Malicia y
maledicencia…, son dos términos que pueden dar origen a confusión. Vamos a
tratar de analizarlos: Estos dos términos tienen ambos una raíz común, que es
la que los promueve y alimenta y esta es la maldad.
En su sermón 353, San Agustín se pregunta y se auto responde: “¿Que es la maldad, sino en ansia de dañar?”
Y actuando con una conducta maliciosa y ejerciendo la maledicencia, es está
incurriendo en pecado, Y el pecado es patrimonio del demonio y él es la
mentira, la cuál es la antítesis de la Verdad y Dios es la Suma Verdad. Para el
Cardenal Daniélou, el plan de Dios se ve contrariado por la maldad y el pecado.
Pero aunque la maldad y el pecado trastornan el Plan de Dios, no pueden, ni
mucho menos, hacerlo fracasar.
Por
consiguiente de acuerdo con lo expresado, en el origen de todo mal se encuentra
la mentira, propuesta al hombre por el demonio, pues ella es patrimonio suyo y
aceptada y difundida por los hombres. Y en sentido contrarios, en el origen del
restablecimiento de todo bien, está en la Verdad divina, que es la que nos
santifica. El Señor en la última cena en la llamada oración sacerdotal, el
Señor le pide al Padre, refiriéndose a nosotros: “…Santifícalos en la verdad,
pues tu palabra es verdad…” (Jn
17,17). Anteriormente les había dicho a los judíos: "31* Jesús decía a los judíos que había creído en El: Si
permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos 32* y conoceréis la
verdad, y la verdad os librará”. (Jn 8,31-32).
Señalada ya donde se encuentra la
raíz de la maldad, y por lo tanto subsiguientemente la de la malicia y la
maledicencia, vemos que estas figuras son dos formas de expresar la maldad, que
utiliza el hombre y más de una vez sin tener verdadera consciencia del pecado
en que incurre. Tanto la malicia como la maledicencia son vicios y como
sabemos, así como la virtud nace de una repetida y sucesiva realización de
actos saludables a la voluntad divina, creándose una conducta virtuosa, la
malicia también nace y crea una conducta de una repetición de actos maliciosos,
actos que dañan a los demás.
Es pura malicia el desear el
fracaso del prójimo en su vida, sean esos fracasos económicos o familiares, y
realizar todo lo posible para obtener este objetivo, entre ellos ser maledicente.
Porque ser maledicente, equivale a hablar mal de alguien, con razón y si razón,
pues ello es quitarle la fama a ese alguien. San Josémaria Escrivá en su
conocido libro Camino, en uno de sus puntos dice: “Habla bien de todo el mundo y si no puedes calla”. La lengua tiene
siempre un gran peligro, es nuestra gran aliada a darle alas a nuestro afán de
protagonismo, contando historias o dando noticias de algún suceso de la
conducta de otra persona, porque así demostramos, esta mejor informado que
nadie y de paso ser más listo o inteligente que nuestros oyentes. Hay una
afirmación de los periodistas, que señalan que poseer información es poseer
poder y hay quienes dan noticias inconscientemente, porque son unos chismosos y
no toman razón del daño que hace ese vicio de la chismorrería y hay quienes dan
noticias por pura maledicencia, con la malicia de hacer daño a otra persona,
por envidia o por la razón que sea.
Hay un proverbio sefardí, que nos
recuerda que Dios nos ha dado dos oídos y una sola lengua, para que escuchemos
el doble de lo que hablamos. Un antiguo gobernante español, decía que todos
somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras. La
prudencia es una encomiable virtud que nos aconseja siempre hablar lo
indispensable, pues son palabras del Señor: “36 Os digo que de toda palabra
ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio. 37 Porque por
tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado”. (Mt 12,36-37). Tengamos en
cuenta que las palabras ociosas son fuente de ofensas a Dios. Cuantas ofensas
se hacen a Dios al amparo de las llamadas críticas constructivas, que no son ni
más ni menos, que un vulgar eufemismo para disimular lo que es pura
maledicencia.
La
malicia siempre se regocija del mal ajeno y este regocijo puede ser manifestado
al exterior o simple no manifestado, pero este último supuesto es raro, ya que
el que es malicioso necesita manifestar al exterior su alegría por el mal ajeno
y si le es posible, emplear su malicia que siempre es un amor a la maldad, para
emplear su lengua a fin de que todo el mundo, se entere del mal que sufre la
persona de que se trate. Estamos entonces, ante un tema de maledicencia que tal
como el término expresa la maledicencia es hablar mal de alguien.
La
maledicencia está tan extendida en todas las sociedades de este mundo, que
hasta existe publicaciones dedicadas al chismorreo, puesto que esto son las
llamadas revistas del corazón, las cuales lanzan los comentarios sobre personas
socialmente bien situadas, envolviendo los comentarios maledicentes en un glamour de bellas casas, donde se dan
suntuosa fiestas con bellos trajes y complementos. Desde luego que allí nadie
se reúne para rezar el rosario.
Pero
también existe en abundancia la maledicencia, en las publicaciones más serias,
o al menos se presentan con ese calificativo, en las que se despelleja a todo
el que no piense conforme a las ideas políticas del medio de publicación. Y
como es lógico que así sea, pues el maligno nunca descasa y siempre está haciendo
horas extras, ni la Santa Sede se libra de la maledicencia, hasta existen
periodistas o personas que ellos llaman se auto titulan como vaticanistas que proporcionan toda clase
de chismorreos, sobre la Santa Sede, sobre todo con referencia a las finanzas
vaticanas, que siempre están en el punto de mira del maledicente. Evidentemente
que existe la información seria de la cuál son muchos los profesionales que se
ocupan de ella, pero a socaire de estos se busca la maledicencia y el
chismorreo.
Son muchos los que se preguntan: ¿Cómo puede un Dios bueno permitir el
mal? El filósofo griego Epicuro, ya planteaba la cuestión en sus términos
esenciales: si existe el mal, es que o Dios no es bueno, o no es omnipotente.
Si no puede con el mal es que no es omnipotente. Y si no quiere resolverlo es
que no es bueno”. Para todos sus hijos, Dios desea vehementemente más que ellos
mismos lo puedan desear, que sean eternamente felices con la felicidad que aún
no conocen y que tienen reservada para ellos en el cielo. Dios odia el mal y
quiere el bien y no tiene más remedio que permitir el mal, para así, no
quebrantar el regalo que nos hizo de nuestro libre albedrío. Mientras estemos
en este mundo aunque seamos unos indeseables Dios nos ama y busca nuestra
salvación. Fulton Sheen, escribe: “Así
como una madre muestra su amor a su hijo odiando la dolencia física que le
consume el cuerpo. Nuestro Señor demuestra que ama la bondad odiando el mal,
que tantos estragos causa en las almas de sus criaturas”.
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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