Podía sentir las gotas de sudor rodando por la cara para finalmente
gotear en el piso, y sin embargo la sonrisa de ellas no cambiaba en este clima
de calor agobiante, unas ancianas que llevan toda su vida atendiendo a otros
ancianos en el asilo de San Antonio Senecú. ¿Cómo se puede sentir alguien
triste o cansado frente al testimonio de estas mujeres que viven de la caridad
de los demás, para ayudar a quienes ni siquiera conocen?
A veces van obreros de las parroquias de la región a visitar a los
ancianos los fines de semana, conviven con ellos un poco, les llevan alguna
cosa, porque hay aquí muchos ancianos que ya no tienen familia que los visite,
y los que van son trabajadores, algunos carpinteros, otros empleados de maquila
y sus esposas, dan de lo que tienen: su tiempo, su amor y su alegría.
El Papa Francisco sorprendió esta semana por ir a comer junto
con los trabajadores del Vaticano en un
gesto que se convierte en un ejemplo a seguir y que nos recuerda la necesidad
de comportarnos como hermanos, y de lo fácil que es dar y recibir alegría en
una convivencia fraterna. Su visita fue como una pequeña homilía que alcanza a
cristianos y no cristianos.
¿Cómo sería que algunos líderes políticos o empresariales en lugar de
comer en lugares separados y lujosos comieran de vez en cuando con sus
empleados y familias? Quizá además del gesto de suyo valioso, también sería una
oportunidad para que los políticos conocieran los problemas e inquietudes de
sus empleados, o para que los empresarios conocieran la realidad de vida de sus
trabajadores.
A veces la situación de falta de empleo, violencia y desánimo que nos
rodea, nos hace olvidar la certeza cristiana de que Dios dispone todas las
cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su
designio. En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a
reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos
hermanos. (Rm 8, 28-29) En eso consiste el famoso Reino de Dios, en
reproducir la imagen del Hijo en cada acción y gesto que realizamos en este
mundo.
Puede ser nuestro trabajo bien hecho que necesariamente representa un
servicio a los demás, pueden ser religiosas dedicadas a atender a aquellos de
los que nadie se preocupa, pueden ser ciudadanos que ven a alguien en
necesidad, sean niños abandonados o migrantes, ancianos olvidados o que han
sido poco a poco marginados de cariño y atenciones, gente que necesita empleo,
o jóvenes que requieren acompañamiento y comprensión al enfrentarse a su vida.
Los episodios de crisis económica, de violencia, de rompimiento familiar
lastiman, son como pequeñas guerras de baja intensidad, conflictos que generan
muerte, cicatrices, desconfianza, rencores y deseos de venganza; que además
trascienden el ámbito familiar y se manifiestan en las comunidades. Y
precisamente en esos procesos estamos llamados a reproducir la imagen del Hijo,
a confiar en la promesa de que Dios dispone todas las cosas para el bien de los
que lo aman.
Oscar Fidencio Ibáñez Hernández
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