EL INCREÍBLE CASO DEL CARNERO EMBRUJADO
Parece el título de uno de los célebres relatos de misterio y suspense que Alfred Hitchcock y los tres investigadores me brindaban de adolescente. Pero no lo es. Todavía soy incapaz de olvidar el increíble caso de magia negra presenciado por Gaetan Kabasha, un joven sacerdote ordenado el 9 de noviembre de 2003 en la catedral de San Pedro Claver de Bangassou, en el corazón de la República Centroafricana, el cual recojo en mi libro Así se vence al demonio (LibrosLibres).
Tan negro como su sotana, el padre Gaetan contaba que cierto día, Richard, el hombre que se ocupaba de las ovejas en el poblado centroafricano de Bakouma, le avisó de que el carnero se había muerto. Estaba sorprendidísimo por ese fallecimiento repentino, dado que el día anterior el animal no había mostrado el menor síntoma de enfermedad.
Decidió entonces despedazarlo con resignación para aprovechar su carne como alimento. Pero mientras descuartizaba al carnero, Richard reparó en un hecho insólito y le faltó tiempo para plantarse en el despacho del padre Gaetan y contárselo. Richard le dijo, muy azorado: “Padre, usted que no cree con facilidad en sucesos extraordinarios, venga a ver ahora mismo la prueba que acabo de encontrar”.
Don Gaetan se quedó sin saber qué decir. Salió como una centella del despacho y contempló poco después, igual de boquiabierto que Richard, el “trofeo” que éste acababa de extraer del estómago del carnero: una masa informe de bolsas de plástico como las que se utilizan en los grandes almacenes para guardar útiles y comestibles. Bolsas de diversos tamaños y formas, anudadas fuertemente entre sí, con una dimensión tres veces mayor que una cabeza humana y un peso superior a dos kilos. Se contaban por centenares, amarradas unas con otras. Ningún carnero del mundo podría haberse tragado solo semejante engendro de plástico.
Uno de los trabajadores que acompañaban a Richard les dijo que en los barrios de Bakouma ya se habían registrado fenómenos semejantes: ovejas y cabras que habían muerto de la misma manera. Y añadió que solía hallarse un pequeño cordel en el interior del estómago que ligaba todas las bolsas.
Poco después, encontraron la cuerda en cuestión. Era un cordón bien trenzado, como el que puede adquirirse en cualquier mercería. El padre Gaetan extrajo la cuerda con cuidado y la guardó para examinarla.
Coincidieron todos en que era un claro ejemplo de brujería. Al parecer, el encargado de realizar el hechizo ataba las bolsas en su casa y luego las colocaba en las trampas para animales salvajes diseminadas por la selva. De regreso al poblado, elegía a su víctima, en este caso el infortunado carnero, apuntándolo con una pequeña piedra sujeta con la misma cuerda. En ese preciso instante, la masa de bolsas depositada en la trampa de la selva se introducía por medios satánicos en el estómago del animal doméstico, mientras que otro ejemplar salvaje del mismo tamaño quedaba apresado en la zanja excavada al efecto. Cuando el hechicero daba muerte al animal salvaje en la selva, el doméstico perecía automáticamente en la granja.
Gaetan averiguó luego que este horrible sistema, llamado “Pondori”, se aplicaba también con humanos. Por increíble que parezca, el sacerdote vio con sus propios ojos cómo aquel amasijo de bolsas se extraía del estómago del carnero, y llevó luego la cuerda a la capilla para conjurar cualquier poder maléfico que pudiera conservar.
José María Zavala
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