Cuando uno sigue… los preceptos del Señor y acepta el contenido de
ellos, esto es, el negarse uno a sí mismo como nos recomendó el Señor, cuando
nos dijo: "Entonces dijo
Jesús a sus discípulos: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que
pierda su vida por mí, la hallara. Y ¿que aprovecha al hombre ganar todo el
mundo si pierde su alma? ¿O que podrá dar el hombre a cambio de su alma?”. (Mt 16,24-26). A medida que la persona avanza en
el desarrollo de su vida espiritual, va descubriendo una serie de realidades
que le hacen transformar su antigua escala de valores, por otros, quizás ya
conocidos pero no apreciados ni practicados debidamente.
Me refiero con esto esencialmente al amor
tanto al humano como el sobrenatural, porque este adquiere una gran
importancia en nuestras vidas. Uno
comienza a darse cuenta de la tremenda importancia que tiene el amor, que es el Todo de todo. Y ello sencillamente,
porque tal como reiteradamente nos manifiesta San Juan, el discípulo
predilecto: “Y nosotros hemos
conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que
vive en amor, permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4,16). Dios es amor, y este Amor, es el que ha genera todo, porque
todo absolutamente todo, lo visible y lo invisible ha sido creado por Dios cuya
esencia es el amor. Y este Amor sobrenatural es eterno, omnipotente,
omnisciente, es el generador de todas las virtudes que conocemos, y hacia las
cuales, nosotros hemos de tender, marginando los vicios que nuestra
concupiscencia azuzada por el demonio nos está continuamente demandando. Fruto
de este Amor es la humildad, que es la reina de todas las virtudes, sin ella y
si no nos apoyamos en ella, cualquier otra virtud será falsa.
Lo nuestro aquí, para lo que estamos en esta peregrinación mundana, es
probar nuestra capacidad de amor, pues nada de lo que en este mundo realicemos
por bueno y meritorio que nos parezca, de nada nos vale, ni nos valdrá el día
de mañana, si no se realiza en función del amor debido al Señor. Y a sensu contrario, tenemos la antítesis
del amor que es el odio, que es la esencia de satanás. El odio genera toda
clase de vicios, antítesis de virtudes. Y así como la humildad es la madre de
toda virtud, la antítesis de la humildad es la soberbia, que a su vez es ella
también la madre de todos los vicios.
Nuestra vida aquí abajo, es o al menos debe de ser, para aquellos que
amen al Señor, una continua lucha, para evitar los vicios y tratar de adquirir
virtudes y en el desarrollo de esta lucha, es fundamental tener una vida
interior o vida espiritual adulta, porque las armas que esto nos proporciona,
nos permite vencer con más facilidad al enemigo. Pero ¡ojo! Nunca llegaremos a
derrotarlo totalmente, siempre estará al acecho empleando nuevas tácticas de
ataque. Por ello San Pedro nos dejó dicho: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león
rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe”. (2Pdr 5,8).
Otras de las realizaciones que se alcanzan con el desarrollo de la vida
espiritual, es la paz espiritual y un máximo de la escasa felicidad, que en
este mundo se puede llegar a alcanzar. Cuanto ms intensa y profunda sea nuestra
vida espiritual, más felices seremos, porque nuestro contacto con el Señor,
será más íntimo y profundo y este contacto abrirá los ojos de nuestra alma y
veremos con mayor claridad las maravillas que nos esperan. Nosotros hemos sido
creados, para gozar eternamente de una felicidad, ciertamente desconocida, pues
ella tiene su asiento en el orden del espíritu, y la que aquí podemos alcanzar
es de orden material. Y es sabido que el orden espiritual, es superior al orden
material que es inferior, pues fue el Señor, Espíritu puro, quien creó la
materia, y no fue la materia la que creó el orden espiritual.
El universo, todo ese conjunto de materia, que nuestra vista no alcanza
a ver ni dominar y que sus distancias las medimos en millones de años luz, fue
creado por Dios, tal como ya antes en otras glosas o libros hemos explicado,
con carácter antrópico, es decir, todo el universo ha sido creado por Dios para
el servicio del hombre, porque el hombre es la cumbre de la creación divina. Lo
que nosotros en este mundo en que vivimos, llamamos felicidad, es una pobre
caricatura de la felicidad que no espera. Primeramente consideremos, que la
felicidad que problemáticamente podamos hallar en esta vida, es siempre de
carácter material. Por otro lado una felicidad para que sea perfecta no ha de
tener límites de duración en el tiempo. Acaso alguien conoce en esta vida, una
felicidad que le haya durado toda su vida. Asimismo, la felicidad terrenal
continuada, termina creando un hastío, una hartura que acaba produciendo aversión.
Solo sobre la base del amor a Dios, es posible llegar a vislumbrar en
esta vida, algo de lo que nos espera que tal como dijo San Pablo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del
hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le
aman”. (1Co 2,9). En la
vida espiritual nuestra, hay un algo muy importante que es la intimidad. Se
puede decir, que en realidad la intimidad es una soledad compartida La
intimidad puede ser de varias clases: una es la intimidad con uno mismo, que
podríamos calificarla de intimidad natural o humana porque también puede
existir con otra persona, como es el caso de los enamorados.
Pero hay una segunda clase de intimidad de carácter sobrenatural, que es
la que tiene nuestra alma con su Creador. Esta clase de intimidad se acentúa en
las personas que tienen un don eremítico y buscan la intimidad con el Señor, en
la soledad de un monasterio, de un desierto carmelitano o de un yermo de la
Camaldula, cuál es el caso de los camaldulenses.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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