Es esta, una nefasta costumbre…, muy extendida entre las personas cuando
estas, están en conversaciones con otras personas, generalmente más de uno.
Cuando son dos lo que conversan es más raro que se de en algunos de los dos la
costumbre de hacerse el gracioso. Generalmente, las gracias consisten en la
ridiculización más o menos encubierta de alguien que incluso puede ser que esté
presente. ¿Qué es lo que le mueve al gracioso a ejercita su nefasta condición?
En la mayoría de los casos el afán de protagonismo, para que todo el mundo le
mencione, diciendo lo simpático que es fulano. Lo que ignora fulano es que en
la mayoría de los casos, muchos piensan que ¡maldita sea su gracia! y sobre
todo el que ha sido la victima de la gracia, ese sí que se siente ofendido en
mayor o menor grado y muchas veces lo que piensa, pero no dice del gracioso que
es un imbécil. Por educación y en otros casos, por ofrecerle al señor el
sacrificio de su silencio, no dice nada, incluso puede ser que se sonría.
Es muy peligroso y sobre todo no cristiano, jugar con los sentimientos
de los demás, para hacerse el gracioso. Los sentimientos, las costumbres, la
conducta, su seriedad o simpatía forma parte sustancial de la persona a la que
se le puede ofender, muchas veces sin querer y otras para obtener de los demás,
una sonrisa del comentario jocoso del chistoso. Como los demás la mayoría de
las veces por educación se callan o se sonríen, del comentario del jocoso. Y lo
que es peor, el jocoso cree que su comentario ha tenido éxito y se va formando
en él una reiteración en sus jocosos comentarios, lo que determina que esto
llegue a ser una norma de su conducta.
Si todo queda dentro de unos límites racionales, todo es tolerable, pero
lo peor es cuando el jocoso aumenta el nivel de sus intervenciones y un día,
cuando no lo espera y por algo que él juzga que no tiene importancia, se
encuentra, con alguien de malas pulgas que le para los pies, ante el silencio
de los demás. Hay personas que manifiestan su desagrado cuando alguien hace un
comentario jocoso sobre otro, manteniéndose en silencio, poniendo cara larga,
pero mientras no se muestre el desagrado por el comentario o la frase jocosa,
con palabras de no aceptación, el jocoso es tan cretino, que no capta la
situación y cree que debe de elevar el tono de sus comentarios para que todo el
mundo le ría la gracia.
Desde luego que hay personas, que sin ofender a nadie, tienen la
habilidad de hacer comentarios jocosos, pero esta clase de personas son las que
menos existen. El empleo de la ironía, es siempre un terreno muy resbaladizo,
porque intencionadamente o sin intención de ofender, siempre se termina
ofendiendo a alguien. Si lo nuestro como cristianos católicos, es seguir el
camino de la imitación de Cristo, al leer los evangelios, veremos que en ningún
caso ni situación alguna Cristo echo mano de la ironía y el gracejo para ganar
adeptos. Y no es que le faltase, capacidad mental para saber utilizar a tiempo,
una ironía o un comentario jocoso. Dentro de su misión en este mundo, no se
encontraba el empleo de la ironía, ni la degradación mental de sus enemigos,
para ganar adeptos, tal como se hace en la política.
Son tristes las campañas electorales, en el mundo de la política, donde
se estima como argumento decisivo para ganar votos, el airear los trapos sucios
de la vida del su oponente. Todavía a pesar de mis muchos años y haber visto
muchas cosas que desearía no haber visto, he encontrado un político que
reconociese una sola bondad en su oponente. Y es de suponer que por muy
negativa que sea una persona y muy degradada que sea su conducta, algo bueno,
todo el mundo lo tiene. Pero la política es la política que todo lo envenena.
Recuerdo una vez que fui a un monasterio, no importa la orden eclesiástica de
que se trataba, en el que en el comedor de la residencia adjunta, para personas
que querían hacer un retiro, había un letrero que decía: “Se prohíbe hablar de política”
y es que la política todo lo envenena.
Me decía una vez un amigo:: Mira si hay en el mundo una palabra más
dulce que exprese más amor y que todos veneramos, que es la palabra “madre”,
pero xi le añades el adjetivo de “política” la conviertes en “suegra” y es que
la política todo lo envenena.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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