«No anunciamos a Jesucristo para que nuestra comunidad tenga el máximo
de miembros posibles, ni mucho menos por el poder. Hablamos de Él porque
sentimos el deber de transmitir la alegría que nos ha sido donada». Son
palabras del primer mensaje público de Benedicto XVI como Papa emérito, leído
en la Universidad Pontificia Urbaniana con motivo del bautizo de su aula magna
con el nombre del Pontífice
Noticia digital (23-X-2014)
Por primera vez después de su renuncia a la Sede de Pedro, el Papa
emérito Benedicto XVI ha hecho público un mensaje. Lo ha enviado a la
Pontificia Universidad Urbaniana, que este miércoles inauguró su recién
restaurada aula magna, a la que se le ha puesto el nombre del Papa alemán. El
mensaje del Santo Padre emérito fue leído por monseñor Georg Gänswein, prefecto
de la Casa Pontificia, presente en la inauguración.
El mensaje de Benedicto XVI recuerda que «no anunciamos a Jesucristo
para que nuestra comunidad tenga el máximo de miembros posibles, ni mucho menos
por el poder. Hablamos de Él porque sentimos el deber de transmitir la alegría
que nos ha sido donada».
La definición de la Iglesia como católica nos recuerda que la Iglesia de
Jesucristo ya no comprende un solo pueblo o una sola cultura, «sino que desde
el inicio estaba destinada a la humanidad». Desde entonces, la Iglesia ha
crecido en todos los continentes, como mostraban los rostros de los estudiantes
reunidos en el aula.
Sin embargo, hoy surge la pregunta de si «de verdad la misión sigue
siendo algo de actualidad. ¿No sería más apropiado encontrarse en el diálogo
entre las religiones y servir junto las causa de la paz en el mundo?» Este modo
de pensar presupone, la mayoría de las veces, que «las distintas religiones
sean una variante de una única y misma realidad». Esta renuncia a la verdad
«parece real y útil para la paz entre las religiones del mundo. Y aún así sigue
siendo letal para la fe».
Sin embargo, los cristianos «estamos convencidos que, en el silencio»,
las demás religiones «esperan el encuentro con Jesucristo, la luz que viene de
Él, que sola puede conducirles completamente a su verdad. Y Cristo les espera.
El encuentro con Él no es la irrupción de un extraño que destruye su propia
cultura o su historia». El cristianismo, «por un lado mira con gran respeto a
la profunda espera y la profunda riqueza de las religiones, pero, por otro
lado, ve en modo crítico también lo que es negativo. Sin decir que la fe cristiana
debe siempre desarrollar de nuevo esta fuerza crítica respecto a su propia
historia religiosa».
Otro argumento «más simple» del Papa emérito a favor de la labor
misionera de la Iglesia es que «la alegría exige ser comunicada. El amor exige
ser comunicado. La verdad exige ser comunicada. Quien ha recibido una gran
alegría, no puede guardársela solo para sí mismo, debe transmitirla. Lo mismo
vale para el don del amor, para el don del reconocimiento de la verdad que se
manifiesta».
Alfa y Omega
MENSAJE COMPLETO DE BENEDICTO XVI
Quisiera en primer lugar expresar mi cordial agradecimiento al Rector
Magnífico y a las autoridades académicas de la Pontificia Universidad
Urbaniana, a los oficiales mayores, y a los representantes de los estudiantes
por su propuesta de titular en mi nombre el Aula Magna reestructurada. Quisiera
agradecer de modo particular al Gran Canciller de la Universidad, el Cardenal
Fernando Filoni, por haber acogido esta iniciativa. Es motivo de gran alegría
para mí poder estar siempre así presente en el trabajo de la Pontificia
Universidad Urbaniana.
En el curso de las diversas visitas que he podido hacer como Prefecto de
la Congregación para la Doctrina de la Fe, siempre me ha impresionado la
atmosfera de la universalidad que se respira en esta universidad, en la cual
jóvenes provenientes prácticamente de todos los países de la tierra se preparan
para el servicio al Evangelio en el mundo de hoy. También hoy veo interiormente
ante mí, en este aula, una comunidad formada por muchos jóvenes que nos hacen
percibir de modo vivo la estupenda realidad de la Iglesia Católica.
Católica: Esta definición de la Iglesia, que pertenece a la profesión de fe
desde los tiempos antiguos, lleva consigo algo del Pentecostés. Nos recuerda
que la Iglesia de Jesucristo no miró a un solo pueblo o a una sola cultura,
sino que estaba destinada a la entera humanidad. Las últimas palabras que Jesús
dice a sus discípulos fueron: Id y haced discípulos a todos los pueblos.
Y en el momento del Pentecostés los apóstoles hablaron en todas las lenguas,
manifestando por la fuerza del Espíritu Santo, toda la amplitud de su fe.
Desde entonces la Iglesia ha crecido realmente en todos los continentes.
Vuestra presencia, queridos estudiantes, refleja el rostro universal de la
Iglesia. El profeta Zacarías anunció un reino mesiánico que habría ido de mar a
mar y sería un reino de paz. Y en efecto, allá donde es celebrada la Eucaristía
y los hombres, a partir del Señor, se convierten entre ellos un solo cuerpo, se
hace presente algo de aquella paz que Jesucristo había prometido dar a sus
discípulos. Vosotros, queridos amigos, sed cooperadores de esta paz que, en un
mundo rasgado y violento, hace cada vez más urgente edificar y custodiar. Por
eso es tan importante el trabajo de vuestra universidad, en la cual queréis
aprender a conocer más de cerca de Jesucristo para poder convertiros en sus
testigos.
El Señor Resucitado encargó a sus discípulos, y a través de ellos a los
discípulos de todos los tiempos, que llevaran su palabra hasta los confines de
la tierra y que hicieran a los hombres sus discípulos. El Concilio Vaticano II,
retomando en el decreto Ad Gentes una tradición constante, sacó a la luz las
profundas razones de esta tarea misionera y la confió con fuerza renovada a la
Iglesia de hoy.
¿Pero todavía sirve? Se preguntan muchos hoy dentro y fuera de la
Iglesia ¿de verdad la misión sigue siendo algo de actualidad? ¿No sería más
apropiado encontrarse en el diálogo entre las religiones y servir junto las
causa de la paz en el mundo? La contra-pregunta es: ¿El diálogo puede sustituir
a la misión? Hoy muchos, en efecto, son de la idea de que las religiones
deberían respetarse y, en el diálogo entre ellos, hacerse una fuerza común de
paz. En este modo de pensar, la mayoría de las veces se presupone que las
distintas religiones sean una variante de una única y misma realidad, que religión
sea un género común que asume formas diferentes según las diferentes culturas,
pero que expresa una misma realidad. La cuestión de la verdad, esa que en un
principio movió a los cristianos más que a nadie, viene puesta entre
paréntesis. Se presupone que la auténtica verdad de Dios, en un último análisis
es alcanzable y que en su mayoría se pueda hacer presente lo que no se puede
explicar con las palabras y la variedad de los símbolos. Esta renuncia a la
verdad parece real y útil para la paz entre las religiones del mundo. Y aún así
sigue siendo letal para la fe.
En efecto, la fe pierde su carácter vinculante y su seriedad si todo se
reduce a símbolos en el fondo intercambiables, capaces de posponer solo de
lejos al inaccesible misterio divino.
Queridos amigos, veis que la cuestión de la misión nos pone no solamente
frente a las preguntas fundamentales de la fe, sino también frente a la
pregunta de qué es el hombre. En el ámbito de un breve saludo, evidentemente no
puedo intentar analizar de modo exhaustivo esta problemática que hoy se refiere
a todos nosotros. Quisiera al menos hacer mención a la dirección que debería
invocar nuestro pensamiento. Lo hago desde dos puntos de partida.
PRIMER PUNTO DE PARTIDA
1. La opinión común es que las religiones estén por así decirlo, una
junto a otra, como los continentes y los países en el mapa geográfico. Todavía
esto no es exacto. Las religiones están en movimiento a nivel histórico, así
como están en movimiento los pueblos y las culturas. Existen religiones que
esperan. Las religiones tribales son de este tipo: tienen su momento histórico
y todavía están esperando un encuentro mayor que les lleve a la plenitud.
Nosotros como cristianos, estamos convencidos que, en el silencio, estas
esperan el encuentro con Jesucristo, la luz que viene de Él, que sola puede
conducirles completamente a su verdad. Y Cristo les espera. El encuentro con Él
no es la irrupción de un extraño que destruye su propia cultura o su historia.
Es, en cambio, el ingreso en algo más grande, hacia el que están en camino. Por
eso, este encuentro es siempre, al mismo tiempo, purificación y maduración. Por
otro lado, el encuentro es siempre recíproco. Cristo espera su historia, su
sabiduría, su visión de las cosas.
Hoy vemos cada vez más nítido otro aspecto: mientras en los países de su
gran historia, el cristianismo se convirtió en algo cansado y algunas ramas del
gran árbol nacido del grano de mostaza del Evangelio se secan y caen a la
tierra, del encuentro con Cristo de las religiones en espera brota nueva vida.
Donde antes solo había cansancio, se manifiestan y llevan alegría las nuevas
dimensiones de la fe.
2. La religiones en sí mismas no son un fenómeno unitario. En ellas
siempre van distintas dimensiones. Por un lado está la grandeza del sobresalir,
más allá del mundo, hacia Dios eterno. Pero por otro lado, en esta se
encuentran elementos surgidos de la historia de los hombres y de la práctica de
las religiones. Donde pueden volver sin lugar a dudas cosas hermosas y nobles,
pero también bajas y destructivas, allí donde el egoísmo del hombre se ha
apoderado de la religión y, en lugar de estar en apertura, la ha transformado
en un encerrarse en el propio espacio.
Por eso, la religión nunca es un simple fenómeno solo positivo o solo
negativo: en ella los dos aspectos se mezclan. En sus inicios, la misión
cristina percibió de modo muy fuerte sobre todo los elementos negativos de las
religiones paganas que encontró. Por esta razón, el anuncio cristiano fue en un
primer momento estrechamente crítico con las religiones. Solo superando sus
tradiciones que en parte consideraba también demoníacas, la fe pudo desarrollar
su fuerza renovadora. En base a elementos de este tipo, el teólogo evangélico
Karl Barth puso en contraposición religión y fe, juzgando la primera en modo
absolutamente negativo como comportamiento arbitrario del hombre que trata, a
partir de sí mismo, de apoderarse de Dios. Dietrich Bonhoeffer retomó esta
impostación pronunciándose a favor de un cristianismo sin religión. Se trata
sin duda de una visión unilateral que no puede aceptarse. Y todavía es correcto
afirmar que cada religión, para permanecer en el sitio debido, al mismo tiempo
debe también ser siempre crítica de la religión. Claramente esto vale, desde
sus orígenes y en base a su naturaleza, para la fe cristiana, que, por un lado
mira con gran respeto a la profunda espera y la profunda riqueza de las
religiones, pero, por otro lado, ve en modo crítico también lo que es negativo.
Sin decir que la fe cristiana debe siempre desarrollar de nuevo esta fuerza
crítica respecto a su propia historia religiosa.
Para nosotros los cristianos, Jesucristo es el Logos de Dios, la luz que
nos ayuda a distinguir entre la naturaleza de las religiones y su distorsión.
3. En nuestro tiempo se hace cada vez más fuerte la voz de los que
quieren convencernos de que la religión como tal está superada. Solo la razón
crítica debería orientar el actuar del hombre. Detrás de símiles concepciones
está la convicción de que con el pensamiento positivista la razón en toda su
pureza se ha apoderado del dominio. En realidad, también este modo de pensar y
de vivir está históricamente condicionado y ligado a determinadas culturas
históricas. Considerarlo como el único válido disminuiría al hombre,
sustrayéndole dimensiones esenciales de su existencia. El hombre se hace más
pequeño, no más grande, cuando no hay espacio para un ethos que, en base a su
naturaleza auténtica retorna más allá del pragmatismo, cuando no hay espacio
para la mirada dirigida a Dios. El lugar de la razón positivista está en los
grandes campos de acción de la técnica y de la economía, y todavía esta no
llega a todo lo humano. Así, nos toca a nosotros que creamos abrir de nuevo las
puertas que, más allá de la mera técnica y el puro pragmatismo, conducen a toda
la grandeza de nuestra existencia, al encuentro con Dios vivo.
SEGUNDO PUNTO DE PARTIDA
1. Estas reflexiones, quizá un poco difíciles, deberían mostrar que hoy,
en un modo profundamente mutuo, sigue siendo razonable el deber de comunicar a
los otros el Evangelio de Jesucristo.
Todavía hay un segundo modo, más simple, para justificar hoy esta tarea.
La alegría exige ser comunicada. El amor exige ser comunicado. La verdad exige
ser comunicada. Quien ha recibido una gran alegría, no puede guardársela solo
para sí mismo, debe transmitirla. Lo mismo vale para el don del amor, para el
don del reconocimiento de la verdad que se manifiesta.
Cuando Andrés encontró a Cristo, no pudo hacer otra cosa que decirle a
su hermano: «Hemos encontrado al Mesías». Y Felipe, al cual se le donó el mismo
encuentro, no pudo hacer otra cosa que decir a Bartolomé que había encontrado a
aquél sobre el cual habían escrito Moisés y los profetas. No anunciamos a
Jesucristo para que nuestra comunidad tenga el máximo de miembros posibles, y
mucho menos por el poder. Hablamos de Él porque sentimos el deber de transmitir
la alegría que nos ha sido donada.
Seremos anunciadores creíbles de Jesucristo cuando lo encontremos
realmente en lo profundo de nuestra existencia, cuando, a través del encuentro
con Él, nos sea donada la gran experiencia de la verdad, del amor y de la
alegría.
2. Forma parte de la naturaleza de la religión la profunda tensión entre
la ofrenda mística de Dios, en la que se nos entrega totalmente a Él, y la
responsabilidad para el prójimo y para el mundo por Él creado. Marta y María
son siempre inseparables, también si, de vez en cuando, el acento puede recaer
sobre la una o la otra. El punto de encuentro entre los dos polos es el amor
con el cual tocamos al mismo tiempo a Dios y a sus Criaturas. ‘Hemos conocido y
creído al amor’: esta frase expresa la auténtica naturaleza del cristianismo.
El amor, que se realiza y se refleja de muchas maneras en los santos de todos
los tiempos, es la auténtica prueba de la verdad del cristianismo.
Traducción: Aciprensa
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