jueves, 7 de agosto de 2014

CLASES DE PERDÓN


Esencialmente hay dos clases de perdón…, el perdón divino y el perdón humano, porque si no perdonamos no seremos perdonados. Así es como nosotros mismos lo expresamos Señor, cuando en el Padrenuestro decimos: Señor, perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores: Muéstrate conciliador con tu adversario mientras vas con él por el camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas puesto en prisión”, (Mt 5,25).

El perdón es la base de la sanidad de nuestra mente, conciencia y corazón. Necesitamos perdonar porque sin perdón no tendremos perdón y cuanto más tardemos en perdonar más nos ataremos a ese dolor que nos produjo la ofensa que en su día recibimos. Si no hay perdón por nuestra parte, estaremos alimentando en nuestra alma, la amargura, el resentimiento y el rencor y lo que es peor, estaremos caminando hacia el pozo del odio que es un claro terreno de dominio satánico. El que odia no ama y ese es el mayor deseo de satanás, la destrucción del amor que es la antítesis del odio, que es el único sentimiento que él tiene y conoce. El perdón es la clave de nuestra liberación espiritual.

Al margen de las dos clases básicas de perdón; el perdón que recibimos de Dios y el perdón que estamos obligados a dar a los demás por sus ofensas, si queremos que Dios nos perdone a nosotros por las ofensas nuestras; tenemos dos clase de perdón, uno que tienen un sentido anómalo y el otro que tiene un sentido ofensivo hacia Dios.

En el primer caso se trata de pedirse o exigirse perdón a uno mismo. Hay actitudes y hechos cometidos por nosotros que nos humillan, nos denigran y nos avergüenzan. Nuestra actuación en la vida nunca es perfecta, cometemos muchos errores. Nadie es perfecto, la misma esencia defectuosa, propensa a fallar existe en todos los seres humanos. Esta realidad, unos por razón de su propio orgullo no reconocen sus errores o faltas, no ya frente a los demás, sino también, frente a sí mismos. Para ellos los que se equivocan son los demás. En el polo opuesto tenemos a los que son humildes, que aun siendo inocentes, se consideran culpables de esos errores que se originan en las conductas humanas. Perdonarse a sí mismo de esta clase de errores que no ofende al Señor ni a los demás, es un acto de humildad interna el no perdonarse a uno mismo y afianzarse en la idea de que el error fue de otro es un acto de soberbia.

Cierto es que hay veces que resulta difícil atribuir el error a un tercero o a uno mismo, pero en esa situación, el que no tiene dominada su soberbia instintivamente atribuirá el error a otro, antes que a uno mismo. Por el contrario, En el lado opuesto, no hay duda de que el que sea humilde y ame la humildad, no tendrá inconveniente alguno en atribuirse a sí mismo, el error de que se trate. Perdonarse uno a si mismo es un acto de humildad interno que solo el Señor conocerá y te fortalecerá con dones y gracias divinas, que te acercarán más a Él.

Ya en una antigua glosa, hice referencia a una persona, creo recordar que miembro de la carrera diplomática, que se unió en una fiesta a un círculo de amigos que estábamos comentando tenas referentes a las miserias y hambre existente en muchos países del mundo. Este señor tomó la palabra y con gran sorpresa nuestra dijo: Dios tendrá que pedir perdón a la humanidad, por el mucho sufrimiento que esta ha soportado y soporta. Desgraciadamente esta es una afirmación, que no se le ocurre pensar, suponer o decir a cualquiera de esas personas que están soportando esos sufrimientos, porque por muy escasa que sea la formación religiosa que tenga, su sentido común les dice que hay un Dios todopoderoso y bondadoso que hará justicia el día de mañana, pues Él no es el culpable de sus desgracias, el pecado o la ofensa a Dios son los cupables..

El que piensa que estas tragedias e injusticias son una falla de Dios, es que a pesar de tener una buena formación académica, su mente y percepción espiritual son demasiado estrechas como para comprender la magnitud de algunas cosas, y sobre todo adolece de un tremendo desconocimiento de quién es Dios y lo que representa en nuestras vidas y no solo en el ámbito espiritual interno, sino también en el material externo. Está muy claro que en el mundo el desastre lo cometen los seres humanos. Solo por razón de nuestro orgullo e ignorancia de quien es Dios y de lo que representa, se puede pensar que Dios nos ha fallado. Esta es una necia actitud producto de la ignorancia y de la soberbia humana.

Existe el mal y existe el bien, el mal que se extiende por el mundo es un fruto del pecado; cuando se ofende a Dios estamos generando el mal, para nosotros y para los demás, pues todos formamos parte del Cuerpo místico de Cristo y tanto los bienes como los males que generamos repercuten en el Cuerpo místico de Cristo el Señor nos dejó dicho: "5 Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. 6 El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. 7 Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará”. (Jn 15,5-7). Santo Tomás de Aquino escribía diciéndonos: “El Cuerpo místico, abarca todos los hombres que han existido o existirán desde el comienzo hasta el fin del mundo. Los condenados son los únicos que están excluidos para siempre. El Cuerpo místico está constituido no solo por los hombres sino también por los ángeles; Cristo es la cabeza de esta multitud”.

Son los pecados de los hombres los que son, generadores del mal que se padece en el mundo, porque todos los hombres, mientras no sean reprobados pertenecen al Cuerpo místico de Cristo, y sea bueno o malo lo que realicemos a todo el mundo le afecta.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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