Me lo han
contado, no puedo apelar a mejor fuente. En realidad, es difícil apelar a mejor
fuente: el gobierno no ofrece información, el ministerio tampoco, la prensa
menos… Hay una verdadera y real consigna de silencio. Por mi parte, confío en
la persona que me ha puesto en conocimiento de los hechos, la cual, a su vez,
tiene la suficiente cercanía con ellos como para conocerlos bien.
Se trata de un pobre hombre –aunque no le conozco como digo, todo me hace pensar en un “pobre” hombre- que se casa con una mujer bastante más grande que él (grande de tamaño, quiero decir). La relación no va bien, y ella le “casca” con cierta frecuencia. El hace poco por defenderse, entre otras cosas, para que su irascible mujer no llame a la policía y encima le acusen de malos tratos. Acepta como mal menor una tunda de determinado tamaño y entidad dentro de una frecuencia también determinada y más o menos asumida.
Un buen día, la irascible señora se pasa de la ración mensual y le deja lesiones de una cierta gravedad, que requieren de asistencia hospitalaria. En el hospital le entregan al hombre un parte de lesiones y éste, harto ya de su humillante existencia y en un arranque de indignación tan irrefrenable como insólito, se arma de valor y se presenta con él en una comisaría.
- Pero hombre de Dios –le dice el policía- que es Vd. un hombre casado, tiene Vd. dos hijos pequeños, ¿se da cuenta del paso que va a dar? Se carga Vd. su familia, piense en los niños… su madre denunciada por su padre…
El pobre hombre se deja convencer y vuelve a su casa sin interponer la denuncia.
Otro buen día, tras alguna carantoña y algún amarruco de esos que se dispensan hasta en matrimonios como el de nuestro pobre desgraciado, a éste no se le ocurre nada mejor que confesar a su irascible esposa que una vez a punto estuvo de denunciarla en la policía por la paliza que le había propinado.
No hubieron de pasar muchos días para que la irascible señora tuviera a bien administrarle una nueva ración de su tunda mensual, sólo que esta vez, y temerosa de verse sorprendida por la espalda, es la buena señora la que se presenta en un hospital y es la buena señora la que reclama, ahora ella, un parte de lesiones, que no se le pudo dispensar por la sencilla razón de no tenerlas, pero en el que, eso sí, consiguió que figurara una coletilla que decía algo así como “asegura la paciente que como consecuencia de los golpes recibidos y al presionarse en determinada parte de la cabeza, ésta le duele”.
Parte con el que se personó en una comisaría, con el que ningún policía intentó disuadirla de presentar la denuncia sino al contrario, y gracias al cual, le hizo pasar a su apocado maridín un par de diítas en un calabozo, inicio de un drama que ha llevado al pobre desgraciado, -cuyo caso, para colmo, mueve a esta sociedad insulsa y barrigona más a risa que compasión (pinche Vd. aquí si no se cree lo que le digo)-, a la auténtica indigencia económica y lo que es peor, humana.
Estas cosas ocurren señores, claro que ocurren, y habría que denunciarlas: la prensa la primera, que no todo es navegar a favor de lo políticamente correcto diciendo lo que a los lobbies a los que se refería el otro día el Sr. Gallardón (pinche aquí si le interesa el tema) les gusta escuchar.
El mundo, la realidad, no son tan sencillos como para encorsetarlos en clichés como el que convierte a todas las mujeres en buenas y a todos los hombres en malos. Muchas veces es al revés. De hecho, más-menos la mitad de las veces, como la mitad de los seres humanos somos hombres y la mitad mujeres. Deberíamos sacudirnos de una vez ese lenguaje ramplón, mediocre, simplista y allanador de lo políticamente correcto, convertido en el más eficaz y maléfico armamento por los que aspiran a imponer una verdadera dictadura del pensamiento en la sociedad, sin que los ciudadanos ni siquiera sepan cómo quejarse, y se olviden hasta de cómo se hace para pensar.
Y sin más por hoy, queridos amigos, aquí me despido, no sin desearles como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
Se trata de un pobre hombre –aunque no le conozco como digo, todo me hace pensar en un “pobre” hombre- que se casa con una mujer bastante más grande que él (grande de tamaño, quiero decir). La relación no va bien, y ella le “casca” con cierta frecuencia. El hace poco por defenderse, entre otras cosas, para que su irascible mujer no llame a la policía y encima le acusen de malos tratos. Acepta como mal menor una tunda de determinado tamaño y entidad dentro de una frecuencia también determinada y más o menos asumida.
Un buen día, la irascible señora se pasa de la ración mensual y le deja lesiones de una cierta gravedad, que requieren de asistencia hospitalaria. En el hospital le entregan al hombre un parte de lesiones y éste, harto ya de su humillante existencia y en un arranque de indignación tan irrefrenable como insólito, se arma de valor y se presenta con él en una comisaría.
- Pero hombre de Dios –le dice el policía- que es Vd. un hombre casado, tiene Vd. dos hijos pequeños, ¿se da cuenta del paso que va a dar? Se carga Vd. su familia, piense en los niños… su madre denunciada por su padre…
El pobre hombre se deja convencer y vuelve a su casa sin interponer la denuncia.
Otro buen día, tras alguna carantoña y algún amarruco de esos que se dispensan hasta en matrimonios como el de nuestro pobre desgraciado, a éste no se le ocurre nada mejor que confesar a su irascible esposa que una vez a punto estuvo de denunciarla en la policía por la paliza que le había propinado.
No hubieron de pasar muchos días para que la irascible señora tuviera a bien administrarle una nueva ración de su tunda mensual, sólo que esta vez, y temerosa de verse sorprendida por la espalda, es la buena señora la que se presenta en un hospital y es la buena señora la que reclama, ahora ella, un parte de lesiones, que no se le pudo dispensar por la sencilla razón de no tenerlas, pero en el que, eso sí, consiguió que figurara una coletilla que decía algo así como “asegura la paciente que como consecuencia de los golpes recibidos y al presionarse en determinada parte de la cabeza, ésta le duele”.
Parte con el que se personó en una comisaría, con el que ningún policía intentó disuadirla de presentar la denuncia sino al contrario, y gracias al cual, le hizo pasar a su apocado maridín un par de diítas en un calabozo, inicio de un drama que ha llevado al pobre desgraciado, -cuyo caso, para colmo, mueve a esta sociedad insulsa y barrigona más a risa que compasión (pinche Vd. aquí si no se cree lo que le digo)-, a la auténtica indigencia económica y lo que es peor, humana.
Estas cosas ocurren señores, claro que ocurren, y habría que denunciarlas: la prensa la primera, que no todo es navegar a favor de lo políticamente correcto diciendo lo que a los lobbies a los que se refería el otro día el Sr. Gallardón (pinche aquí si le interesa el tema) les gusta escuchar.
El mundo, la realidad, no son tan sencillos como para encorsetarlos en clichés como el que convierte a todas las mujeres en buenas y a todos los hombres en malos. Muchas veces es al revés. De hecho, más-menos la mitad de las veces, como la mitad de los seres humanos somos hombres y la mitad mujeres. Deberíamos sacudirnos de una vez ese lenguaje ramplón, mediocre, simplista y allanador de lo políticamente correcto, convertido en el más eficaz y maléfico armamento por los que aspiran a imponer una verdadera dictadura del pensamiento en la sociedad, sin que los ciudadanos ni siquiera sepan cómo quejarse, y se olviden hasta de cómo se hace para pensar.
Y sin más por hoy, queridos amigos, aquí me despido, no sin desearles como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
Luis
Antequera
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