Un conocido mío, sabedor de mi
condición de creyente, se dirige a mi muy enfadado.
-El obispo ha robado al pueblo
-¿En serio?
-El obispo ha robado al pueblo
-¿En serio?
Por un momento me viene a la
cabeza la imagen de mi obispo vestido de bandolero, montado en caballo y
asaltando trabuco en mano a los que andan por los caminos. O quizá algo más
moderno como un hacker que ha conseguido entrar en las cuentas bancarias de los
vecinos y ha transferido todo el dinero a otra secreta a su nombre en las Islas
Caimán. Pero la verdad es que ninguna de las posibilidades me cuadra.
§
¿Y qué es lo que ha hecho?
§
Ha puesto a su nombre la iglesia
que era del pueblo- en realidad era a nombre de la diócesis, pero no creo que
eso le importe
§
Y si ha hecho eso, ¿por qué no
vas y lo denuncias?
§
Porque ha utilizado una ley que
le permite poner a su nombre los templos que no tienen propietario inscrito en
el registro inmobiliario.
§
Pero si ha obrado conforme a la
ley – le respondo - no puedes decir que ha robado.
§
No me convencerás- me responde-
lo que ha hecho es robar.
Como efectivamente no iba a convencerlo
ni tenía tampoco ningún interés en hacerlo no seguí con la conversación. Pero
por simple curiosidad traté de averiguar qué era exactamente a lo que se
refería y efectivamente se trataba de la parroquia del casco antiguo de un
precioso pueblo costero de Valencia.
En mi diócesis, al igual que en
otras muchas partes de España y del mundo, muchos templos fueron levantados por
los propios vecinos, bien con su trabajo físico o bien con sus aportaciones
económicas. Se cuenta el caso de otra localidad de mi tierra, Cullera, en la
que todos los vecinos colaboraron subiendo los materiales para la construcción
de un templo a la Virgen en lo alto de la colina, de tal manera que hasta las
mujeres que tenían bebés les ponían una piedrecita en la mano y subían con
ellos a depositarla para que pudiesen decir que incluso los niños más pequeños
habían contribuido.
O el caso de La Pobla de
Vallbona, en que la obra fue realizada con sólo 2 o 3 albañiles profesionales
mientras que el resto de los que trabajaron en ella eran vecinos que
colaboraron de forma desinteresada al finalizar sus propias jornadas laborales.
Pero volvamos al caso. No conozco
los detalles de la ley en cuestión (ni me interesan tampoco) pero al parecer
muchos de los templos así construidos no fueron registrados por propietario
alguno, eran simplemente “del pueblo”, pero cuando la ley inmobiliaria impuso
que todas las construcciones deberían estar registradas incluyendo propietario
de las mismas, tanto personas como sociedades, incluyó un artículo en el que
facultaba a la diócesis de cada lugar a registrar los templos destinados al
culto a su nombre.
Cuando en este caso el obispo así
lo hizo, los políticos izquierdosos de la localidad azuzaron a los vecinos
presentando el caso como que la Iglesia había robado una propiedad del pueblo.
Curiosamente eran los mismos políticos que ni habían pisado el templo en años y
que si no fuera porque el campanario sobresalía entre la silueta de las casas
vecinas no sabrían ni dónde estaba.
Estos mismos decían que siendo el
ayuntamiento el representante legítimo del pueblo, el templo debiera haberse
registrado, como así había ocurrido en otras localidades, como propiedad
municipal. ¿Sería esto lo más correcto?. Hagamos una reflexión. Los vecinos que
contribuyeron a la erección de la iglesia serían los propietarios “morales” del
mismo, pero teniendo en cuenta que todos ellos habrían fallecido,
correspondería a sus herederos, pero aparte de ser algo jurídicamente
complicado es difícil que se herede una propiedad moral.
Pero lo que sí que resultaría más
sencillo es tratar de respetar la voluntad de los mismos y su intención. Parece
obvio decir que cuando el pueblo construyó la iglesia lo hicieron porque
querían celebrar en ella la santa misa y los demás sacramentos, otra cosa sería
ilógica, y por tanto una vez hecho lo pusieron a disposición del obispo del
lugar para que este designara los sacerdotes que estimase oportunos para
realizar este servicio. ¿Quién garantizaría mejor por tanto que este servicio
siguiera realizándose tal como querían quienes lo llevaron a cabo, el
ayuntamiento o el obispado?. Parecería obvio que el segundo, pero pongamos
varios casos posibles.
Si el ayuntamiento fuese el
propietario y el próximo alcalde fuese alguien de marcada ideología laicista
nada le impediría, como administrador legal del inmueble, destinarlo a otros
usos y reconvertirlo en una biblioteca, o una sala de conferencias o venderlo a
cualquier promotor inmobiliario para que lo derribase y construyese un edificio
de apartamentos... o tampoco tendría ningún impedimento para que, considerando
que el Estado es aconfesional, permitir que se siguiesen celebrando misas en el
lugar pero compartiendo el recinto con otros grupos y actividades, desde un
recital de música clásica o la presentación de un libro a una exposición de
arte erótico o un congreso de feministas pro-aborto o una macrofiesta con DJ´s.
Naturalmente es de esperar que el
alcalde de turno actuase con sentido común y pudiese entender que determinadas
actividades no serían muy apropiadas para un lugar así, pero teniendo en cuenta
que el sentido común es el menos común de los sentidos, o que mucha gente actúa
más por filias, fobias y prejuicios que con sensatez, todo es posible.
Para muestra un botón. Hace años
se rodaba una serie de TV para la extinta emisora Canal 9. Pidieron permiso al
párroco del lugar para poder rodar unas escenas en el interior del templo a lo
que amablemente accedió hasta que llegó a sus manos el guión del capítulo a
filmar. Se trataba de una escena supuestamente cómica (maldita la gracia que
tenía) en la que el cura del pueblo perseguía a una moza de buen ver alrededor
del altar mayor con intenciones sexuales, mientras ésta de forma pícara fingía
resistirse alborozada. Naturalmente el párroco retiró el permiso, pero la
productora consiguió rodar la escena en la ermita de un pueblo vecino que era
de propiedad municipal.
Sea como
sea el templo, hasta la inscripción del propietario en el registro
inmobiliario, tenía como uso la celebración de un par de misas el fin de semana
además de catequesis de comunión y otras actividades pastorales, y después de
formalizado el documento se usó para... exactamente lo mismo.
José Luis Rubio
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