Hacía
tiempo que no leía nada tan lúcido y certero como la acusación hecha por el
cardenal George, de Chicago, contra su propio país, Estados Unidos. Quizá, si
esa acusación hubiera llegado desde fuera, habría sido rechazada como un signo
del antiamericanismo que existe en muchos sitios del mundo. Pero ha sido un
cardenal norteamericano el que la ha hecho. Y con razón.
Porque si Estados Unidos se ha presentado -esa es su estrategia- como el paladín de la libertad y de la democracia, poco a poco ha ido transformándose en una nación que tanto dentro como fuera de sus fronteras impone una ley que no respeta ni los derechos humanos ni la libertad de conciencia. Y esto no son palabras mías, sino del cardenal George. El laicismo -es decir, lo que Benedicto XVI denominó la "dictadura del relativismo"- es la nueva "religión de Estado" que se ha impuesto en Estados Unidos y que éste promueve por doquier en el mundo, a veces con ingentes cantidades de dinero y en otras ocasiones con innobles presiones a países pobres para que secunden sus planes en los foros internacionales.
El laicismo dicta sus leyes -como la del aborto, la eutanasia o, ahora en el propio Estados Unidos, la de obligar a los empresarios a pagar anticonceptivos y abortivos a sus empleados- y castiga a los que no las cumplen. Hay una verdadera persecución, ya no solapada, en ese país contra los que se atreven a oponerse a la "religión oficial" del régimen. Cierto que con Obama la situación ha llegado a su máximo, pero él no ha sido más que el punto final de una carrera que comenzó hace muchos años dentro del Partido Demócrata y que, por desgracia, muchos católicos contribuyeron a afianzar con sus votos.
El terrorismo, cualquier terrorismo, no admite justificación alguna, ni tan siquiera admite atenuantes. Ha de ser condenado sin paliativos siempre. Pero deberíamos hacernos algunas preguntas para entender las causas o al menos los argumentos que los terroristas presentan, sobre todo para rebatirlos. Porque resulta que es el laicismo de países como Estados Unidos y sus aliados -la mayoría de las naciones europeas entre ellas- lo que sirve de excusa a los islamistas para decir que deben defender su religión de los ataques que le vienen desde Occidente. A una dictadura -la del relativismo- le imponen la otra -la de la ley islámica-. Y quien padece, en medio de ambas tiranías, es el hombre que quiere vivir en libertad su fe o su no fe, que simplemente quiere ser fiel a su conciencia sin que de un lado o de otro le estén acosando, insultando o incluso asesinando. Alguno podrá decir que en Estados Unidos no se mata a nadie por no querer cumplir las leyes laicistas y que en los países islamistas sí. ¿Seguro que esto es así? ¿Y los miles muertos por el aborto? Las dictaduras, sean las que sean, siempre dejan sus rastros de sangre y de dolor, aunque los que las apoyan se nieguen a verlo y digan que esas víctimas son en realidad culpables y merecedoras de su castigo.
Gracias, cardena George.
Santiago Martín
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