Un hermoso gesto de la Segunda
Guerra Mundial
Charlie
Brown, segundo teniente de 21 años a los mandos de un
bombarbero F-17 de la Fuerza Aérea estadounidense, recobró el conocimento justo a
tiempo de hacerse con el control del avión, que ya empezaba a caer en picado.
LA VISIÓN DESDE EL BOMBARDERO ALIADO
En décimas de segundo recordó dónde estaba. Era el 20 de diciembre de 1943 y volvían de dejar caer toneladas de bombas sobre Bremen, y habían sido acribillados por no menos de quince cazas enemigos, que les habían dado por derribados. Sólo funcionaba uno de los cuatro motores, y de los miembros de su tripulación -en su primera misión de combate- uno había muerto (el artillero de cola) y otros seis estaban heridos. Tocaba volver a casa... si lo lograban. No sabía muy bien qué hacer, porque sus hombres heridos no estaban en disposición de saltar, ni mucho menos de sobrevivir sobre terreno enemigo. Pero ¿cuánto podría aguantar en el aire?
LA VISIÓN DESDE EL CAZA ALEMÁN
Entonces fue cuando les avistó el Messerschmidt del teniente Franz Stigler, quien había participado en la batalla y había bajado a un aeródromo cercano a rearmarse y continuar. Tenía 26 años y 22 victorias, faltándole sólo una para lograr la preciada Cruz de Caballero. Una fortaleza aérea que acababa de masacrar su suelo parecía la víctima ideal.
Pero, al acercarse, Stigler se dio cuenta de que no habría combate. Vio al artillero muerto y su habitáculo bañado en sangre, el avión rodeado de un humo que presagiaba la caída, la sustentación comprometida por la destrucción de tres de sus motores... y a través de la cabina del piloto vio a Brown, que a duras penas mantenía el rumbo.
DONDE ENTRAN EN JUEGO DOS PRINCIPIOS: LA CARIDAD CRISTIANA Y EL HONOR MILITAR
Stigler echó mano de su Rosario, que le acompañaba en cada misión, lo apretó y levantó el dedo del disparador. Sabía que terminar de derribar aquel aparato que ya no podía hacer daño no era un acto de combate, era un asesinato. Eso lo sabía por su fe, pues es lo que había aprendido en su hogar, una fervorosa familia católica bávara conocida por su animadversión a los nazis.
Y que no había honor en aquella victoria lo había aprendido al incorporarse a la Luftwaffe en 1942 y ser destinado a Libia. Su preceptor, el teniente Gustav Rödel, le llamó el día de su primera misión y le dijo: "Tómese esto como una advertencia: aquí el honor lo es todo. Cada vez que suba arriba le sobrepasarán en número". Como Stigler no sabía muy bien qué le quería decir con eso, su superior fue más explícito: "Si alguna vez veo o escucho que usted le dispara a alguien que se ha lanzado en paracaídas, yo mismo le dispararé a usted. Las leyes de la guerra se siguen por uno mismo, no por el enemigo. Las leyes de la guerra se siguen para mantener la propia humanidad".
Adam Makos contó esta historia en su libro A Higher Call [Una llamada más alta], donde da cuenta de la religiosidad personal de Stigler: "Él tenía un fundamento en la fe con la que había sido educado. Así que sabía que tendría que dar cuentas a Dios y sabía que Dios le estaba mirando".
UNA ESCENA INCONCEBIBLE... Y ARRIESGADA PARA EL ALEMÁN
Aquel día Stigler puso en práctica, pues, ambas cosas: la caridad cristiana que le enseñaron en casa y las normas del honor militar que le transmitió su comandante. En vez de disparar contra el B-17, se puso a su lado.
A Brown le entró inicialmente el pánico, porque sabía que no tenía defensa. Pero algo raro pasaba. No eran atacados. El piloto alemán se puso primero a su derecha, luego a su izquierda, y parecía acompañarles, más que amenazarles, al tiempo que le hacía gestos.
Entonces Stigler se dio cuenta de que se había acercado a una torreta de vigilancia que podía detectar lo anómalo de la situación y, dado que volaban muy bajo, identificar su caza y denunciarle. La pena de muerte por traición era en ese caso segura. Así que saludó a los americanos moviendo las alas y se fue. Brown logró salvar el B-17 y aterrizar en Inglaterra.
EL ENCUENTRO
Ambos protagonistas sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial. Brown siguió en la Fuerza Aérea hasta los inicios de la Guerra de Vietnam, y se instaló en Miami en 1972, y Stigler, al finalizar una contienda en la que había perdido en combate a su padre y a uno de sus hermanos, se trasladó a vivir en 1953 a Canadá, donde se dedicó a los negocios.
En 1986, el ya coronel Brown inició la búsqueda de quien le había salvado la vida a él y a su tripulación. Lo logró, y en 1990 ambos se reunieron, alcanzando ese encuentro una resonancia mundial que ha convertido el incidente en símbolo de que hay una forma de hacer la guerra compatible con la magnanimidad y el amor al prójimo.
LA VISIÓN DESDE EL BOMBARDERO ALIADO
En décimas de segundo recordó dónde estaba. Era el 20 de diciembre de 1943 y volvían de dejar caer toneladas de bombas sobre Bremen, y habían sido acribillados por no menos de quince cazas enemigos, que les habían dado por derribados. Sólo funcionaba uno de los cuatro motores, y de los miembros de su tripulación -en su primera misión de combate- uno había muerto (el artillero de cola) y otros seis estaban heridos. Tocaba volver a casa... si lo lograban. No sabía muy bien qué hacer, porque sus hombres heridos no estaban en disposición de saltar, ni mucho menos de sobrevivir sobre terreno enemigo. Pero ¿cuánto podría aguantar en el aire?
LA VISIÓN DESDE EL CAZA ALEMÁN
Entonces fue cuando les avistó el Messerschmidt del teniente Franz Stigler, quien había participado en la batalla y había bajado a un aeródromo cercano a rearmarse y continuar. Tenía 26 años y 22 victorias, faltándole sólo una para lograr la preciada Cruz de Caballero. Una fortaleza aérea que acababa de masacrar su suelo parecía la víctima ideal.
Pero, al acercarse, Stigler se dio cuenta de que no habría combate. Vio al artillero muerto y su habitáculo bañado en sangre, el avión rodeado de un humo que presagiaba la caída, la sustentación comprometida por la destrucción de tres de sus motores... y a través de la cabina del piloto vio a Brown, que a duras penas mantenía el rumbo.
DONDE ENTRAN EN JUEGO DOS PRINCIPIOS: LA CARIDAD CRISTIANA Y EL HONOR MILITAR
Stigler echó mano de su Rosario, que le acompañaba en cada misión, lo apretó y levantó el dedo del disparador. Sabía que terminar de derribar aquel aparato que ya no podía hacer daño no era un acto de combate, era un asesinato. Eso lo sabía por su fe, pues es lo que había aprendido en su hogar, una fervorosa familia católica bávara conocida por su animadversión a los nazis.
Y que no había honor en aquella victoria lo había aprendido al incorporarse a la Luftwaffe en 1942 y ser destinado a Libia. Su preceptor, el teniente Gustav Rödel, le llamó el día de su primera misión y le dijo: "Tómese esto como una advertencia: aquí el honor lo es todo. Cada vez que suba arriba le sobrepasarán en número". Como Stigler no sabía muy bien qué le quería decir con eso, su superior fue más explícito: "Si alguna vez veo o escucho que usted le dispara a alguien que se ha lanzado en paracaídas, yo mismo le dispararé a usted. Las leyes de la guerra se siguen por uno mismo, no por el enemigo. Las leyes de la guerra se siguen para mantener la propia humanidad".
Adam Makos contó esta historia en su libro A Higher Call [Una llamada más alta], donde da cuenta de la religiosidad personal de Stigler: "Él tenía un fundamento en la fe con la que había sido educado. Así que sabía que tendría que dar cuentas a Dios y sabía que Dios le estaba mirando".
UNA ESCENA INCONCEBIBLE... Y ARRIESGADA PARA EL ALEMÁN
Aquel día Stigler puso en práctica, pues, ambas cosas: la caridad cristiana que le enseñaron en casa y las normas del honor militar que le transmitió su comandante. En vez de disparar contra el B-17, se puso a su lado.
A Brown le entró inicialmente el pánico, porque sabía que no tenía defensa. Pero algo raro pasaba. No eran atacados. El piloto alemán se puso primero a su derecha, luego a su izquierda, y parecía acompañarles, más que amenazarles, al tiempo que le hacía gestos.
Entonces Stigler se dio cuenta de que se había acercado a una torreta de vigilancia que podía detectar lo anómalo de la situación y, dado que volaban muy bajo, identificar su caza y denunciarle. La pena de muerte por traición era en ese caso segura. Así que saludó a los americanos moviendo las alas y se fue. Brown logró salvar el B-17 y aterrizar en Inglaterra.
EL ENCUENTRO
Ambos protagonistas sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial. Brown siguió en la Fuerza Aérea hasta los inicios de la Guerra de Vietnam, y se instaló en Miami en 1972, y Stigler, al finalizar una contienda en la que había perdido en combate a su padre y a uno de sus hermanos, se trasladó a vivir en 1953 a Canadá, donde se dedicó a los negocios.
En 1986, el ya coronel Brown inició la búsqueda de quien le había salvado la vida a él y a su tripulación. Lo logró, y en 1990 ambos se reunieron, alcanzando ese encuentro una resonancia mundial que ha convertido el incidente en símbolo de que hay una forma de hacer la guerra compatible con la magnanimidad y el amor al prójimo.
Cuando le
preguntaron a Stigler qué había sentido al encontrarse de nuevo con Brown, no
pudo responder, ahogadas sus palabras por el llanto. Sólo tocar la mano de su
antaño adversario y musitar: "Te
quiero, George".
Ambos murieron en 2008, separados por sólo unos meses. Franz, primero, el 22 de marzo, y en su esquela su hija incluyó a "su hermano especial Charlie Brown". Éste falleció el 24 de noviembre, y el obituario del Miami Herald también señala que los últimos dieciocho años vivieron "tan cercanos como si fuesen hermanos".
Ambos murieron en 2008, separados por sólo unos meses. Franz, primero, el 22 de marzo, y en su esquela su hija incluyó a "su hermano especial Charlie Brown". Éste falleció el 24 de noviembre, y el obituario del Miami Herald también señala que los últimos dieciocho años vivieron "tan cercanos como si fuesen hermanos".
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