Cuando
hablamos de campanas e intentamos realizar una reseña sobre su historia, es
preciso diferenciar entre el mero instrumento musical, con una antigüedad, como
veremos, indefinida en el tiempo, y las grandes campanas en el campanario,
mucho más recientes. Como el tema es bastante extenso, nos concentraremos hoy
en su primera parte, para acometer en otra ocasión la segunda.
El uso del metal para la emisión más o menos agradable de sonidos es muy antiguo y se encuentra en muchas civilizaciones muy diferentes. El ambiente precristiano no es ajeno a semejante uso, y de hecho, el Exodo registra también una breve mención a las campanas, bien que sea la única en todo el Pentateuco:
“En todo su ruedo inferior harás granadas de púrpura violeta y escarlata, de carmesí y lino fino torzal; y entre ellas, también alrededor, pondrás campanillas de oro: una campanilla de oro y una granada; otra campanilla de oro y otra granada” (Ex. 28, 33-34, reiterada en Ex. 39, 25-26)
A lo largo del Antiguo Testamento existe todavía alguna otra referencia al tema, pocas en cualquier caso. En el Eclesiástico nos encontramos con ésta, muy parecida a la del Exodo pero con la ventaja de que explica con claridad la finalidad que de la campana se espera:
“Le colocó granadas en los bordes de sus vestidos y muchas campanillas de oro todo alrededor, para que tintinearan al caminar, y resonaran por todo el templo, como memorial para los hijos de su pueblo”. (Ec. 45, 9)
En el ámbito clásico, relata el griego Estrabón (63 a.C.-24 d.C.) que la apertura de los mercados se hacía con un “kodon”, mismo instrumento que según Aristóteles portaba un sereno nocturno. Y el poeta hispanorromano Marcial (40-104) que la de los baños públicos se hacía con un bien onomatopéyico “tintinnabulum”, que nos indica de manera bien descriptiva hasta la clase de sonido que emitía, aunque quepa preguntarse todavía qué grado de similitud tenían semejantes instrumentos con las que hoy denominamos “campanas”.
En la literatura paleocristiana nos pasa algo semejante con palabras como “signum” o “docca”. La primera es frecuentemente utilizada por San Gregorio de Tours (c. 585), quien hasta menciona una cuerda que se usaba para golpearlas, instrumento que sonaba antes de los servicios religiosos o servía para despertar a los monjes. En la “Vida de San Columbano” escrita en el año 615, se nos informa de que cuando uno de los monjes agonizaba, Columbano reunió a la comunidad mediante el tañido de un “signum”. Las “Constituciones” atribuidas a San Cesáreo de Arles (c. 513) y la “Regla de San Benito” (c. 540) también usan la palabra.
Una exploración etimológica del término nos lleva por dos caminos. Por un lado, la palabra “campana”, que aparece por primera vez en el sur de Italia hacia el año 515 en una carta del diácono Ferrando al abad Eugipio. Es utilizada por Cumiano hacia el año 665, y por Beda hacia el 710. Una alusión en el Liber Pontificalis a la que aludiremos cuando hablemos de los campanarios, incluso llevará a algunos a pensar que las campanas tienen su origen en la región italiana de Campania.
Interesante teoría es la que asocia la invención de las campanas a San Paulino de Nola (355-431), retrotrayendo de este modo su uso eclesiástico a un temprano s. IV. Algo que con toda probabilidad deriva de una fábula del poeta Avianus de la segunda mitad del s. II en el que designa un instrumento parecido a la campana como “nola”:
“Hunc dominus, ne quem probitas simulatae lateret, Jusserat in rabido gutture ferre nolam”.
Añádase a ello que Paulino fue obispo de Nápoles, precisamente en Campania, y tiene Vd. servido en bandeja el origen del mito. Tan arraigado, que algunos consideran al de Nola santo patrono de los campaneros.
El segundo camino nos lleva a la palabra “clocca”, que da “cloche” en francés, “Glocke” en alemán y “clock” en inglés, la cual, de origen irlandés, la encontramos en la “Vida de San Columbkill” de San Adamnan de Iona (627-704) y en el “Libro de Armagh” del s. IX.
De este género, campana manual, a nuestros días ha llegado un gran número. Quizás sea la más famosa la “clog-an-edachta” o “campana-del-testamento” de San Patricio (387-h.460), conservada el National Museum of Ireland, en Dublín, hallada en la tumba del santo y del s. V. Existen otras como la de San Senan (c. 540) y San Mura; hay varias en Escocia y Gales. Algo más tarde se comenzó a fundir campanillas de bronce, y una muestra de este tipo es la de Chumascach, mayordomo de la Iglesia de Armagh, muerto en 904. Otra campana temprana de tamaño pequeño, se conserva en el Museo de Córdoba del año 925. La archidiócesis de Mérida en Venezuela conserva dos campanas fechadas en los años 909 y 912, llevadas a América por los misioneros españoles.
Y por hoy poco más, salvo la promesa de que en breve, les hablaré de las grandes campanas, esas que cuelgan de las torres de las iglesias y tan agradablemente animan la vida de nuestros pueblecitos anunciándonos las horas y los grandes eventos de la vida cotidiana. Por hoy, que hagan mucho bien y no reciban menos. Mañana más.
El uso del metal para la emisión más o menos agradable de sonidos es muy antiguo y se encuentra en muchas civilizaciones muy diferentes. El ambiente precristiano no es ajeno a semejante uso, y de hecho, el Exodo registra también una breve mención a las campanas, bien que sea la única en todo el Pentateuco:
“En todo su ruedo inferior harás granadas de púrpura violeta y escarlata, de carmesí y lino fino torzal; y entre ellas, también alrededor, pondrás campanillas de oro: una campanilla de oro y una granada; otra campanilla de oro y otra granada” (Ex. 28, 33-34, reiterada en Ex. 39, 25-26)
A lo largo del Antiguo Testamento existe todavía alguna otra referencia al tema, pocas en cualquier caso. En el Eclesiástico nos encontramos con ésta, muy parecida a la del Exodo pero con la ventaja de que explica con claridad la finalidad que de la campana se espera:
“Le colocó granadas en los bordes de sus vestidos y muchas campanillas de oro todo alrededor, para que tintinearan al caminar, y resonaran por todo el templo, como memorial para los hijos de su pueblo”. (Ec. 45, 9)
En el ámbito clásico, relata el griego Estrabón (63 a.C.-24 d.C.) que la apertura de los mercados se hacía con un “kodon”, mismo instrumento que según Aristóteles portaba un sereno nocturno. Y el poeta hispanorromano Marcial (40-104) que la de los baños públicos se hacía con un bien onomatopéyico “tintinnabulum”, que nos indica de manera bien descriptiva hasta la clase de sonido que emitía, aunque quepa preguntarse todavía qué grado de similitud tenían semejantes instrumentos con las que hoy denominamos “campanas”.
En la literatura paleocristiana nos pasa algo semejante con palabras como “signum” o “docca”. La primera es frecuentemente utilizada por San Gregorio de Tours (c. 585), quien hasta menciona una cuerda que se usaba para golpearlas, instrumento que sonaba antes de los servicios religiosos o servía para despertar a los monjes. En la “Vida de San Columbano” escrita en el año 615, se nos informa de que cuando uno de los monjes agonizaba, Columbano reunió a la comunidad mediante el tañido de un “signum”. Las “Constituciones” atribuidas a San Cesáreo de Arles (c. 513) y la “Regla de San Benito” (c. 540) también usan la palabra.
Una exploración etimológica del término nos lleva por dos caminos. Por un lado, la palabra “campana”, que aparece por primera vez en el sur de Italia hacia el año 515 en una carta del diácono Ferrando al abad Eugipio. Es utilizada por Cumiano hacia el año 665, y por Beda hacia el 710. Una alusión en el Liber Pontificalis a la que aludiremos cuando hablemos de los campanarios, incluso llevará a algunos a pensar que las campanas tienen su origen en la región italiana de Campania.
Interesante teoría es la que asocia la invención de las campanas a San Paulino de Nola (355-431), retrotrayendo de este modo su uso eclesiástico a un temprano s. IV. Algo que con toda probabilidad deriva de una fábula del poeta Avianus de la segunda mitad del s. II en el que designa un instrumento parecido a la campana como “nola”:
“Hunc dominus, ne quem probitas simulatae lateret, Jusserat in rabido gutture ferre nolam”.
Añádase a ello que Paulino fue obispo de Nápoles, precisamente en Campania, y tiene Vd. servido en bandeja el origen del mito. Tan arraigado, que algunos consideran al de Nola santo patrono de los campaneros.
El segundo camino nos lleva a la palabra “clocca”, que da “cloche” en francés, “Glocke” en alemán y “clock” en inglés, la cual, de origen irlandés, la encontramos en la “Vida de San Columbkill” de San Adamnan de Iona (627-704) y en el “Libro de Armagh” del s. IX.
De este género, campana manual, a nuestros días ha llegado un gran número. Quizás sea la más famosa la “clog-an-edachta” o “campana-del-testamento” de San Patricio (387-h.460), conservada el National Museum of Ireland, en Dublín, hallada en la tumba del santo y del s. V. Existen otras como la de San Senan (c. 540) y San Mura; hay varias en Escocia y Gales. Algo más tarde se comenzó a fundir campanillas de bronce, y una muestra de este tipo es la de Chumascach, mayordomo de la Iglesia de Armagh, muerto en 904. Otra campana temprana de tamaño pequeño, se conserva en el Museo de Córdoba del año 925. La archidiócesis de Mérida en Venezuela conserva dos campanas fechadas en los años 909 y 912, llevadas a América por los misioneros españoles.
Y por hoy poco más, salvo la promesa de que en breve, les hablaré de las grandes campanas, esas que cuelgan de las torres de las iglesias y tan agradablemente animan la vida de nuestros pueblecitos anunciándonos las horas y los grandes eventos de la vida cotidiana. Por hoy, que hagan mucho bien y no reciban menos. Mañana más.
Luis
Antequera
No hay comentarios:
Publicar un comentario