La existencia del cielo y la continuidad de éste con la Iglesia
peregrina implican que «la distinción ya no está entre quien ya está muerto y
quien todavía no lo está, sino entre quien está en Cristo y quien no lo está».
Lo explicó el Papa Francisco este miércoles, en la Audiencia. También subrayó
que el cielo, «más que un lugar, se trata de un estado del alma, en el
cual nuestras expectativas más profundas serán cumplidas de manera
superabundante»
Noticia digital (26-XI-2014)
Coincidiendo con el final del mes de noviembre, dedicado a los difuntos,
y pocos días antes del comienzo del Adviento, que en sus primeras semanas tiene
un marcado tono escatológico, el Papa ha aprovechado su catequesis de este
jueves para hablar de la Iglesia como peregrina hacia el Reino. La
Iglesia -ha explicado- no es estática porque está siempre en camino «hacia la
meta última y maravillosa que es el Reino de los cielos».
Pero este Reino, ha insistido, «más que un lugar, se trata de un estado
del alma, en el cual nuestras expectativas más profundas serán cumplidas de
manera superabundante y nuestro ser, como criaturas y como hijos de Dios,
alcanzará la plena maduración. ¡Seremos finalmente revestidos de la alegría, de
la paz y del amor de Dios en modo completo, sin más ningún límite, y estaremos
cara a cara con Él!»
CONTINUIDAD ENTRE LA IGLESIA PEREGRINA Y EL CIELO
Acto seguido, el Santo Padre ha explicado que «hay una continuidad y una
comunión de fondo» entre la Iglesia triunfante, la Iglesia purgante y la
Iglesia peregrina. Quienes disfrutan ya en la presencia de Dios interceden por
nosotros, y nosotros también podemos ofrecer oraciones, buenas acciones y la
Misa por los difuntos que aún no están en el cielo.
Esto significa -ha subrayado el Papa- que «la distinción ya no está
entre quien ya está muerto y quien todavía no lo está, sino entre quien está en
Cristo y quien no lo está. Éste es el elemento determinante, realmente decisivo
para nuestra salvación y para nuestra felicidad».
El Pontífice también habló de cómo la Escritura se refiere a que, al
final de los tiempos, habrá «una nueva creación; no una aniquilación del cosmos
y de todo lo que nos rodea», sino «llevar cada cosa a su plenitud de ser, de
verdad, de belleza. Este es el diseño que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
desde siempre quiere realizar y está realizando».
ORACIONES POR EL VIAJE A TURQUÍA
Durante la Audiencia, el Papa también pidió a los fieles oraciones por
los frutos de su Viaje apostólico a Turquía, que comienza el viernes 28 y
concluye el domingo 30, fiesta de san Andrés. «Invito a todos a rezar para que
esta visita de Pedro al hermano Andrés brinde frutos de paz, diálogo sincero
entre las religiones y concordia en la nación turca».
También ha hecho referencia al comienzo del Adviento, durante sus
saludos. A los jóvenes, les deseó que la espera del Salvador llene su corazón
de alegría. A los enfermos, los alentó a perseverar adorando al Señor que viene
también en la prueba. Y a los recién casados los invitó a aprender a amar
siguiendo el ejemplo de Jesús, que por amor se hizo hombre por nuestra
salvación.
María Martínez López
TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Un poco feo el día, pero ustedes son valientes. ¡Felicitaciones!
Esperamos rezar juntos hoy.
Al presentar la Iglesia a los hombres de nuestro tiempo, el Concilio
Vaticano II tenía bien presente un verdad fundamental, que no hay que olvidar
jamás: la Iglesia no es una realidad estática, detenida, con fin en sí misma,
sino que está continuamente en camino en la historia, hacia la meta última y
maravillosa que es el Reino de los cielos, del cual la Iglesia en la tierra es
el germen y el inicio (cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. Dogm. sobre la Iglesia Lumen
Gentium, 5). Cuando nos dirigimos hacia este horizonte, nos damos cuenta
que nuestra imaginación se detiene, revelándose apenas capaz de intuir el
esplendor del misterio que domina nuestros sentidos. Y surgen espontáneas en
nosotros algunas preguntas: ¿Cuándo llegará este pasaje final? ¿Cómo será la
nueva dimensión en la cual la Iglesia entrará? ¿Qué será entonces la humanidad?
¿Y de lo creado que nos circunda?
Pero estas preguntas no son nuevas, las habían hecho los discípulos a
Jesús en aquel tiempo: ¿Pero cuándo sucederá esto? ¿Cuándo será el triunfo del
Espíritu sobre la creación, sobre lo creado, sobre todo? Son preguntas humanas,
preguntas antiguas. También nosotros hacemos estas preguntas.
La Constitución conciliar Gaudium et spes, de frente a estas
interrogaciones que resuenan desde siempre en el corazón del hombre, afirma:
«Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la
humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La
figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que
nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia y cuya
bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que
surgen en el corazón humano» (n. 39). He aquí la meta a la cual aspira la
Iglesia: es, como dice la Biblia, la Jerusalén nueva, el Paraíso.
Más que de un lugar, se trata de un estado del alma, en el cual nuestras
expectativas más profundas serán cumplidas de manera superabundante y nuestro
ser, como criaturas y como hijos de Dios, alcanzará la plena maduración.
¡Seremos finalmente revestidos de la alegría, de la paz y del amor de Dios en
modo completo, sin más ningún límite, y estaremos cara a cara con Él! ¡Es bello
pensar esto! Pensar en el cielo. Todos nosotros nos encontraremos allí. Todos,
todos, allí, todos. Es bello. ¡Da fuerza al alma!
2. En esta perspectiva, es bello percibir cómo hay una continuidad y una
comunión de fondo entre la Iglesia que está en el cielo y aquella todavía en
camino sobre la tierra. Aquellos que ya viven en la presencia de Dios, de
hecho, nos pueden sostener e interceder por nosotros, rezar por nosotros. Por
otro lado, también nosotros estamos siempre invitados a ofrecer buenas
acciones, oraciones y la Eucaristía misma para aliviar las tribulaciones de las
almas que todavía están esperando la beatitud sin fin. Sí, porque en la
perspectiva cristiana, la distinción ya no está entre quien ya está muerto y
que todavía no lo está, sino entre quien está en Cristo y quién no lo está.
Éste es el elemento determinante, realmente decisivo para nuestra salvación y
para nuestra felicidad.
3. Al mismo tiempo, la Sagrada Escritura nos enseña que el cumplimiento
de este diseño maravilloso no puede no interesar también todo aquello que nos
rodea, y que ha salido del pensamiento y del corazón de Dios. El apóstol Pablo
lo afirma explícitamente, cuando dice que también «la creación será liberada de
la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los
hijos de Dios». (Rom 8,21). Otros textos utilizan la imagen del «cielo nuevo y
la tierra nueva» (cf. 2 P 3,13; Ap 21,1), en el sentido de que todo el universo
será renovado y liberado de una vez para siempre de todos los rastros del mal y
de la misma muerte. Lo que se prospecta, como cumplimiento de una
transformación que en realidad ya está en acto a partir de la muerte y
resurrección de Cristo, es por lo tanto una nueva creación; no una aniquilación
del cosmos y de todo lo que nos rodea, sino que es llevar cada cosa a su
plenitud de ser, de verdad, de belleza. Este es el diseño que Dios, Padre, Hijo
y Espíritu Santo, desde siempre quiere realizar y está realizando.
Queridos amigos, cuando pensamos en estas maravillosas realidades que
nos esperan, nos damos cuenta del maravilloso don que es pertenecer a la
Iglesia, que lleva inscrita una vocación altísima. Pidamos entonces a la Virgen
María, Madre de la Iglesia, que vigile siempre sobre nuestro camino y nos ayude
a ser, como ella, un signo gozoso de confianza y esperanza entre nuestros
hermanos.
Traducción: Cecilia Mutual,
Griselda Mutual/RV
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