viernes, 17 de octubre de 2014

LAS RIQUEZAS DE LA IGLESIA FRENTE A LA POBREZA


Uno de los tópicos más frecuentes para criticar a la Iglesia Católica es el de aludir a “las riquezas del Vaticano”. Para ponderar con objetividad la consistencia de estas críticas, puede ser útil tomar en consideración algunos datos.


ORIGEN Y DESARROLLO HISTÓRICO DE LOS HECHOS

Los primeros cristianos eran gente sencilla. Hay un texto cristiano antiguo que habla sobre algunos parientes de Jesús vivían a finales del siglo I. Se trata de un relato que se atribuye a Hegesipo, referido por Eusebio de Cesarea , que dice lo siguiente:

“De la familia del Señor vivían todavía los nietos de Judas, pariente del Señor según la carne, a los cuales delataron por ser de la familia de David. El encargado los condujo a presencia del césar Domiciano (51-96 dC.), porque éste, al igual que Herodes, temía la venida de Cristo.

Y les preguntó si descendían de David. Ellos lo admitieron. Entonces les preguntó cuántas propiedades tenían o de cuánto dinero disponían. Ellos dijeron que entre los dos no poseían más que nueve mil denarios, la mitad de cada uno, y aún esto repetían que no lo poseían en metálico, sino que era el valor de sólo nueve fanegas de tierra, cuyos impuestos pagaban y que ellos mismos cultivaban para vivir.

Entonces le mostraron sus manos y adujeron como testimonio de su trabajo personal la dureza de sus cuerpos y los callos que se habían formado en sus propias manos por el continuo bregar.

Preguntados acerca de Cristo y de su reino: qué reino era éste y dónde y cuándo se manifestaría, dieron la explicación de que no era de este mundo ni terrenal, sino celeste y angélico, que se dará al final de los tiempos. Entonces vendrá él con toda su gloria y juzgará a vivos y muertos y dará a cada uno según sus obras.

Ante esta respuesta, Domiciano no los condenó a nada, sino que incluso los despreció como a gente vulgar. Los dejó libres y por decreto hizo que cesara la persecución contra la Iglesia.

Los que habían sido puestos en libertad estuvieron al frente de las iglesias, tanto por haber dado testimonio como por ser de la familia del Señor, y vuelta la paz, vivieron todavía hasta Trajano”.

En el año 258, el prefecto de la ciudad de Roma le pidió al Diacono Lorenzo que le los “tesoros” de la Iglesia. Al día siguiente el Diacono Lorenzo se presento con los leprosos, tullidos, ciegos, enfermos , viudas y huérfanos de Roma a los que atendía (unos 1500) y le dijo “estos son los tesoros de la Iglesia de Roma”. Lorenzo pago con su vida esta respuesta y murió asado en una parrilla después de innumerables tormentos.

Durante el Imperio Romano la Iglesia era una comunidad que no posee bienes económicos, sino sólo un mensaje personal de salvación, una fe intensa. En ese contexto podemos hablar de una Iglesia sin dinero. En un mundo dominado por el miedo al destino, un mundo poblado de fuerzas astrales y poderes demoníacos, los seguidores de Jesús han ofrecido a los hombres el testimonio de la confianza en Dios Padre y la experiencia de la caridad y el amor fraterno.

Un reciente estudio sociológico sobre la evolución demográfica del imperio romano ha puesto de manifiesto que la gran expansión de cristianismo en Roma tuvo lugar en una epidemia de peste, en la que la gente huía de la ciudad pero los cristianos se quedaron para ayudar a los enfermos. Muchos de ello murieron, pero su ejemplo no dejó a nadie indiferente.

La Iglesia era una comunidad totalmente “pobre” pero que generó en su entorno una inmensa riqueza humana y social, que se tradujo numerosos obras asistenciales, al servicio de sus miembros y de los necesitados. Creó la red más intensa de organización sociales al servicio de los más pobres. La Iglesia como tal no tenían dinero alguno, pero el dinero de las comunidades cristianas, recogido de los mismos fieles, sobriamente administrado, hacía posible cuidar a todos los huérfanos y a todas las viudas de la comunidad y a otros muchos de fuera de la comunidad.

Desde entonces, y a lo largo de los siglos, muchas personas han ido ayudando con sus bienes a esas obras de caridad, e incluso donándolos en sus testamentos a la Iglesia, conscientes de que es un modo seguro de ayudar a los demás.

SITUACIÓN ACTUAL

A lo largo de los siglos, con el esfuerzo de millones de donativos se fueron construyendo edificios sólidos para el culto, y también se fue destinando a esa función (que está en la base de la caridad) algunos objetos más nobles (pero que económicamente significan poco o nada para el conjunto de bienes que se emplean en la caridad). Además de un número incalculable de hospitales, centros asistenciales, residencias de ancianos, colegios, etc.

En la actualidad la casi totalidad de los medios económicos que gestiona la Iglesia se siguen dedicando a tareas asistenciales. Por ejemplo, hoy día aproximadamente la cuarta parte de los enfermos del sida que hay en el mundo están atendidos directamente por las instituciones de la Iglesia o por gente muy ligada con ella.

Las cifras son impresionantes. Cientos de miles de personas, especialmente religiosos y religiosas, con una mayoría numérica de éstas, trabajan desinteresadamente y han dedicado su vida a los pobres.

Por otra parte, la eficiencia de los bienes materiales gestionados por la Iglesia al servicio de la sociedad es indiscutible. Por ejemplo, cuando los socialistas llegaron al poder en Alemania, uno de los temas que se plantearon es si las instituciones de caridad debían correr a cargo de las Iglesias (hay que incluir también a los protestantes) o del Estado. Como eran personas inteligentes, llegaron pronto a un acuerdo: “el Estado alemán no tiene dinero suficiente para hacer lo que con cuatro marcos hacen las Iglesias”.

Además, para mantener todo eso necesitan edificios, sueldos de personal, etc. Las cantidades en todo el mundo, son ciertamente, muy grandes. Los presupuestos no están centralizados. Hay infinidad de instituciones, órdenes religiosas, fundaciones, etc. que gestionan sus servicios.

En lo que depende de cada diócesis (y de la Santa Sede directamente), hay unos medios económicos de funcionamiento cuyos ingresos proceden de las donaciones directas de los fieles, los réditos de fundaciones que tienen como fin sostener labores asistenciales o construir iglesias o edificios para esas labores. Hay un dinero de caja, y unos capitales que por voluntad fundacional no se pueden tocar para mantener esas labores con sus réditos.

La Iglesia católica destina sus recursos económicos principalmente a cinco áreas:

1) sostener al clero y a sus ministros,

2) al ejercicio de su apostolado en diversas formas y en distintos ámbitos de la vida pública,

3) mantener el culto y las actividades religiosas (se incluye la conservación de los templos y obras que la Iglesia administra así como el sueldo de los laicos contratados para ayudar en ello)

y 4) a acciones pastorales, caritativas, formativas y de promoción social.

EL MITO DE “LAS RIQUEZAS” DE LA IGLESIA.

A pesar de los datos y la información detallada que cualquiera que esté interesado puede conseguir acerca de los bienes materiales que gestiona la Iglesia, se ha convertido en un tópico vulgar afirmar que “se darían millones por las obras de arte que se encuentran en el Vaticano. Y ¡cuánto se podría ayudar con ese dinero en este mundo!”

Es verdad que el Museo Vaticano vale mucho dinero. Pero eso no se puede vender. Es patrimonio de la humanidad, aunque esté en manos de la Iglesia. Lo mismo que el gobierno español no puede vender el Museo del Prado para remediar una situación económica ruinosa. El Museo del Prado es propiedad de todas las generaciones de españoles, no sólo de la nuestra.

Y los italianos piensan lo mismo. No parece muy posible que un gobierno italiano puede permitir que los tesoros de los Museos Vaticanos salgan de Italia para ser vendidos a otro país. Sería, entre otras cosas, una ruina para la cantidad de gente que vive en Roma del turismo. Se trata de riquezas que por su propio carácter no pueden venderse y por tanto no se puede sacar dinero de ellas.

A nadie nos gustaría que la Iglesia vendiese la Catedral o la mejor Iglesia de nuestra ciudad o pueblo a un magnate de las finanzas para que la transporte a su finca de recreo, aunque con el dinero de la venta se atendiese a los pobres, ya que pensamos que ese monumento es una de las riquezas y orgullo de nuestro pueblo y que se debe quedar donde está.

Además, venderlo ¿no sería más bien pan para hoy, hambre para mañana?

Y son conocidas las desgracias experiencias de algunos clérigos que vendieron en beneficio de los pobres los “tesoros” de su parroquia: imágenes, cálices, custodias…

¿Qué pasó con el fruto de su venta? Siguen siendo pobres, pero si quieren ver lo mejor de sus raíces culturales y artísticas, tendrían que irse a las mansiones lujosas de sus nuevos propietarios. ¿Alguien puede pensar que esos cálices están mejor en vitrinas de las casas de los ricos que en un altar de cualquier iglesia?

Además, el problema de la pobreza no se arregla con una donación: es un problema de desarrollo y requiere un flujo permanente de recursos. Por ejemplo, ¿de qué serviría la donación de un hospital a un país que no contara con recursos para mantenerlo, pagar sueldos, comprar medicinas…? Hacer funcionar un hospital en no mucho tiempo es más caro que el hospital mismo…

¿Y LA CANTIDAD DE DINERO QUE MANEJA EL VATICANO?

En el balance del año 2009 existe un déficit de más de cuatro millones de euros.

En el balance presentado a los cardenales por el Cardenal Velasio De Paolis, Presidente de la Prefectura para los Asuntos Económicos de la Santa Sede, se explica que hubo un déficit total de 4 102 156 euros; que es la diferencia entre los ingresos (250 182 364) y los gastos (254 284 520 euros).

Las salidas se atribuyen sobre todo a los gastos ordinarios y extraordinarios de los dicasterios y organismos de la Santa Sede, en los que prestan servicio 2.762 personas, de los cuales 766 son eclesiásticos, 344 religiosos y 1.652 laicos.

Por lo que respecta al balance consolidado 2009 de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, se indica que la pérdida fue de casi 8 millones de euros. Las personas que trabajan bajo la jurisdicción de la Gobernación son 1.891.

Por último se presentó el balance del Óbolo de San Pedro, que está constituido por el conjunto de ofrecimientos que hacen al Santo Padre las Iglesias particulares, sobre todo con ocasión de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, así como de las contribuciones que hacen llegar los institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, las fundaciones y algunos fieles. La cantidad recaudada en 2009 fue de 82 529 417 dólares, que servirán para las obras de caridad del Pontífice.

Para hacerse una idea de lo que estas cifras significan, el presupuesto de la Santa Sede —es decir, de un Estado soberano con, entre otras cosas, una red de más de cien embajadas, «nunciaturas» y todos esos «ministerios» que son las congregaciones, además de los secretariados y un sinfín de oficinas—, ese presupuesto es igual a menos de la mitad del presupuesto del Parlamento italiano. En resumen, tan sólo los diputados y senadores que acuden a los dos edificios romanos (en otro tiempo pontificios) de Montecitorio y Palazzo Madama cuestan al contribuyente más del doble de lo que cuesta el Vaticano a los ochocientos millones de católicos en todo el mundo.

Francisco Varo

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