miércoles, 19 de febrero de 2014

MALICIA Y MALEDICENCIA



Malicia y maledicencia…, son dos términos que pueden dar origen a confusión. Vamos a tratar de analizarlos: Estos dos términos tienen ambos una raíz común, que es la que los promueve y alimenta y esta es la maldad. En su sermón 353, San Agustín se pregunta y se auto responde: “¿Que es la maldad, sino en ansia de dañar?” Y actuando con una conducta maliciosa y ejerciendo la maledicencia, es está incurriendo en pecado, Y el pecado es patrimonio del demonio y él es la mentira, la cuál es la antítesis de la Verdad y Dios es la Suma Verdad. Para el Cardenal Daniélou, el plan de Dios se ve contrariado por la maldad y el pecado. Pero aunque la maldad y el pecado trastornan el Plan de Dios, no pueden, ni mucho menos, hacerlo fracasar.

Por consiguiente de acuerdo con lo expresado, en el origen de todo mal se encuentra la mentira, propuesta al hombre por el demonio, pues ella es patrimonio suyo y aceptada y difundida por los hombres. Y en sentido contrarios, en el origen del restablecimiento de todo bien, está en la Verdad divina, que es la que nos santifica. El Señor en la última cena en la llamada oración sacerdotal, el Señor le pide al Padre, refiriéndose a nosotros: “…Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad…” (Jn 17,17). Anteriormente les había dicho a los judíos: "31* Jesús decía a los judíos que había creído en El: Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos 32* y conoceréis la verdad, y la verdad os librará”. (Jn 8,31-32).          

Señalada ya donde se encuentra la raíz de la maldad, y por lo tanto subsiguientemente la de la malicia y la maledicencia, vemos que estas figuras son dos formas de expresar la maldad, que utiliza el hombre y más de una vez sin tener verdadera consciencia del pecado en que incurre. Tanto la malicia como la maledicencia son vicios y como sabemos, así como la virtud nace de una repetida y sucesiva realización de actos saludables a la voluntad divina, creándose una conducta virtuosa, la malicia también nace y crea una conducta de una repetición de actos maliciosos, actos que dañan a los demás.

Es pura malicia el desear el fracaso del prójimo en su vida, sean esos fracasos económicos o familiares, y realizar todo lo posible para obtener este objetivo, entre ellos ser maledicente. Porque ser maledicente, equivale a hablar mal de alguien, con razón y si razón, pues ello es quitarle la fama a ese alguien. San Josémaria Escrivá en su conocido libro Camino, en uno de sus puntos dice: “Habla bien de todo el mundo y si no puedes calla”. La lengua tiene siempre un gran peligro, es nuestra gran aliada a darle alas a nuestro afán de protagonismo, contando historias o dando noticias de algún suceso de la conducta de otra persona, porque así demostramos, esta mejor informado que nadie y de paso ser más listo o inteligente que nuestros oyentes. Hay una afirmación de los periodistas, que señalan que poseer información es poseer poder y hay quienes dan noticias inconscientemente, porque son unos chismosos y no toman razón del daño que hace ese vicio de la chismorrería y hay quienes dan noticias por pura maledicencia, con la malicia de hacer daño a otra persona, por envidia o por la razón que sea.

Hay un proverbio sefardí, que nos recuerda que Dios nos ha dado dos oídos y una sola lengua, para que escuchemos el doble de lo que hablamos. Un antiguo gobernante español, decía que todos somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras. La prudencia es una encomiable virtud que nos aconseja siempre hablar lo indispensable, pues son palabras del Señor: 36 Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio. 37 Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado”. (Mt 12,36-37). Tengamos en cuenta que las palabras ociosas son fuente de ofensas a Dios. Cuantas ofensas se hacen a Dios al amparo de las llamadas críticas constructivas, que no son ni más ni menos, que un vulgar eufemismo para disimular lo que es pura maledicencia.

            La malicia siempre se regocija del mal ajeno y este regocijo puede ser manifestado al exterior o simple no manifestado, pero este último supuesto es raro, ya que el que es malicioso necesita manifestar al exterior su alegría por el mal ajeno y si le es posible, emplear su malicia que siempre es un amor a la maldad, para emplear su lengua a fin de que todo el mundo, se entere del mal que sufre la persona de que se trate. Estamos entonces, ante un tema de maledicencia que tal como el término expresa la maledicencia es hablar mal de alguien.

            La maledicencia está tan extendida en todas las sociedades de este mundo, que hasta existe publicaciones dedicadas al chismorreo, puesto que esto son las llamadas revistas del corazón, las cuales lanzan los comentarios sobre personas socialmente bien situadas, envolviendo los comentarios maledicentes en un glamour de bellas casas, donde se dan suntuosa fiestas con bellos trajes y complementos. Desde luego que allí nadie se reúne para rezar el rosario.

            Pero también existe en abundancia la maledicencia, en las publicaciones más serias, o al menos se presentan con ese calificativo, en las que se despelleja a todo el que no piense conforme a las ideas políticas del medio de publicación. Y como es lógico que así sea, pues el maligno nunca descasa y siempre está haciendo horas extras, ni la Santa Sede se libra de la maledicencia, hasta existen periodistas o personas que ellos llaman se auto titulan como vaticanistas que proporcionan toda clase de chismorreos, sobre la Santa Sede, sobre todo con referencia a las finanzas vaticanas, que siempre están en el punto de mira del maledicente. Evidentemente que existe la información seria de la cuál son muchos los profesionales que se ocupan de ella, pero a socaire de estos se busca la maledicencia y el chismorreo.

            Son muchos los que se preguntan: ¿Cómo puede un Dios bueno permitir el mal? El filósofo griego Epicuro, ya planteaba la cuestión en sus términos esenciales: si existe el mal, es que o Dios no es bueno, o no es omnipotente. Si no puede con el mal es que no es omnipotente. Y si no quiere resolverlo es que no es bueno”. Para todos sus hijos, Dios desea vehementemente más que ellos mismos lo puedan desear, que sean eternamente felices con la felicidad que aún no conocen y que tienen reservada para ellos en el cielo. Dios odia el mal y quiere el bien y no tiene más remedio que permitir el mal, para así, no quebrantar el regalo que nos hizo de nuestro libre albedrío. Mientras estemos en este mundo aunque seamos unos indeseables Dios nos ama y busca nuestra salvación. Fulton Sheen, escribe: “Así como una madre muestra su amor a su hijo odiando la dolencia física que le consume el cuerpo. Nuestro Señor demuestra que ama la bondad odiando el mal, que tantos estragos causa en las almas de sus criaturas”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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