jueves, 25 de julio de 2013

SABER CONSOLAR: ENVEJECER CUANDO NACE UN SIGLO

Saber consolar es un valor aceptado en la actualidad: no porque se nos haya inculcado en la escuela, no porque tenga preeminencia social, sino por algo importantísimo y, a su vez, peculiar: por haberlo experimentado

INTRODUCCIÓN

Saber consolar es un valor aceptado en la actualidad: no porque se nos haya inculcado en la escuela, no porque tenga preeminencia social, sino por algo importantísimo y, a su vez, peculiar: por haberlo experimentado. Nadie que ha sido consolado adecuadamente, o nadie que ha sabido hacerlo piensa que es una tontería.

Hay un elenco de experiencias personales que son definitivas y radicales en una vida, en las que nadie sustituye al otro; desde este ángulo, mi tesis es mostrar no con datos estadísticos, ni con teorías muy elaboradas, sino apuntando a la vida cotidiana que, aprender a consolar es aprobar la vida humana, estar de acuerdo con ella.

Este tema puede enfocarse también desde un punto de vista bioético; se nos brinda en estas jornadas una ocasión propicia para aplicarlo a un tipo de personas determinadas: los ancianos.

LA VEJEZ

No es fácil ni definir ni describir el envejecimiento humano; en nuestro caso, nos vamos a referir al tipo de ancianidad, que adviene con la edad, y que aparentemente supone un declinar del hombre, por cierta incidencia cualitativa en su personalidad, en el modo de relacionarse consigo mismo, y con los demás, que conlleva al menos molestias.

El significado de la vejez es más amplio; no vamos a caer en juego de palabras, pero la experiencia nos avisa que la ansiada madurez humana, suele ir unida a un declive biológico; la plenitud somática no suele responder a la cima espiritual; existen jóvenes adultos, y viejos que son como niños…

En este trabajo nos referimos a ese anciano que, en el mejor de los casos, pierde la capacidad para retener lo inmediato; se refugia en el pasado; repite una y otra vez sus preocupaciones y ensueños; presenta una disminución de la velocidad psicomotora para expresar sus experiencias; tiene un cierto empobrecimiento en el razonamiento y de sus aptitudes verbales…Y todo esto, sin ahondar en cuestiones más dolorosas y no menos reales, de síndromes múltiples y no graves, pero constantes, que suelen cortejarle; además, pueden plantearse síntomas y enfermedades más serias y específicas de esas circunstancias: demencia senil, cardiopatías, debilitación en los órganos de los sentidos, malnutriciones…

Este personaje no es ni virtual ni de ficción, sino un sector de la población occidental cada vez más amplio; las predicciones a nivel mundial apuntan a que en el siglo XXI supondrán el 25% de la población; habrá más de 600.000.000 personas con más de 65 años.

La ONU advierte que este envejecimiento de la población es un cambio sin precedentes en magnitud y velocidad en el desarrollo mundial; es un tema clave en orden a las necesidades de servicios de salud, de pensiones y de recursos sociales; en el sector de servicios –viene a ocupar el tercer puesto, después del cuidado del medio ambiente y de la telecomunicación-, consumiendo cada vez más recursos.

En España, por ejemplo, hay en la actualidad, hay más de 3.000 residencias de la tercera edad, que suponen aproximadamente casi 200.000 plazas; cifras elevadas, aunque sean claramente inferiores a los que se van desarrollando en Centroeuropa.

Las cuestiones que, con objetividad, se plantean son múltiples: ¿vale la pena vivir así? ¿compensa el gasto para prolongar los años de vida? ¿quién y cómo deben atender a esas personas? ¿qué calidad de vida hay que evaluar? ¿cúal se merece?¿qué se le puede ofertar…?

Permítanme que introduzca una experiencia argumentada, que hace un guiño de simpatía o de empatía a toda vida humana; consiste en recordar la actitud de un prestigioso médico: solía cobrar algo de más a aquellos enfermos hipocondríacos de altos recursos económicos que con excesiva –a veces, desaforada— frecuencia acudían a su consulta; ese dinero lo invertía en libros para la biblioteca del hospital; el mismo doctor, algunos fines de semana, aprovechaba un buen rato para ir a visitar a algún enfermo incurable, desahuciado, viejo y/o solitario…; la visita se prolongaba hasta que este enfermo sonreía…

BIOÉTICA PERSONALISTA

Si a lo largo de estas jornadas, esta anécdota se convirtiera en historia no contada sino vivida, en modelo para acciones similares, se habría captado un aspecto importante de la Bioética personalista -urdimbre humanizadora-, que cura, de manera significativa, las nostalgias e incertidumbres que tozudamente nos acompañan y, con frecuencia, nos acongojan; a todos, y más a los abiertamente indefensos.

Argumentar el sentido, incluso el modo de consolar al anciano desde una perspectiva Bioética, además de la anécdota, aunque sea clave, exige planteamientos muy serios y comprometidos; que tienen cierto carácter de totalidad; si el consuelo lo proporcionan las personas habrá que disponer de ellas, y de su dedicación para ejercitarlo, habrá que establecer nuevas líneas de empleo de recursos, y orientaciones de trabajos, etc.

Prescindo, aunque no ignoro, de esos aspectos y, en esta ocasión se apunta a la preparación en Bioética que se precisa en el campo de la corporalidad, cuando ésta entitativamente va a peor. El estudio bioético se encuentra, a mi entender, comprendido entre estos dos extremos:

a) Los límites: los límites "desde abajo" -buscar y encontrar donde está la frontera del hombre-; qué áreas personales por su intangilidad, en conciencia, exigen respeto de esa persona que aparentemente ya no da de sí o no da tanto de sí; examinar si hay acciones que nunca deben hacerse; como evitar caer en un relativismo desolador; la Bioética, tiene que trabajar para que la vida humana no se desajuste ni malogre.

b) Las metas: el "hasta donde" hay que llegar, por arriba, en ese cuidado; ahí no se puede hablar de límites, sino de libertad, y no de una cualquiera, sino de la la libertad de la generosidad.

Para atender bien al anciano necesitado, aun cuando se llegue o se parta de una serie de principios y de reglas, no se pueden aplicar indistintamente a cualquiera, a modo de prontuario; siempre habrá un algo que supera la regla fría, que va roturando un camino más profundo, una dirección vital que, aunque huela a utopía, llegue a armonizar el progreso de la ciencia y el desarrollo social con el enriquecimiento de la conciencia de cada cual.

Bien es cierto que la Bioética, por ser de alguna manera una joven disciplina, va siguiendo distintas y plurales vías; también hay diversas corrientes personalistas; es lógico, el bien es complejo, pero, y esto es lo importante, en lo genuinamente humano el bien es unitario.

LÍMITES

Con respecto al primer extremo planteado, se necesita un dique no utilitarista porque ningún hombre es un producto, o una mercancía, o cosa. Es encontrar claves, que aporten el humus conveniente para el desarrollo de lo real, de lo personal; es una Bioética fundante, que ilumina y orienta la lectura del gran libro de la vida humana, algo que parece sencillo, pero que implica la honradez y la modestia intelectual de no inventar sino de descubrir.

Insisto que me limito en este trabajo, a acentuar únicamente el límite que impone la comprensión de la corporalidad humana; que se impone por ser no sólo corporalidad, sino corporalidad humana; en los ancianos, el cuerpo es por definición deficiente, por lo que si no se lee bien qué hay, mejor quien hay a través de ese cuerpo, el término final será inexorablemente la eutanasia a la carta; una injusticia evidente porque el hombre no sólo tiene cuerpo, no sólo habita en él, sino que es un ser al que el cuerpo le pertenece constitutivamente, y que se expresa en él, que está dotado de significado; la actuación sobre él, por muy deteriorado que esté, no puede jamás ser arbitraria.

Sirva para subrayar esta argumentación un texto anónimo, descubierto en la antigua Iglesia de Saint Paul de Baltimore:

"…Tú tienes derecho a estar aquí, te resulte evidente o no./

Sin duda el universo se desenvuelve como debe./

Mantente en paz con Dios./

De cualquier modo que lo concibas./

Sean las que sean tus aspiraciones y tus trabajos/

Mantén en la ruidosa confusión, paz en tu alma./

Con todas sus farsas. Trabajo y sueños rotos./

Éste sigue siendo un mundo hermoso./

Ten cuidado. Esfuérzate en ser feliz./

Procurando hacer felices a los demás."

Los límites no pueden establecerse considerando lo mínimo que hay que respetar de la persona, sino lo básico: "… tú tienes derecho a estar aquí…"

LAS METAS

La Bioética, en tanto que ciencia aplicada, es una base idónea para la lectura de la vida humana, pero quizás no suficiente; la realidad es siempre superior, y nos responde –por decirlo de alguna forma- misteriosamente; de nuestras certezas, de nuestras oscuridades –sin abandonar todos los medios técnicos y humanos a nuestro alcance- es de donde saldrán tantas pautas, para tratar y tratar muy bien, con mucha dosis de compasión y de comprensión al anciano.

La vida, la de ese anciano, es lo que se me da para interpretar la doctrina, y el hombre que yo me encuentro es alguien abatido por la limitación, que no puede disponer de la independencia que desearía, o que la dependencia que reclama no se le cubre como esperaba; que le resulta prácticamente imposible afrontar las obligaciones laborales, alguien a quien se han interrumpido proyectos; que, quizás, runrunea sentimientos de inutilidad, inseguridad, miedo, incomprensión; dolor por la pérdida de seres queridos,; con una tendencia nostálgica hacia el mundo de recuerdos…

Si la atención del anciano responde a lo que refleja su cuerpo, si no se tienen en cuenta todas estas verdades, será falsa, ineficaz, inauténtica. Pero además, hay más, paradójicamente, la dotación del ser humano es tal que, como rezan los refranes populares "no hay mal que por bien no venga" y "cuando una puerta se cierra, otra se abre"…

Lo que quiero remarcar es que ese panorama expuesto, deja de ser desolador, incluso más, es una riqueza en "doble dirección" (para el anciano y para el cuidador) cuando el anciano recibe, pudorosa y lo más oportunamente que se pueda, la ayuda humana más bonita: el consuelo.

Siempre ocurre, y me interesa mucho defenderlo, que no se puede medir del todo si al consolar se da un bien –que desde luego se da- o si se recibe una riqueza –digamos antropológica, que es algo más que humanitaria- inesperada; pero parece que, cuando la vida está aparentemente acabada, al consuelo, algo que activamente todos podemos hacer mejor, y que pasivamente, todos deseamos que nos ofrezcan en determinados momentos quizás críticos, aunque el pudor nos impida reclamarlo, da una dimensión inexplicable, aunque certera, de la nobleza humana.

Probablemente, y es un final aún más feliz, la experiencia acumulada por un cuidador de ancianos, conllevará a su vez, una preparación personal idónea no sólo para su actitud, sino en orden para cuando sea él, el que deba de ser atendido; incluso le guiará a saber prepararse para envejecer.

A MODO DE TESTIMONIOS

Además de experiencias personales, también la literatura de todos los tiempos, incluso la que quizás hayamos leído estos últimos años, ofrecen pruebas evidentísimas de esta necesidad humana de dar y de recibir algo más que lo tangible, aunque esto se haga del mejor modo.

El instinto de justicia y de caridad, presentes en cada uno de nosotros, a pesar de todos los mentís de la historia, pide que la vida tenga un sentido… no para asegurarnos una recompensa egoísta, sino para que la vida sea algo. Para que sea, sencillamente. Y ¿hay sentido sin un tú? Mejor, ¿hay sentido sin un tú y un yo, sin el plus de lo personal? Ya lo anunció Grahan Green: "Si fuéramos al fondo de las cosas, ¿no tendríamos compasión incluso de las estrellas?"

Todos comprendemos y podemos participar de sentimientos y realidades como las siguientes, pertenecientes a alguna novela:

-"Qué fastidioso pero qué indispensable es el cuerpo" dirá Frizzi en El secreto de M. Swann; en la misma novela, Sara afirma: "Pienso mucho en la soledad, sin duda la más extendida de las enfermedades modernas";

-"En la vejez, libre ya de todo cuidado acerca del campo, de su mujer, de sus hijos, quedábale algún momento para pasear por el mundo su mirada desinteresada" -Zorba, el Griego-;

-"En tres cosas reposa la vida: en el derecho, expresado por la ley; en la verdad, manifestada en el mundo; y en el amor de los hombres que reside en el corazón" –Mis gloriosos hermanos-.

Aunque más significativo son las siguientes realidades; también porque encima son verdad:

-Certeramente describe Möeller lo ocurrido en la vida de Simone Weil; ella entendió el sentido del sufrimiento, pero fue literalmente devorada por su inteligencia. El drama de su espíritu fue la obsesión de una certeza matemática donde no puede haberla; el racionalismo, dirá este autor, lleva siempre consigo la aparición del extremo opuesto, la obsesión por la materia…estamos ante una víctima de su soledad espiritual;

-Escuchemos ahora a Marie de Hennezel, en su libro La muerte íntima: "He conocido (…) la impotencia ante el avance de la enfermedad, he vivido momentos de rebeldía ante la lenta degradación física de las personas a las que acompañaba, momentos de agotamientos (…) Pero junto con este sufrimiento, tengo la sensación de haberme enriquecido, de haber conocido momentos de un peso humano incomparable, de una profundidad que no cambiaría por nada del mundo (…) sé que no soy la única que los ha vivido (…) mi actividad me ponía en contacto con el dolor, es cierto, (…) una ocasión única de intimidad.

Novelado o real, el sufrimiento está, y lo está también en la vejez. Por ello, la necesidad de consolar casi es evidente…, aunque no se haga, al menos como se debe; quien sabe si esta época nuestra pasará a la historia, como una en la que había que gastar tiempo y dar formación para hacer sencillamente lo que hay que hacer.

CONSOLAR

El consuelo más elocuente carece de voz, no se discute, se ejercita; es cuestión de corazón; "que no hay que explicarlo todo, sino casi todo…"dirá el hijo de la protagonista de Irse de casa. La misma idea, que ya reconoció Pascal, que el corazón tiene razones que no tiene la razón; que no tenemos las facultades para dar todas las razones de las cosas que, sin embargo, sabemos y podemos hacerlas.

Por mucho que la ciencia avance, es más importante que la persona avance sobre sí misma; la Bioética como ciencia multidisciplinar, no renuncia a formar para que se encuentren vías de resolución de errores en la asistencia sanitaria, factores socioeconómicos,… y/o de muchas otras cuestiones.

Pero, en definitiva, de poco servirían si, junto a ellos, no se alivian con la cercanía de seres queridos o seres que se hacen querer. Recuerdo a un psiquiatra que comentaba que la locura de la sociedad actual no es porque hayamos perdido la cabeza, sino porque falta corazón. En la literatura clásica ha sido descrito el corazón como el resumen de la vida humana. "Dime lo que amas, y te diré quién eres…"

Ahora correspondería realizar, pero se sale de la materia, una cálida apología del corazón, la que hace la libertad enormemente fecunda para comprender al hombre en su totalidad, para tener compasión –virtud tan maltratada- no sólo de la indigencia humana, sino de la grandeza –aunque esté escondida en la indefensión, como es el caso del anciano-; una apología que capta las verdades que son verdades universales, aunque no absolutas; precisamente por eso hay mucho campo de iniciativa en la auténtica atención humana de las personas mayores, es labor personal, casi intransferible, de artesanía; que crea encuentros, y despierta la parte más noble que tenemos; muestra lo vivencial y a veces inédito, que toca a cada cual no tanto tratar de entender, sino madurar y de aplicar. Es la ya citada meta en esa libertad de la generosidad, de la gratuidad.

Como muy bien ha afirmado un experto en humanidad: "Ninguna institución puede de suyo sustituir el corazón humano, la compasión humana, el amor humano, la iniciativa humana, cuando se trata de salir al encuentro del sufrimiento ajeno".

El corazón es el verdadero yo, dirá von Hildebrand. Cuando consolamos a una persona, lo que logramos es que sea su corazón el que nos llame, el que nos dé, el que nos pida. Eso lo entendemos todos.: así es la persona…

Quedan puntos suspensivos…, pero al menos recordemos que Consolar es estar de acuerdo con la vida. Como la sonrisa del médico formado en Bioética personalista.

Comunicación presentada por la Dra. Gloria María Tomás y Garrido

Vicepresidente de la Sociedad Valenciana de Bioética en las

VI Jornadas nacionales y II internacionales de Bioética: Gloria María Tomás y Garrido

Granada 25 y 26 de septiembre de 1998

SE HA EMPLEADO PARA BIBLIOGRAFÍA

- Entender el mundo de hoy, Yepes, Ricardo. Rialp, 1993

- Literatura del siglo XX y Cristianismo, (el silencio de Dios), Charles Möeller

- La muerte íntima, Marie de Hennezel,

- Irse de casa, Carmen Martín Gaite. Anagrama, 1998

- Mis gloriosos hermanos, Howard Fast, Edhasa,1995

- El secreto de Mary Swann, Carol Shields. Tusquest, 1997

- Alexis el Griego, Niko Kazantzakis, Peuser

- El corazón, Dietrich von Hildebrand. Palabra, 1996

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