NUESTRO LIBRE ALBEDRÍO
El Génesis nos dice:… “26 Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo 27 Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer.”. (Gn 1,26-27). Dios nos creó por razón amor, a su imagen y semejanza. Y uno se puede preguntar: ¿Cuál fue la razón, para que Dios creara, si dada sus ilimitadas facultades no necesita del hombre para nada? Edward Leen, a este respecto escribe diciendo: “El primordial propósito de la creación fue que la perfección infinita de Dios se pusiera de manifiesto en otros seres que debían de ser reflejo de su existencia y de su belleza. Entre estos seres tenía que haber algunos que fueran imágenes de la vida consciente de Dios, de su vida de conocimiento y amor.…. La grandeza y la felicidad de los seres inteligentes consisten en la fidelidad con que reflejan las perfecciones de Dios en sí mismos. De ahí se deriva que la gloria de Dios y la felicidad de la criatura fiel son materialmente, aunque no formalmente idénticas”.
Para Santo Tomás de Aquino. Solo cuando el alma está embellecida por la gracia santificante es cuando ella es la imagen viviente de Dios. El hombre desde su creación está llamado a la vida beatífica de Dios, es decir a vivir por toda la eternidad como Dios. Pero para alcanzar esa meta, está obligado que ya en la tierra viva con Dios…. Y si resulta que como nos dice San Juan: “Dios es amor”. (1Jn 4, 8) nosotros ya en la tierra hemos de vivir entregados al amor de Dios, y como el que ama siempre ama, lo que obra su amado, nosotros hemos de amar a nuestros semejantes, porque ellos también han sido creados por Dios y por razón de su amor a nosotros. “34 Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así que también amaos mutuamente. 35 En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos a otros”. (Jn 13,34-35). Y si para vivir y desarrollar las actividades vitales de Dios hemos de hacernos semejantes a Él, nosotros sobre todo y ante todo hemos de amar, porque el amor es el ceñidor de todo. Lo nuestro aquí abajo es una prueba de amor que hemos de superar, porque si no amamos, caeremos en la antítesis del amor que es el odio. El cielo es Amor, Bien y Luz, y la antítesis es el infierno, que es el odio, el mal y las tinieblas.
Visto lo anterior a primera vista hay dos razones esenciales, por las que Dios nos creó con el libre albedrío: La primera es que Dios es la Verdad y ella da la libertad: “31 Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: 32 conocerán la verdad y la verdad los hará libres”. (Jn 8,31-32). Nuestro Señor, vincula de un modo especial la libertad con el conocimiento de la Verdad. Solo la verdad nos liberará, porque ésta nos llevará a Cristo que es el único, que nos libera, porque Él y solo Él es, quién nos señaló el camino cuando dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sino por mí”. (Jn 14,6).
La segunda razón, es que Dios es amor y solo amor, tal como ya antes hemos dicho (1Jn 4,16). Y el amor para que pueda germinar y desarrollarse, necesita de la libertad, sin libertad no puede haber auténtico amor. Los términos amor y libertad son inseparables. Santo Tomás de Aquino nos manifestaba que el perfecto amor solo nace en la libertad. No hay ser humano que pueda ser constreñido a amar. Lo mismo que nadie puede ser amado a la fuerza. La libertad es una condición indispensable para que se dé, la existencia del amor.
Dada la imagen y semejanza que tenemos con Dios, y dado que por ser Él libre, quiso que el hombre, también lo fuese. El Catecismo de la Iglesia católica en su parágrafo 1705 dice: "En virtud de su alma y de sus potencias espirituales de entendimiento y de voluntad, el hombre está dotado de libertad, “Signo eminente de la imagen divina" (GIS 17)”. Mientras la unión final del hombre con Dios, no se realice en el, el hombre es libre para escoger entre el bien y el mal. El Eclesiastés dice: “…, delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja”. (Ecl 15,16-21).
El ser libre no conlleva el ser independiente, porque siempre seremos dependientes de lo que escojamos: La Verdad o la mentira, y solo en la verdad, en escoger la verdad, encontraremos la libertad, porque es en el amor donde se realiza la libertad. Fdez Carvajal, y el P. Beteta, escriben que: “Se es verdaderamente libre y responsable cuando se busca en todo el querer divino”. Por el contrario al escoger la mentira nos esclavizamos, y la libertad desaparece. Un ejemplo lo tenemos, en que antes de mentir soy libre, si digo la Verdad sigo siendo libre pero si miento quedo atado a la mentira.
La libertad que nos sido dada por Dios, tiene un lado muy bueno y positivo. Si escogemos la Verdad, meritamos a los ojos de Dios, porque hemos rechazado la tentación de encadenarnos a la mentira. Pero también tiene un lado muy malo y negativo, que se pone de manifiesto, cuando sucumbimos a la tentación y escogemos la mentira. Disponemos del mecanismo de la gracia, para resistir la tentación, pero hay veces en que a pesar de esto se cae, y hay que volverse a levantar. Las reglas del juego están ya fijadas, y no será Dios quien las cambie. Porque este Dios de Amor, que tenemos la suerte de tenerlo, jamás se permitirá alterar arbitrariamente las leyes de una Creación, leyes que Él mismo ha establecido y que es el primero en respetar; para Dios no hay nada más valioso que la libertad y dignidad de sus criaturas, y jamás obligará al hombre a obrar de una manera determinada, como tampoco suprimirá mágicamente las consecuencias, felices o desafortunadas, de las iniciativas humanas.
Dios que nos ha dado el libre albedrío, nos ha hecho dueño de nuestros actos. Y es absolutamente respetuoso en el respeto a nuestra libertad de elección. Ni siquiera cabe pensar que Él nos presiona. Dios no nos está siempre atosigándonos y controlándonos, si esto hiciese, se podría decir que nos presiona, y esto equivaldría a limitarnos en algo la libertad otorgada. La madre Angélica escribe: “Dios tampoco nos controla de cerca, permite que nos desenvolvamos según nuestro libre albedrío, lo cual para muchos de nosotros esto supone una prueba de que no existe”.
Inicialmente, todos empezamos buscando al Dios de los sentidos, al Dios que podamos captarlo por medio de nuestros sentidos materiales de nuestro cuerpo, al Dios que podamos ver, al Dios que podamos oír, al Dios que podamos tocar, pero Dios nunca se nos manifiesta frente a nuestros sentidos corporales, salvo casos muy especiales de apariciones y revelaciones privadas a santos, o no tan santos. Al no captar por nuestros sentidos corporales o sea materiales a Dios, y ver la lo que nos parece la poca intervención, que muchas veces tiene Dios en los asuntos mundanos, muchos llegan a la conclusión: Dios no existe. Dios actúa en nosotros, en forma tal, que nunca hace nada sin contar con nosotros. Es el respeto que tiene a nuestro libre albedrío. Porque nadie puede ser salvado contra su voluntad, ni siquiera en este caso intervendría Dios. El que se condena se condena siempre por su propia voluntad, porque él quiere condenarse. Y puede ser que haya personas, que no les quepa en la cabeza de que haya alguien que desee condenarse y desgraciada mente si los hay. La capacidad de convicción del demonio llega a extremos insospechados.
Indudablemente si careciéramos del libre albedrío, no tendríamos posibilidad de ofender a Dios, pero tampoco la de amarle. Santa Teresa de Lisieux, escribía: “Quisiera Señor, consolaros de la ingratitud de los malvados, y os suplico me quitéis la libertad de desagradaros”. En un arrebato de amor, podemos pedirle a Dios que nos quite la libertad de ofenderle, eso está muy bien, y ese deseo no solo lo tenía la Santa de Lisieux, sino otras muchas personas, pero Dios, no puede atender esa petición, sin ir contra Él mismo
Conceder esto, sería cercenar la libertad que nos ha dado, y de paso impedir también que ese alma pudiese meritar en esta vida. Hay que amarle en medio de la suciedad de este mundo, y fuera de este mundo sin suciedad, en los cielos le amaremos pero sin capacidad de obtener más méritos, es aquí donde podemos meritar superando nuestra prueba de amor a Dios. De todas formas, sin cercenar la libertad, del alma que le hace esta petición, Dios se complace en oírla, y por medio de la gracia puede darle fuerzas especiales, para resistir las tentaciones. Es un misterio para nosotros, como se compaginan, libertad y gracia, pero disponemos de ambas cosas, y por medio de la gracia, Dios hace maravillas en las almas que le aman.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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