miércoles, 30 de julio de 2014

VALOR DE NUESTROS SUFRIMIENTOS


Si hay algo..., a lo que el hombre le tenga verdadero miedo, es al sufrimiento y esto tiene una lógica razón, que lo justifica, no hemos sido creados, para sufrir sino para amar gozar y ser eternamente felices. Pero el sufrimiento esta entré nosotros, impidiéndonos ser felices que es lo que deseamos y anhelamos. El sufrimiento nos amarga la vida estamos tan tranquilos y de pronto este nos aparece, es su especialidad aparecer cuando no lo esperábamos ni lo deseábamos. Así como el dolor, cuando es material afecta siempre al cuerpo, el sufrimiento nunca le afecta al cuerpo siempre es al alma, Un dolor material crea un sufrimiento espiritual y un sufrimiento espiritual crea también un dolor material. En general existe una continua yuxtaposición de los dos términos de dolor y sufrimiento y en general no se hace un correcto uso de ambos términos.

Desde luego que Adán y Eva, no tenían conocimiento del dolor, porque es el dolor el que genera el sufrimiento, tanto del sufrimiento material, como el del psíquico que en definitiva siempre tiene su origen en el alma. En definitiva es siempre el alma, la que al final lo soporta todo, si tenemos en cuenta que existen también unas razones sicosomáticas. El sufrimiento pues, careceríamos de él si no estuviésemos sometidos a la dichosa concupiscencia que nos dejaron en heredad nuestros primeros padres.

Tenemos cuerpo y alma pero ambos, son víctimas del dolor, ambas clases de dolores generan sufrimiento. Se trata de dos clases distintas de sufriendo, pero sufrimiento al fin y al cabo, que es al alma a la que le afecta y lo soporta. No es lo mismo que una persona sufra directamente un cáncer, la cual tiene dolor material y un sufrimiento generado por el dolo material del cáncer en su cuerpo. Sus familiares y amigos, tendrán un sufrimiento generado por un dolor síquico de su alma no un dolor material. Pero no todo es malo en el sufrimiento humano, cualquiera que sea su origen material o síquico.

Es importante considera, el valor espiritual, sea redhibitorio de nuestras faltas y pecado o el valor meritorio, que se puede alcanzar con el sufrimiento soportado por amor a Dios. El sufrimiento es una fuente inagotable de gracias divinas. Ningún santo ha visto en el sufrimiento otra cosa que el beneficio de la gracia divina comprendido en él. San Juan Pablo II, en su libro “Orar”, escribe que: Un sufrimiento soportado con paciencia se convierte en cierto modo en oración y en fuente fecunda de gracia. En esta misma línea de pensamiento, Santa Teresa de Lisieux, manifestaba: Un sufrimiento bien sufrido merece la gracia de un sufrimiento más. Es indudable que el sufrimiento bien llevado es una fuente de nuevas gracias para el alma escogida. El sufrimiento soportado por amor a Dios puede ser incluso más meritorio y más útil para la salvación del mundo que lo puedan ser las inefables alegrías de una profunda vida de oración contemplativa.

El sufrimiento es un duro privilegio que Dios, regala a algunas almas escogidas por Él y para Él. Si hemos sido escogidos por Él, no nos podemos negar al sufrimiento, porque negarnos al sufrimiento, sería negarnos al amor de Dios y si nos negamos al amor, nos estamos negando a Cristo. No hay que olvidar que el valor expiatorio del sufrimiento en el alma humana, nace del amor.

Los problemas que presenta la vida en la tierra no resultarían tan torturantes, ni exasperantes para los hombres, si estos tuvieran una compresión más adecuada de lo sobrenatural. Sólo el amor de Dios puede aliviar la carga de la existencia y mitigar su dolor. Pidamos a Dios, que nos haga comprender que nuestros sufrimientos son signos inequívocos de su amor a nosotros, porque es sabido que el camino hacia Dios pasa por el sufrimiento, tal como nos dice San Pablo, en su segunda epístola a Timoteo: “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual”. (2Tm. 4),

Realmente nosotros no somos lo suficientemente conscientes, de que los sufrimientos y las adversidades nos convienen. Todo nos viene de Dios y nada de lo que Él nos envía o permite es para nuestro mal. El abad Lehodey, escribe: “La adversidad es una mina de oro de donde se pueden sacar las más sublimes virtudes y méritos inagotables”. Y Luis de Blosio hace siglos, también escribía: “Recibe con amor, como si fuesen regalos que Dios te envía con mucha estima, todas las adversidades, ya vengan del cielo, o de los elementos, o del demonio”.

El sufrimiento humano, tiene el valor de ser una forma de compartir con Cristo sus sufrimientos, porque si queremos resucitar con Cristo, previamente hemos de vivir con Cristo, tomando cada uno su cruz y siguiéndolo: “…, si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, tome su cruz y me siga”. (Mt 16, 24). Los cristianos hemos de ver en el sufrimiento, el valor que este tiene, como auténtica bendición de Dios, el cual quiere que por medio del sufrimiento, alcancemos la purificación de nuestras culpas. De todas formas hay que ser conscientes de que todo esto, es de difícil comprensión, por no decir de imposible comprensión, para el alma que vive apartada de Dios, que no le busca y mucho menos ni le ama ni le desea.

San Pablo escribía en su epístola a los Colosenses: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”. (Col. 1,24). Esto nos quiere decir, que el que sufre en unión con Cristo no solo recibe su fuerza, sino que completa lo que todavía le falta a la pasión del Señor. El cardenal Danneels indica que: Sufrir con Cristo encierra, pues, una fuerza creadora y corredentora.

El valor del sufrimiento, a los ojos divinos, radica esencialmente en el amor. Este para ser válido ha de ser soportado en el amor a Dios, es decir en comunión con el mismo Dios, que aceptó nuestra humana condición y se sometió por los todos los hombres, al sufrimiento de la muerte en la cruz. Del amor viene el carácter expiatorio del sufrimiento. Cuando se sufre amando, se termina por no sufrir, porque cada vez se va uniendo uno más, al ser amado.

Si aceptamos el sufrimiento en función de la Cruz su valor es inmenso, porque el sufrimiento humano al unirse al sufrimiento de Cristo en la cruz, entra en comunión con el mismo Jesucristo, y este sufrimiento humano adquiere el valor del pleno amor de Dios a esa alma, a la que mira complacido. Si queremos vivir con Cristo después de nuestra muerte, no tenemos otro camino que el señalado por San Pablo cuando nos dice: “Verdadera es la palabra: Que si padecemos con El, también con El viviremos. Si sufrimos con El, con El reinaremos. Si le negamos, también Él nos negará. Si le fuéramos infieles, El permanecerá fiel, que no puede negarse a si mismo”, (2Tm. 2,11-13).

Ningún santo canonizado o sin canonizar, se ha librado del sufrimiento, es más, se diría que Dios se ha volcado con ellos, para darles toda clase de penas y sinsabores. Pero a todos al final, les ha resultado fácil sobrellevar sus penas y dolores, hasta el extremo de amarlos y desearlos. Para San Francisco de Sales, el amar los sufrimientos y las aflicciones por amor de Dios es la cúspide de la santísima caridad. Y Santa Teresa de Jesús, exclamaba: “¡Oh válgame Dios, Señor, cómo apretáis a vuestros amadores! Mas todo es poco para lo que le dais después”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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