miércoles, 19 de marzo de 2014

HACE SIETE SIGLOS ARDÍA EN LA HOGUERA EL ÚLTIMO GRAN MAESTRE DEL TEMPLE



Sí señores, porque un malhadado 18 de marzo, víspera de San José, del año 1314, hizo ayer pues siete siglos redondos, ardía en una pira frente a la Catedral de Notre Dame, en la Isla de Francia de París, Jacques de Molay, último Gran Maestre de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, Caballeros del Templo de Salomón, Caballeros Templarios u Orden del Temple, que de todas esas maneras es conocida.

Jacques Bernard de Molay nace en algún momento entre los años 1240 y 1244 en la ciudad de Vitrey, en el actual departamento de Haute Sâone, hijo de Jean, Señor de Lonvy y de Rahon.

En 1265, con menos de veinticinco años de edad en cualquier caso, se une a los monjes guerreros, y a la muerte de Thibaud Gaudin en 1292, un año después de la pérdida de la última plaza cristiana en Tierra Santa, San Juan de Acre, se convierte en su gran maestre, el último por cierto, aunque para entonces, él no tenga la menor idea.

Codicioso de los innúmeros bienes que atesoraba una orden que había perdido, con la desaparición de los reinos cristianos en Tierra Santa, su originaria razón de ser, el rey de Francia Felipe IV, llamado “el Hermoso”, que pasa por ser uno de los primeros organizadores del estado francés, en base a unas acusaciones perentorias y nada rigurosas, urde una trama para disolver la orden y así incautarse de sus riquezas, para lo que halla la colaboración, primero reticente y luego más eficaz, del Papa Clemente V, único que por los propios estatutos de la orden, podía juzgarla a ella y a sus miembros. Pero son los duros años del papado de Avignon, del que los lectores de este blog ya conocen algo (pinche aquí si desea refrescar la memoria), en el que los papas son un vasallo más del gran señor de la cristiandad, el rey de Francia, y en los que la supervivencia del Papado está en relación directa con la relación que mantenga con el entonces principal reino de la cristiandad.

Felipe, con la inestimable colaboración de su ministro Guillermo de Nogaret y en una operación a escala nacional increíblemente bien coordinada para los instrumentos de los que se disponía en la época, procede a la detención de hasta ciento cuarenta caballeros templarios el viernes 13 de octubre de 1307, entre los cuales el mismísimo Gran Maestre, bajo las peores acusaciones que se podían hacer entonces: sacrilegio, simonía, herejía, idolatría…

Tras obtener bajo tortura la confesión de muchos templarios y también la del mismo Jacques de Molay, el Papa finalmente emite en 1312 la bula “Vox clamantis”, por la que decreta la disolución de la orden. Clemente reserva para sí la causa del gran maestre, a quien se prepara para reconciliar mediante los procedimientos propios de la época, una vez atestiguado su arrepentimiento. Pero reunido el tribunal inquisitorial en la Isla de Francia frente a la catedral de Notre Dame de París, y ante la sorpresa imaginable de la concurrencia, De Molay no sólo no expresa su arrepentimiento, sino que declara la falsedad de sus supuestas confesiones y proclama la inocencia de la orden. Ocasión que el expeditivo Felipe no deja pasar para montar una improvisada hoguera en la que, en su condición de relapso, es decir, el que habiendo reconocido un delito no se arrepiente de él o reincide, arde De Molay y junto a él Geoffroy de Charnay, preceptor de la orden para Normandía. Jacques de Molay no es ningún jovencito, tiene entre setenta y setenta y cuatro años de edad.

Sobradamente conocida la historia según la cual, en la pira en la que su cuerpo da pasto las llamas maldice públicamente a sus dos grandes enemigos, papa y rey, pronosticando la pronta muerte de ambos, siendo así que el 20 de abril de 1314, apenas treinta y dos días después, se produce la del primero, y el 29 de noviembre, sólo ocho meses más tarde, la del segundo.

Luis Antequera

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