....Porque es un caminante necio aquel que ve,
durante su camino, prados deliciosos y se olvida de allá donde quería ir».
La presencia de Dios en el corazón nos ayudará a
descubrir y realizar en este mundo los planes que la Providencia nos haya
asignado.
El
Espíritu del Señor suscitará en nuestro corazón iniciativas para situarlas en
la cúspide de todas las actividades humanas y hacer presente, así, a Cristo en
lo alto de la tierra.
«El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre...
enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he
dicho»
(Jn
14,21-26):
Hoy, Jesús nos muestra su inmenso deseo de que
participemos de su plenitud. Incorporados a Él, estamos en la fuente de vida
divina que es la Santísima Trinidad.
«Dios está contigo.
En tu alma en gracia habita la Trinidad Beatísima.
—Por eso, tú, a pesar de tus miserias, puedes y
debes estar en continua conversación con el Señor»
Jesús
asegura que estará presente en nosotros por la inhabitación divina en el alma en gracia.
Así, los cristianos ya no somos huérfanos. Ya que nos ama tanto, a pesar de que no nos necesita, no quiere
prescindir de nosotros.
«El que tiene mis mandamientos y los guarda,
ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y
me manifestaré a él» (Jn 14,21).
Este pensamiento nos ayuda a tener presencia de
Dios. Entonces, no tienen lugar otros deseos o
pensamientos que, por lo menos, a veces, nos hacen perder el tiempo y nos
impiden cumplir la voluntad divina. He aquí una recomendación de san Gregorio
Magno:
«Que no nos seduzca el halago de la prosperidad,
porque es un caminante necio aquel que ve, durante su camino, prados deliciosos
y se olvida de allá donde quería ir».
La presencia de Dios en el corazón nos ayudará a
descubrir y realizar en este mundo los planes que la Providencia nos haya
asignado.
El
Espíritu del Señor suscitará en nuestro corazón iniciativas para situarlas en
la cúspide de todas las actividades humanas y hacer presente, así, a Cristo en
lo alto de la tierra.
Si tenemos esta intimidad con Jesús llegaremos a
ser buenos hijos de Dios y nos sentiremos amigos suyos en
todo lugar y momento: en la calle, en medio del trabajo cotidiano, en la vida
familiar.
Toda la luz y el fuego de la vida divina se volcarán sobre cada uno de
los fieles que estén dispuestos a recibir el don de la inhabitación.
La Madre
de Dios intercederá —como madre nuestra que es— para que penetremos en este
trato con la Santísima Trinidad.
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