeros, de pasatiempos superficiales. Y así malgastamos los dones
que Dios nos ha dado jugando con artilugios triviales; malgastamos nuestro
dinero en el juego y la bebida; nos encerramos en nosotros mismos. Y no nos
centramos en las cosas que realmente importan, de seguir siendo en el fondo
hijos de Dios».
El Papa habló en especial de la
familia, que «con demasiada frecuencia necesita ser protegida de los ataques y
programas insidiosos, contrarios a todo lo que consideramos verdadero y
sagrado, a lo más hermoso y noble de nuestra cultura». También se refirió a los
jóvenes, a los que «necesitamos proteger, guiar y alentar», «ayudándolos a
construir una sociedad digna de su gran patrimonio espiritual y cultural».
Con respecto a los niños, el
Pontífice afirmó que «tenemos que ver» en cada uno «un regalo que acoger,
querer y proteger».
Este domingo se celebraba en
Filipinas la fiesta del Santo Niño de Cebú, cuya imagen, regalo de Fernando
Magañanes, se custodia en esa ciudad y atrae a numerosos peregrinos. «Que el
Santo Niño –dijo el Papa al concluir su homilía– siga bendiciendo a Filipinas y
sostenga a los cristianos de esta gran nación en su vocación a ser testigos y
misioneros de la alegría del Evangelio, en Asia y en el mundo entero».
R.B.
HOMILÍA DEL PAPA EN EL RIZAL PARK
DE MANILA
«Un niño nos ha nacido, un hijo
se nos ha dado» (Is 9, 5). Es una gran alegría para mí celebrar el domingo del
Santo Niño con ustedes. La imagen del Santo Niño Jesús acompañó desde el
principio la difusión del Evangelio en este país. Vestido como un rey, coronado
y sosteniendo en sus manos el cetro, el globo y la cruz, nos recuerda
continuamente la relación entre el Reino de Dios y el misterio de la infancia
espiritual. Nos lo dice el Evangelio de hoy: «Quien no reciba el Reino de Dios
como un niño, no entrará en él» (Mc 10, 15). El Santo Niño sigue anunciándonos
que la luz de la gracia de Dios ha brillado sobre un mundo que habitaba en la
oscuridad, trayendo la Buena Nueva de nuestra liberación de la esclavitud y
guiándonos por los caminos de la paz, el derecho y la justicia. Nos recuerda
también que estamos llamados a extender el Reino de Cristo por todo el mundo.
En estos días, durante mi visita,
he escuchado la canción: «Todos somos hijos de Dios». Esto es lo que el Santo
Niño nos dice. Nos recuerda nuestra identidad más profunda. Todos somos hijos
de Dios, miembros de la familia de Dios. Hoy san Pablo nos ha dicho que hemos
sido hechos hijos adoptivos de Dios, hermanos y hermanas en Cristo. Eso es lo
que somos. Ésa es nuestra identidad. Hemos visto una hermosa expresión de esto
cuando los filipinos se volcaron con nuestros hermanos y hermanas afectados por
el tifón.
El Apóstol nos dice que gracias a
la elección de Dios hemos sido abundantemente bendecidos. Dios «nos ha
bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos»
(Ef 1, 3). Estas palabras tienen una resonancia especial en Filipinas, ya que
es el principal país católico de Asia; esto ya es un don especial de Dios, una
bendición. Pero es también una vocación. Los filipinos están llamados a ser
grandes misioneros de la fe en Asia.
Dios nos ha escogido y bendecido
con un propósito: «Para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia»
(Ef 1, 4). Nos eligió a cada uno de nosotros para ser testigos de su verdad y
su justicia en este mundo. Creó el mundo como un hermoso jardín y nos pidió que
cuidáramos de él. Pero, con el pecado, el hombre desfiguró aquella belleza
natural; destruyó también la unidad y la belleza de nuestra familia humana,
dando lugar a estructuras sociales que perpetúan la pobreza, la falta de
educación y la corrupción.
A veces, cuando vemos los
problemas, las dificultades y las injusticias que nos rodean, sentimos la
tentación de resignarnos. Parece como si las promesas del Evangelio no se
fueran a cumplir; que fueran irreales. Pero la Biblia nos dice que la gran
amenaza para el plan de Dios sobre nosotros es, y siempre ha sido, la mentira.
El diablo es el padre de la mentira. A menudo esconde sus engaños bajo la
apariencia de la sofisticación, de la fascinación por ser «moderno», «como todo
el mundo». Nos distrae con el señuelo de placeres efímeros, de pasatiempos superficiales.
Y así malgastamos los dones que Dios nos ha dado jugando con artilugios
triviales; malgastamos nuestro dinero en el juego y la bebida; nos encerramos
en nosotros mismos. Y no nos centramos en las cosas que realmente importan, de
seguir siendo en el fondo hijos de Dios. Como nos enseña el Señor, los niños
tienen su propia sabiduría, que no es la sabiduría del mundo. Por eso el
mensaje del Santo Niño es tan importante. Nos habla al corazón de cada uno de
nosotros. Nos recuerda nuestra identidad más profunda, que estamos llamados a
ser la familia de Dios.
El Santo Niño nos recuerda
también que hay que proteger esta identidad. El Niño Jesús es el protector de
este gran país. Cuando vino al mundo, su propia vida estuvo amenazada por un
rey corrupto. Jesús mismo tuvo que ser protegido. Tenía un protector en la
tierra: san José. Tenía una familia humana, la Sagrada Familia de Nazaret. Así
nos recuerda la importancia de proteger a nuestras familias, y las familias más
amplias como son la Iglesia, familia de Dios, y el mundo, nuestra familia
humana. Lamentablemente, en nuestros días, la familia con demasiada frecuencia
necesita ser protegida de los ataques y programas insidiosos, contrarios a todo
lo que consideramos verdadero y sagrado, a lo más hermoso y noble de nuestra
cultura.
En el Evangelio, Jesús acoge a
los niños, los abraza y bendice. También nosotros necesitamos proteger, guiar y
alentar a nuestros jóvenes, ayudándolos a construir una sociedad digna de su
gran patrimonio espiritual y cultural. En concreto, tenemos que ver a cada niño
como un regalo que acoger, querer y proteger. Y tenemos que cuidar a nuestros
jóvenes, no permitiendo que les roben la esperanza y queden condenados a vivir
en la calle.
Un niño frágil, que necesitaba
ser protegido, trajo la bondad, la misericordia y la justicia de Dios al mundo.
Se enfrentó a la falta de honradez y la corrupción, que son herencia del
pecado, y triunfó sobre ellos por el poder de su cruz. Ahora, al final de mi
visita a Filipinas, los encomiendo a él, a Jesús que vino a nosotros niño. Que
conceda a todo el amado pueblo de este país que trabaje unido, protegiéndose
unos a otros, comenzando por sus familias y comunidades, para construir un
mundo de justicia, integridad y paz. Que el Santo Niño siga bendiciendo a
Filipinas y sostenga a los cristianos de esta gran nación en su vocación a ser
testigos y misioneros de la alegría del Evangelio, en Asia y en el mundo
entero.
Por favor, recen por mí. Que Dios les bendiga.
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