miércoles, 12 de noviembre de 2014

LA VERDADERA MARÍA DE MAGDALA


INTRODUCCION

Desde los orígenes del cristianismo se tejió en torno a María Magdalena una tupida red de fábulas cuya intención parecía ser la de ocultar su verdadera identidad y quizá rebajar el papel fundamental que ella debió tener en la fundación de la religión cristiana.

Así nació la leyenda: sin ningún fundamento histórico ni bíblico se proclamó la condición de prostituta pública de María Magdalena, se aseguró que era una mujer poseída por demonios impuros, y se fomentó la idea de mujer pecadora, arrepentida y penitente. La figura de María Magdalena ha permanecido tan oculta por distintas razones, que ha generado confusión y desorientación.

Se la llegó a considerar incluso como patrona y protectora de los prostíbulos, de las casas de mujeres pecadoras, de los vendedores de perfume, de las peluqueras e incluso de los zapateros. Pero María Magdalena, la mujer más nombrada en los Evangelios, no fue prostituta ni estuvo poseída por demonios impuros.

¿Por qué los Evangelios del Nuevo Testamento hablan tan poco sobre ella? Es claro que los Evangelios muestran rastros de una alta estima por ella, pero también de una decisión de reducir la importancia de su papel, posiblemente por ser mujer. Esto se confirma por la exclusión de las mujeres en la consideración del apostolado, en el relato de Lucas al principio de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 1:21-22).

Afortunadamente la Iglesia Católica, a partir del Concilio Vaticano II en 1963, reconoció el error en que se había incurrido al encasillar a María Magdalena en su papel de pecadora. Esto se debió en gran parte al florecimiento de los estudios bíblicos, junto con el descubrimiento de tantos manuscritos que iluminan los orígenes del cristianismo (Qumrán y Nag Hammadi a mediados del siglo XX). Por ello la Iglesia Católica modificó un tanto su postura tradicional y dedicó importantes esfuerzos a examinar más la corriente bíblica que la puramente filosófica y teológica, elaborada desde antiguo por Aristóteles.

El Vaticano comenzó a usar los escritos bíblicos como fuente de verdad y no sólo como soporte para probar tesis teológicas vigentes hasta aquel entonces. El conocimiento de las lenguas semíticas permitió interpretar con más fiabilidad los textos bíblicos y un examen más profundo de los mismos, a la luz del contexto histórico de los hechos de la vida y de la predicación de Jesús, y así se puso en cuestión algunas teorías que hasta entonces parecían inamovibles.

Debemos ser cautelosos y reconocer que los Evangelios parecen tener otras razones para mantener a María en el silencio. Y este es el objetivo de este ensayo sobre María Magdalena: la de descubrir los motivos de ese silencio y la de lograr reinstaurar a la Magdalena al lugar que realmente le pertenece en el cristianismo, ya que de todos los discípulos de Jesús, ninguno parece haber sido tan independiente, fuerte y cercano a Él como lo fue María Magdalena.

EL PAPEL DE LA MUJER JUDIA

Para conocer el destacado papel que María de Magdala desempeñó en el transcurso del ministerio de Jesús, es necesario conocer primero la posición que la mujer ocupaba en la sociedad del Israel de aquella época, qué rango tenían las mujeres judías tradicionales y la diferencia entre éstas y las mujeres que, aún viviendo en la misma época y estando mezcladas con las judías, tenían otra cultura y otra libertad de movimientos, como es el caso de las mujeres galileas.

Para empezar, a las mujeres judías se les prohibía estudiar, salvo muy contadas excepciones. Su lugar era el hogar y siempre debían mantener la cabeza cubierta con el manto. Para el historiador judío Flavio Josefo, la mujer judía era inferior al hombre en todos los sentidos. En el Templo no podía pasar del vestíbulo y en la sinagoga nunca podía tomar la palabra. No podía leer en público las Escrituras. La mujer adúltera era condenada a muerte por lapidación.

La palabra de la mujer no tenía ningún valor y su testimonio no era válido en juicios. Aún en el Nuevo Testamento, Pablo ordena a las mujeres que se callen en las asambleas ya que no les está permitido tomar la palabra, puesto que ello es indecoroso (1 Corintios 14:34-36). En lo mismo instruye Pablo a Timoteo para que ordene a las mujeres a no enseñar ni dominar al hombre, sino que se mantenga en silencio, con toda sumisión (1 Timoteo 2:11-12).

Incluso Aristóteles afirmaba que la mujer posee una naturaleza defectuosa e inferior. Y Cicerón dijo que si no existieran las mujeres, los hombres podrían hablar con Dios. Pero esa apreciación hacia la mujer no fue sólo de la época de Jesús. San Agustín decía que la mujer es un animal que se complace sólo en mirarse al espejo. Y Santo Tomás, que se guió en Aristóteles para redactar la Suma Teológica, de la que arrancaría toda la teología católica posterior, llegó a afirmar que era dudoso que la mujer tuviera alma.

La devaluación de la mujer era un hecho establecido por la ley mosaica y por la cultura judía, a quien no se le concedía una especial relevancia, ni social, ni política, ni intelectual. Por ello era que todo judío diera gracias a Dios cada día por no haberlo hecho mujer.

La confirmación evangélica a lo anterior puede deducirse del hecho de que tras la muerte de Jesús, los apóstoles ya no aparezcan seguidos por las mujeres, como acostumbraban a hacer cuando Jesús estaba con ellos. Posiblemente no entendieron o no llegaron a comprender en toda su extensión aquel modo de actuación de Jesús, aunque lo respetaron mientras él vivía.

La posición de la mujer se ceñía al hogar y a la procreación. Un matrimonio judío, sin hijos, era una maldición. La felicidad era traer hijos al mundo; tener hijas era una desgracia.

Se alega que las mujeres judías procedentes de Galilea eran más libres que las de Judea. Galilea servía como contrapunto a las ideas de Judea. Allí el pueblo era diferente, no sólo en su aspecto físico y en su lengua, sino también en sus ideas, sueños, ideales y modo de vivir. Todo ello explicaría que las judías procedentes de Galilea hubiesen conseguido algunos márgenes de libertad y fueran más abiertas a las nuevas ideas de Jesús, galileo también él.

En efecto, aquellas mujeres que acompañaban a Jesús en Galilea casi nunca le siguieron a Jerusalén, donde las costumbres eran más conservadoras y las leyes judías más estrictas. Galilea era más permeable a otras culturas extranjeras, sobre todo a la griega. Por ello, María Magdalena, que procedía de Galilea según los evangelios canónicos, era una mujer formada en un judaísmo más abierto y tolerante.

LA MARGINADA

Desde los primeros siglos del cristianismo María Magdalena fue relegada al olvido y también se rebajó o se tergiversó su importancia en la iglesia primitiva, e incluso se ignoró el papel decisivo que había tenido en la difusión de la Resurrección de Jesús. La Iglesia de Jesús se convirtió en una institución jerárquica completamente masculina y una persona de la importancia de María de Magdala fue calumniada y rebajada para restarle todo el mérito e importancia que como discípula directa de Jesús se ganó.

El grupo de mujeres que siguieron a Jesús hasta el Calvario fueron, teóricamente, las cristianas más antiguas. En principio ellas no dependieron de Pedro ni de los Doce, sino que emergieron como cristianas autónomas. No se puede hablar de potestad o de dominio de Pedro sobre ellas.

En vista de lo anterior podemos decir que al inicio del cristianismo la Iglesia tuvo varios puntos de partida y no solo el que propugnaron Pedro y los apóstoles varones. Junto a ese principio masculino del cristianismo hubo una corriente eminentemente femenina, liderada por María Magdalena y otras mujeres. Este doble punto de partida debería ser un dato irrenunciable de la Iglesia, aunque posteriormente lo hayan silenciado hasta hace poco tiempo, dejando en la penumbra la situación de las mujeres que en aquel entonces seguían y servían a Jesús.

Si meditamos en la labor de las mujeres que acompañaban a Jesús a lo largo de su ministerio y, sobre todo, si analizamos las distintas reacciones de las mujeres y de los apóstoles durante y después de la Crucifixión, podemos afirmar sin ningún temor que sin ellas muy posiblemente no existiría el cristianismo como tal, sino que se hubiera diluido antes de la Resurrección de Cristo.

Esta aseveración, aunque fuerte en sí misma, es fundamental. Sin María Magdalena y sin las demás mujeres posiblemente no existiría la Iglesia como tal ya que los apóstoles, los varones, ya habían desistido, atemorizados y desilusionados al constatar la persecución judía y la romana, así como la muerte violenta y prematura de Jesús, quien les había prometido un nuevo Reino en el cual ellos ya se estaban disputando los mejores puestos: todos huyeron y se escondieron, menos Juan.

Sin María Magdalena, que les convenció de que Jesús estaba vivo, es impredecible pronosticar qué habría podido ocurrir y en qué habría quedado el cristianismo. Posiblemente si no se hubiera relegado y anulado la función de las mujeres en el cristianismo inicial, la Iglesia sería menos aristotélica y más mística.

Desde el principio María Magdalena aparecía no como un apóstol más, sino como el apóstol de los apóstoles. Así la consideró San Hipólito, uno de los primeros comentaristas cristianos. Bruno de Asti, abad de Montecasino, ve en María Magdalena el símbolo de la Iglesia de los gentiles. También la Iglesia oriental, desde el principio, consideró a María Magdalena como el primero de los apóstoles y la veneraba como santa. Por eso, la tradición de la Iglesia la ha llamado en Oriente isapóstolos (igual que un apóstol) y en Occidente apostola apostolorum (apóstol de apóstoles).

Pero el papel masculino de entonces aún seguía en auge y en el Siglo III d.C. se afirmó el liderazgo primordial de Pedro y de los apóstoles masculinos, a los que se adjudicó categoría exclusiva de apóstoles y desde ahí se creó la sucesión apostólica, sólo masculina, que continúa hasta el día de hoy con los obispos.

Teóricamente la Iglesia nunca negó que María Magdalena fue la enviada por Jesucristo para dar la buena nueva de la Resurrección a los apóstoles varones. Sin embargo esa distinción fue diluyéndose y relegándose a algo simbólico y carente de poder. Más aún: a partir del siglo IV, cuando el cristianismo deja de ser perseguido y sale de la oscuridad de las catacumbas para convertirse en la religión del Imperio Romano por medio del emperador Constantino, la suplantación adquiere mayor relevancia.

Para arrebatarle a María Magdalena su papel original como uno de los pilares en la fundación de la nueva religión, se la convierte en la pecadora arrepentida, en la ex prostituta a la que Jesús perdonó sus pecados de sexo y de la que había arrojado siete demonios impuros, y le adjudicó el dudoso honor de ser la patrona de las prostitutas.

Así fue como la Iglesia, en los primeros siglos del cristianismo, rebajó y humilló la importancia decisiva de María Magdalena. La estuvo considerando así en la liturgia de su festividad, el 22 de julio de cada año, hasta hace pocos años, cuando el Concilio Vaticano II le devolvió su verdadera identidad. Desde entonces se cambiaron los textos litúrgicos anteriores, reemplazándolos por los del Evangelio de Juan, en los que María Magdalena aparece no ya como ex prostituta, que nunca lo fue, sino como el primer testigo ocular de la Resurrección de Jesús y la primera anunciadora de tal prodigio a los demás apóstoles.

Y en el 305, en el Concilio de Elvira celebrado en Granada, se exige a todos los que ejercían funciones sacerdotales abstenerse de sus mujeres so pena de perder el cargo. Y en el año 352, en el Concilio de Laodicea, se prohibió a las mujeres ejercer como sacerdotes. Por fin en el año 401, durante el quinto Concilio de Cartago al que asistió San Agustín, se decretó que los clérigos debían separarse de sus mujeres definitivamente o serían apartados de la religión.

A la mujer se la fue separando paulatinamente del servicio en el altar, a pesar de que en los primeros años del cristianismo había colaborado sirviendo en las celebraciones eucarísticas (Romanos 16:1 y Colosenses 4:15) y en expandir el mensaje de Jesús. Y así, a María Magdalena le fue arrebatado su puesto en el cristianismo primitivo, haciendo valer por encima de todo la labor de aquellos hombres que junto a ella habían sido discípulos del Maestro.

MAGDALA

En el mundo judío donde Jesús vivió, el nombre que se le otorgaba a una persona era muy importante. Para los individuos, el nombre era como un programa de vida.

Las familias escogían el nombre de sus hijos sabiendo que esa palabra definiría su vida y su carácter para siempre. Para precisar la designación de los individuos, se añadía a su nombre el nombre del padre o el de la ciudad de nacimiento, o en la que había vivido, y en ocasiones, su profesión o dedicación.

María de Magdala fue un personaje histórico real, aunque de ella se conoce relativamente poco. La Magdalena se llamaba María, como la madre de Jesús y como una de las hermanas de Lázaro. María es un nombre muy poco común en la Biblia. Aparte de las Marías evangélicas sólo existe una mujer con ese nombre en toda la Biblia: la hermana de Moisés. Por eso resulta aún inexplicable que en tiempos de Jesús, y en un ámbito geográfico tan pequeño, hubiera tantas mujeres con el nombre de María asociadas de alguna forma al ministerio de Jesús.

Se supone que el significado del nombre de María podría proceder de una raíz egipcia. O incluso podría ser la unión de dos raíces, la egipcia myr, que significa amada, y la hebrea Yam, que significa Dios, como una abreviación de Yahvé, en cuyo caso María significaría la amada de Dios.

María era una mujer judía de Galilea, de la ciudad de Magdala (Mateo 27:56-61), en la orilla occidental del mar de Galilea o Lago Tiberíades. Se encuentra a una jornada de camino desde Nazaret. Magdala pertenecía a la región de Dalmanutha, lugar que Jesús visitó a menudo (Marcos 8:10). El nombre hebreo de Magdala era Migdal Nunayah y según la historia, era un lugar excelente para la pesca. Era conocida tanto en el mundo romano como en el griego de aquella época.

Grandes cantidades de pescado eran trasladadas a Jerusalén durante las fiestas judías ya que allí se reunían multitudes de personas. Y barriles llenos de pescado eran trasladados por todos los países mediterráneos.

El historiador Flavio Josefo describe a Magdala como Tarichae (nombre griego de Magdala o Migdal y que significa pescado salado) como un lugar lleno de materiales para la construcción de barcos, y donde vivían muchos artesanos.

Magdala, en fin, era una de las ciudades más en auge en aquel momento en los alrededores del lago de Tiberíades. Hoy los turistas pueden leer en un cartel situado cerca del lago, que Migdal o Magdala fue una ciudad floreciente al final del Segundo Templo, y que fue también la ciudad de María Magdalena, la cual siguió y sirvió a Jesús.

La mención del final del Segundo Templo su debe a que los judíos dividían su tiempo en función de la duración de los Templos de Jerusalén: el primero fue construido en tiempos de Salomón en el año 966 a.C. y, tras su destrucción en el 586 a.C., fue reedificado el año 515 a.C. El segundo Templo fue nuevamente destruido, esta vez por el emperador romano Tito, el 29 de agosto del 70 d.C.

LA SANACION DE MARIA

María de Magdala aparece en el escenario bíblico en el Evangelio de Lucas desde el inicio del Capítulo 8, donde se cuenta que era una mujer independiente que viajaba con Jesús y otras mujeres (Juana, mujer de Khuzá, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que servían con sus bienes -Lucas 8:1-) como parte del ministerio de Jesucristo. No se menciona que sus maridos o familiares las acompañaran, sino que estaban solas con Jesús y sus seguidores. Lucas dice también que Jesús sanó a varias de las mujeres y que a María le sacó del cuerpo siete demonios.

El episodio de la expulsión de los siete demonios aparece explícito en los evangelios de Lucas, Marcos y Juan. Pero, ¿qué significan esos siete demonios? En primer lugar debemos ser conscientes de la gran importancia y del valor que representaban los símbolos en aquella época, tanto si se trata de números, como de formas y colores. El número siete representaba la totalidad, la plenitud, y eso da idea de la importancia que los evangelios le concedían a esa mujer.

Por otra parte, en tiempos de Jesús cualquier trastorno de tipo psíquico se confundía con una posesión diabólica. Estar poseído por un espíritu diabólico significaba también sufrir de una enfermedad no reconocida físicamente. De acuerdo con este punto, lo máximo que puede afirmarse es que María de Magdala podría haber enfrentado problemas sociales, mentales o espirituales y que Jesús la ayudó a resolverlos.

La posesión diabólica, ni siquiera en el sentido que se le daba en los tiempos de Jesús, nada tenía que ver con los pecados del sexo. Sin embargo, desde los primeros siglos del cristianismo la Iglesia consideró a María Magdalena como el símbolo del pecado de la lujuria y a partir del siglo X se la consideró como ejemplo de perdición del mundo, como afirmaba el Papa Gregorio Magno (540 al 604 d.C.), quien llegó a calificarla como esclava de la lujuria. Honorio de Autun, en el siglo XII escribió que ella vivió atormentada por deseos impuros.

Prostituta, endemoniada, pecadora, encarnación del mal, símbolo del arrepentimiento…. Todo menos lo que realmente fue. Es decir, la mujer más importante en el cristianismo naciente. Sólo María, la Madre de Jesús, pudo oscurecer su presencia, con todo el derecho. En todo caso, aun cuando se tratara de la misma mujer, su pasado pecador no es un desdoro. Pedro fue infiel a Jesús y Pablo un perseguidor de los cristianos. Su grandeza no está en su impecabilidad sino en su amor.

EL MINISTERIO DE MARIA DE MAGDALA

Su presencia al lado de Jesús aparece en los cuatro evangelios canónicos, lo que indica la importancia que tuvo en el primer siglo del cristianismo, cuando se redactaron los evangelios, cuando la mujer no gozaba en la sociedad del más mínimo aprecio y prestigio. Este tabú lo rompe Jesús enseguida al asociar a su aventura misionera a toda una serie de mujeres que lo acompañan junto a los apóstoles varones, los cuales, en más de una ocasión como judíos que eran, llegaron a manifestar su perplejidad al ver al Maestro tratar en público a las mujeres con absoluta naturalidad, incluso a las no judías y, por lo tanto, impuras para ellos.

Algunas mujeres aparecen y desaparecen de la vida de Jesús, pero María de Magdala está presente en los evangelios desde el primer momento en que Jesús comienza su predicación en Galilea, lo cual justifica su título de apóstol, junto con Pedro y los demás apóstoles escogidos.

El hecho de que los evangelistas no hayan podido silenciar la presencia de esta mujer al lado del Maestro desde los albores de su predicación, destaca la importancia que debió tener María de Magdala dentro del grupo de los apóstoles.

Muy probablemente ella pertenecía a una familia acomodada o era poseedora de algunos bienes que decidió emplear en la financiación del ministerio de Jesús una vez éste la sanó. Es un hecho destacable si tomamos en cuenta que en aquella época, en la ortodoxia hebrea más estricta, la mujer tenía muy poco espacio y el nivel de independencia era prácticamente nulo.

Por ello es de destacar especialmente que Jesús eligiera a María Magdalena para que diera testimonio de su Resurrección; el momento cumbre del cristianismo. Y no sólo lo contempló y habló con Él, sino que además el propio Jesús le encomendó que comunicara la noticia a los apóstoles, los cuales no la creyeron (Marcos 16:9-11). Sólo con basarnos en el hecho de haberla puesto como testigo inicial, aún por encima de los apóstoles masculinos, nos dice cómo debió ser su papel y su ministerio en la labor de la proclamación del Reino de Dios por parte de Jesús.

María Magdalena fue fuente de inspiración para una de las místicas más importantes en la Iglesia Católica, Santa Teresa del Niño Jesús, quien admiraba esa entrega tan profunda de María de Magdala cuando toma la decisión de servir a quien ama espiritualmente. Así Teresa decidió dedicar su vida a quien más amaba: Jesús de Nazaret (cf. LT 169 Santa Teresa). En 1894 escribió: “Jesús nos ha defendido en la persona de María Magdalena”. Otra destacada mística católica que encontró inspiración y consuelo en María de Magdala fue la Doctora de la Iglesia, Santa Teresa de Ávila, quien refirió haber recibido ayuda espiritual de la Magdalena.

Los temas comunes sobre María de Magdala en los Evangelios del Nuevo Testamento brindan evidencias de las tradiciones del primer siglo sobre ella. Pero si generalmente se la conocía como una discípula de Jesús totalmente comprometida con su ministerio y estrechamente relacionada con las circunstancias que crearon el núcleo confesional de los primeros cristianos, entonces podemos imaginarnos su destacado papel en aquel cristianismo primitivo.

MARIA MAGDALENA: SU FINAL

Desde el Siglo II d.C. comenzaron a difundirse diversas leyendas sobre el paradero final de María de Magdala. Ello demuestra que el personaje de esta mujer no se perdió en la historia, como muchos otros de aquella época de inicios del cristianismo, sino que contaba mucho para la tradición oral y, sin duda alguna, se la consideraba como una persona de gran importancia simbólica.

Desde el punto de vista estrictamente histórico, las huellas de María Magdalena se pierden casi de inmediato. De ella no se vuelve a hablar en los evangelios después del episodio de la Resurrección. Su figura desaparece y no se sabe si vivió muchos años más ni dónde murió.

Una antigua leyenda, la más digna de crédito, sitúa a María de Magdala en Asia Menor, concretamente en Éfeso, en la actual Turquía. En esa ciudad habría pasado sus últimos años. El patriarca de Jerusalén, Modesto, que murió el año 634 d.C., describió la llegada de la Magdalena a Éfeso con estas palabras: “Después de la muerte de Nuestro Señor, la Madre de Dios y María Magdalena se reunieron con Juan, el discípulo amado, en Éfeso. Fue allí que la portadora de mirra concluyó su carrera apostólica mediante el martirio, al rehusar hasta el último momento separarse del apóstol Juan y de la Virgen” (LXXXVI; cols. 3273-3276).

Según la tradición ortodoxa, María Magdalena se retiro a Éfeso con la Virgen María y el apóstol Juan el Apóstol, y murió allí. En 886 sus reliquias fueron trasladadas a Constantinopla, donde se conservan en la actualidad. Gregorio de Tours (De miraculis, I) corrobora la tradición de que se retiró a Éfeso.

La importancia de este texto es evidente. En aquel tiempo, los diferentes patriarcas de las iglesias más importantes tenían la categoría que hoy tienen los papas. Modesto era patriarca de Jerusalén y habla de la carrera apostólica de María Magdalena, confirmando que ella había formado parte del grupo privilegiado de apóstoles, a la par de los varones.

Por otra parte, aunque sea imposible probar el martirio de la Magdalena, es importante que el patriarca de Jerusalén le conceda el privilegio que tuvieron los otros doce apóstoles: haber dado su sangre por la fe.

Pero, ¿dónde están los restos mortales de María de Magdala? Sus reliquias estarían dispersas por medio mundo. En el siglo XIII existían cinco tumbas que supuestamente guardaban los despojos de la Magdalena. A esos cinco túmulos hay que añadir los innumerables brazos, huesos y otros miembros y partes de su cuerpo que unos y otros aseguraban poseer. En la Edad Media las reliquias de los santos poseían una enorme importancia, no sólo religiosa, sino como símbolos de poder. No se podía levantar una iglesia si no se poseía una reliquia importante del cuerpo de un santo o de una santa. De ahí que surgiera un floreciente tráfico internacional de reliquias, con compraventas, cesiones, préstamos, pagos, etc.

De María de Magdala existían y siguen existiendo supuestamente innumerables reliquias, tanto de su cuerpo como de objetos relacionados con ella, y tiene gran cantidad de iglesias dedicadas a ella y puestas bajo su protección.

En la Edad Media la importancia de un personaje santo se reflejaba en la cantidad de reliquias que los templos poseían. Eso originó un furor por las reliquias, con algunas actitudes más bien dudosas. Por ejemplo, la Iglesia permitió que se descuartizaran los restos mortales de algunos beatificados, para así multiplicar los presuntos beneficios milagrosos de aquellos restos mortuorios. Pero algunas órdenes religiosas hacían todo lo posible para conservar intacto el cuerpo de sus fundadores. Así, en el siglo XIII, el cuerpo de Santo Tomás de Aquino, fue hervido y preservado para que los monjes de la Abadía de Fossanuova, en el que murió, no perdieran sus reliquias.

Varios países se disputan la autenticidad de los restos de María Magdalena y en todos ellos se les atribuyen milagros. En la ciudad de Roma, en la Basílica de San Juan de Letrán, existió siempre un altar que supuestamente contenía el cuerpo de la santa, sin cabeza. En Francia se dice que los restos de María de Magdala están en Vézelay, donde se erigió el primer santuario dedicado a maría Magdalena (1120-1132). En el año 1004 el diácono Ermenfroi patrocinó una iglesia en Verdún, Francia, y fue puesta bajo la advocación de la santa de Magdala. A ella le siguieron las de Bayeux (1027), Bellavault (1034), Le Mans (1040), Reims (1043) y Besançon (1049).

Incluso antes de la construcción de esos templos, los primeros occidentales que reivindicaron la autenticidad de las reliquias de la Magdalena fueron alemanes e ingleses. En una cripta del Monasterio de San Esteban, en la baja Sajonia (Alemania), y en Exeter (Inglaterra), se aseguraba en la segunda mitad del Siglo X que poseían restos de la santa. En la catedral de Exeter, concretamente, decían que poseían un dedo de la Magdalena. También a España llegaron las reliquias de santa María Magdalena. En Oviedo (Asturias), en el catálogo de reliquias del Siglo XI aparece un mechón del cabello con el que supuestamente María Magdalena le enjuagara los pies a Jesús.

Después de las reliquias relacionadas con Jesús (Sábana Santa, lanza de Longinos, espinas de la corona, paños y telas fúnebres, los clavos, el lignum Crucis, pañales infantiles, pajas del pesebre, etc.) y las de la Virgen María (algunos templos aseguran poseer algodones con gotas de leche del período de lactancia de Jesús), de pocos santos y santas existen tantas reliquias como de la Magdalena. Ello significa sólo una cosa: que desde muy temprano su personalidad y su cuerpo fueron objeto de culto en la Iglesia universal.

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Quienes se dedican a las ciencias sagradas gozan de una justa libertad para investigar, así como para manifestar prudentemente su opinión sobre todo aquello en lo que son peritos, guardando la debida sumisión al magisterio de la Iglesia.

Canon 218 del Código del Derecho Canónico de la Iglesia Católica

Agustín Fabra

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