Hoy en día es difícil pararse un
momento a reflexionar sobre nuestra propia vida. Andamos siempre corriendo,
siempre llenos de tareas y proyectos. Incluso cuando no tenemos trabajo, la
ansiedad nos hace desesperarnos. ¿Cómo vamos a entender la forma en que Dios
quiere que vivamos si no le escuchamos.
Un ejemplo de capacidad de escucha de Dios es Santa Catalina de Siena.
Una santa que vivió los dos primeros y amargos años del gran Cisma de Occidente
(1378). Santa Catalina hablaba de su celda interior, como el lugar donde se
recluía para alejarse del mundo y acercarse a Dios. No era una celda física,
sino una predisposición de ánimo y voluntad, para que el diálogo divino
fluyera.
Traigo un breve pasaje en el que Santa Catalina nos habla sobre la
manera en que Dios nos perfecciona. ¿Dios nos perfecciona? Sin duda Él es el único
que tiene herramientas para reparar nuestra naturaleza caída y propiciar la
santidad diaria:
Yo soy la Vid verdadera, y vosotros los sarmientos.
Mi Padre es el labrador (Juan 15,1). Él, que procede de mí, es la verdadera
Vid. El que está en Él y sigue su doctrina, da fruto. Y para que vuestro fruto
aumente y sea perfecto, os podo con muchas tribulaciones, infamias, injurias,
escarnios, ultrajes y vituperios, con hambre y sed, según mi bondad lo permite
como conviene a cada uno. La tribulación es una señal que demuestra la caridad
perfecta del alma o la imperfección en que se encuentra todavía. En la injuria
y trabajos que permito a mis siervos se prueba su paciencia. En la medida de la
compasión que tiene para con el que le injuria, crece el fuego de la caridad en
su alma, doliéndose más de la ofensa
hecha a mí y del daño que se hace a sí mismo el que le injuria, que de
la misma injuria que le hacen.
Esto es lo que hacen los que han llegado a gran
perfección, y así crecen en ella y con esta intención lo permito. Inspiro en ellos un extremado deseo de la
salvación de las almas, por el que de día y de noche llaman a la puerta
de mi misericordia, olvidándose de sí mismos. Y cuanto más abandonan el cuidado
de sí mismos, más me hallan a mí. ¿En
dónde me buscan? En mi Verdad, siguiendo con perfección Su dulce doctrina.
(Santa Catalina de Siena. Diálogos IV, La providencia con los perfectos:
para consolidarles en su perfección y aumentársela)
¿Cuántas veces no nos han insultado, despreciado o señalado con el dedo?
Quien va dando pequeños pasos hacia la santidad, se encuentra con muchas
personas que no le entienden. No es raro que nos llamen “pesados” por tener el
nombre de Dios en nuestra boca con más frecuencia de lo normal. Sin duda
tendríamos que ser incluso más pesados todavía.
Como dice Santa Catalina, es un don de Dios darse cuenta que los
insultos y protestas varias nos muestran que nos hemos encontrado con una
persona que sufre internamente. El que nos insulta o desdeña, demuestra que
tiene una herida abierta en sí mismo, que necesita de curación.
La curación sólo puede provenir del Médico supremo, que es Cristo. La
medicina es la Gracia y el tratamiento, el deseo de vivir según la Voluntad de
Dios. A quienes han dado ese paso, el Señor inspira “un extremado deseo de la salvación de las almas, por el que de día y de
noche llaman a la puerta de mi misericordia, olvidándose de sí mismos”.
Misericordia Señor, misericordia. Somos siervos que desean ser fieles y a duras
penas seguimos a Cristo en el camino de la renuncia a nosotros mismos.
Dios le dice a Santa Catalina que la
dirección de la salvación hay que buscarla en “En
mi Verdad, siguiendo con perfección Su dulce doctrina”. ¿Cómo un ser
humano postmoderno es capaz de entender que doctrina es dulce? Para nosotros lo
que dulce es la capacidad de optar y no comprometernos nunca. La Verdad resulta
un obstáculo para lo que nos parece que es la felicidad. Pero Dios se muestra
paradójico, dando su Gracia a quienes son conscientes de que la necesitan para
seguir adelante. Quienes dejan a un lado su cruz y deciden dejar de seguir los
pasos de Cristo, son como el siervo que enterró bajo tierra el talento o el
invitado que llegó a la boda sin el traje correspondiente.
Néstor Mora Núñez
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