jueves, 1 de agosto de 2013

ORDENACIÓN DE LAS MUJERES

Ordenación Sagrada de una mujer: Absurdo, Desmán, Aberrante, Abominación y Sacrilegio

A la luz de las sabias palabras del Papa Francisco les comparto un artículo del Padre Donato Jimenez acerca del sacerdocio femenino. EC WIKI Encliclopedia Católica ONLINE. De: http://ec.aciprensa.com/wiki/

Según la agencia Aci-Prensa (8 diciembre de 2009), leemos que unos episcopalianos de Los Ángeles han, diz que “ordenado”, a una lesbiana, incluso como “obispo”. No es necesario entrar en consideraciones teológicas que, por solo ellas, ese acto aberrante ya cae, por su propia tara, en la descalificación más directa y escandalosa. Una mujer no es sujeto del sacramento de ordenación, “por razones verdaderamente fundamentales” como lo expresó el Papa Pablo VI con el ejemplo de Cristo y sus apóstoles, consignado en las Sagradas Escrituras, y lo clarificó el Magisterio del Papa Juan Pablo II (Carta Apost. Ordinatio sacerdotalis).

Lo atestigua la Tradición y la total práctica de la Iglesia. Mucho menos aún será sujeto una mujer abiertamente homosexual. (¿A quién quieren provocar? En todo caso, ¿no había una persona normal y decente entre los epicopalianos?). El hecho es de lo más burdo y en exceso insultante contra la dignidad y decoro de cada persona. Y no solo de sus “fieles”, nuevamente ofendidos y ensuciados, sino de cualquier persona con recato en el mundo.

Es absurdo. Ya los latinos empleaban la palabra (de ab, y surdus,) para significar lo que hacía daño al oído, lo desagradable, lo disonante, lo desafinado, digamos, lo desatinado. Vox absurda es voz inconveniente, discordante. La semántica fue corriéndose hacia el campo intelectual y luego social. En el siglo XV ya se decía: “absurdum est cosa indigna, aborrecible. Et fea”. Pues eso. Qui habet aures audiendi…

Es un desmán y sedición inaceptable. Desmán (derivado del lat. mando, manus do = mandar, confiar, poner en manos de) es el deshacerse y desechar irresponsablemente –desmandarse– de lo que una vez han puesto en las manos de alguien como encargo confiado para custodiar y cumplir. Y el encargo, expresamente aquí, es ser fiel a los Mandamientos de la Ley de Dios y a su Revelación. Tal desmán y atentado de “ordenar” a una lesbiana debe ser repudiado no solo como antirracional, sino también como un delito de ciego fanatismo (o ¿cinismo! contra naturam). Es una ofensa gravísima contra Dios, contra la Sagrada Biblia y contra la Iglesia, incluida la llamada iglesia episcopaliana. ¿Qué hacéis ahí, los episcopalianos de buena fe?

Demasiado sería soportar los desmanes de los unos y el atrevimiento y arrogancia de la otra. Emprended, pues, serenos y gozosos la vuelta a casa, a la Iglesia de Pedro, la Iglesia de Cristo.

Pero es que además constituye una aberración obstinada. La misma palabra lo dice: ab-errare, apartarse de, irse lejos, errante, perdido. Naves aberrantes llamaban los latinos a las que se separaban de la flota y quedaban extraviadas a merced de la tempestad y del naufragio. Y la sodomía es una de las aberraciones más duramente condenadas en la Sagrada Escritura. Baste citar a San Pablo a los Romanos 1,26ss: “Sus mujeres trocaron el uso natural por otro contra naturam”. O como traduce el P. Alonso Schökel: “sustituyeron las relaciones naturales con otras antinaturales”. Y el Apóstol llama pasiones de ignominia (passiones ignominiae) a esa práctica vergonzosa. O en 1 Cor. 6,9-10: “No andéis errados: que ni los fornicarios, (pornoi = los pornos), ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni sodomitas (Bover; ni homosexuales, Alonso), ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el Reino de Dios”. Y no solo se condena en el Nuevo Testamento, igualmente en el Antiguo.

La simple tendencia homosexual no es pecado. Es un error o defecto de la naturaleza. El que la padeciere deberá llevarla con esfuerzo y con sacrificio (facere sacrum), pero puede salvarla con racionalidad y, sobre todo, con recurso a Dios, es decir, con vida sinceramente religiosa. Así llevará su vida con dignidad.

Presumir o “enorgullecerse” de sodomita es necio y tonto. El necio es el que no sabe. El tonto, el que no entiende, y la malicia es su único talento. Para colmo, el necio es un tonto presumido, nota el sinonimista decimonónico R. Barcia. Además de negarse a la gracia y embarrar su dignidad. El homosexual puede recibir y asimilar la ayuda de personas muy morales y experimentadas en virtud. Incluso, podrían hacerle bien consejos o técnicas de la ciencia antropológica, sicológica, social y, por supuesto, moral.

Es pecado de abominación. En español la palabra tiene carta de naturaleza desde el siglo XV. En latín ab-ominor, (de omen = presagio), era alejar un mal grave con invocaciones o votos. De ahí, rechazar, detestar un mal que se teme o se padece. En este caso, la actitud de repudio que deben activar los fieles ante tal depravación y descaro. En el paganismo antiguo su mitología atribuía vicios a los dioses; en el diabólico paganismo actual, los ateos en el poder erigen en dioses a los vicios. La abominación en la Biblia era una profanación horrenda. Y el profeta Daniel (c. 9) ve una devastación del Templo que echa afuera al verdadero Dios y se erige un altar a Zeus Olímpico; en nuestro caso, a los ídolos del neopaganismo actual. Y así, el celo religioso de los Macabeos, ante un Antíoco satánico, logró devolver la justicia a Dios y la santidad al Templo (2 Mac. 10).

Pero además, pretender recibir un sacramento de la Iglesia con esas abiertas indisposiciones personales y sociales, es un enorme sacrilegio, que en su origen significa el robo de las cosas del templo. Es gravísima profanación y acción impía: es decir, profanar el signo, deshonrar el ministerio, vaciar la acción salvífica misma de Cristo, que es el sacramento; es vender la Iglesia, exaltar el vicio y mancillar la gracia de Cristo hasta llegar a “arrojar lo Santo a los perros y a echar las margaritas a los cerdos” (Mt 7 6). Y, claro está, que de ninguna manera llamamos aquí cerdo al homosexual concreto, que es un enfermo (in-firmus) y, como persona, merece todo respeto, sino al acto sacrílego de pretender el sacramento quien carece y aun se opone a la Gracia de Liberación y Salvación.

Ah, por supuesto, que quien lleva a la persona homosexual a esa picota (y picota era la columna donde se exponía al reo), “tiene mayor pecado” (Jn 19 11).

P.Donato Jiménez Sanz OAR

Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima

Rafael de la Piedra

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