Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio, porque su camino estará pleno de sol.
Hay quien piense que para ser feliz basta con ser Bill Gates o Carlos Slim, o quizás llamarse como un artista famoso. Sin embargo, ser feliz no es nada fácil. Parece mentira, pero es así. Ahora bien, todo depende de uno mismo.
Cuenta la leyenda que un hombre oyó decir que la felicidad era un tesoro. A partir de aquel instante comenzó a buscarla.
Primero se aventuró por el placer y por todo lo sensual, luego por el poder y la riqueza, después por la fama y la gloria, y así fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba al alcance de su mano.
En un recodo del camino vio un letrero que decía: "Le quedan dos meses de vida.”
Aquel hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida, sin haber logrado encontrar la felicidad, se dijo:
"Estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia, de saber y de vida con las personas que me rodean."
Y aquel buscador infatigable de la felicidad, sólo al final de sus días encontró que, dentro de sí mismo, en su interior, en lo que podía compartir, en el tiempo que dedicaba a los demás, en la renuncia que hacía de sí mismo por servir, estaba el tesoro que tanto había deseado.
Comprendió que para ser feliz se necesita amar; aceptar la vida como viene; disfrutar de lo pequeño y de lo grande; conocerse a sí mismo y aceptarse así como uno es; sentirse querido y valorado, pero también querer y valorar; tener razones para vivir y esperar… y también razones para morir y descansar.
Entendió que la felicidad brota en el corazón, con el rocío del cariño, la ternura y la comprensión. Que son instantes y momentos de plenitud y bienestar; que la felicidad está unida y ligada a la forma de ver a la gente y de relacionarse con ella; que siempre está de salida y que para tenerla hay que gozar de paz interior.
Finalmente descubrió que cada edad tiene su propia medida de felicidad y que sólo Dios es la fuente suprema de la alegría, por ser Dios amor, bondad, reconciliación, perdón y donación total.
Y en su mente recordó aquella sentencia que dice: “¡Cuánto gozamos con lo poco que tenemos, y cuánto sufrimos por lo mucho que anhelamos!"
Ser feliz, es una actitud.
Todos conocemos las bienaventuranzas, esas palabras tan hermosas que nos dijo Jesús en el Sermón de la Montaña. Sin embargo, no todos conocemos y practicamos las Bienventuranzas del Siglo XXI:
• Felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse.
• Felices los que saben distinguir una montaña de una piedra, porque evitarán muchos inconvenientes.
• Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas, porque llegarán a ser sabios.
• Felices los que saben escuchar y callar, porque aprenderán cosas nuevas.
• Felices los que son suficientemente inteligentes como para no tomarse en serio, porque serán apreciados por quienes los rodean.
• Felices los que están atentos a las necesidades de los demás sin sentirse indispensables, porque serán portadores de alegría.
• Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas y con tranquilidad las cosas grandes, porque irán lejos en la vida.
• Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio, porque su camino estará pleno de sol.
• Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque no se turbarán en lo imprevisible.
• Felices los que saben callar y ojala sonreír cuando se les quita la palabra, se los contradice o cuando les pisan los pies, porque el amor comienza a penetrar en su corazón.
• Felices los que son capaces de interpretar con benevolencia las actitudes de los demás, porque conocen el valor de la caridad.
• Felices los que saben reconocer al Señor en todo lo que encuentran, porque habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría.
Si tienes fe en Dios, asume el compromiso de ser cada día más bueno, más humilde, más justo, y podrás cumplir todos los compromisos adquiridos. Él te apoyará y nunca estarás solo, y serás feliz en esta tierra, y lo que es mejor, en la vida eterna.
Autor: Juan Rafael Pacheco
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