jueves, 13 de junio de 2013

LAS CATEDRALES


Normalmente suelo celebrar en la catedral cuando no tengo el encargo de sustituir a ningún sacerdote. Me gusta mucho hacer la oración en el silencio y soledad del gran templo catedralicio.

Hasta hace algunos años, pensaba que la catedral era como otra iglesia, sólo que más grande. Ahora he reflexionado mucho acerca del carácter específico de la catedral frente al resto de las parroquias y templos de la diócesis.

En la catedral de cada diócesis, debería haber cada semana una gran misa mayor. Algo solemne, con abundancia de acólitos, bellos cantos, incienso. E incluso cada día debería encomendarse a algún grupo de laicos dirigidos por algún sacerdote, el rezo solemne de alguna hora canónica. Me refiero a algo solemne, revestidos de algún modo especial y en asientos dispuestos de forma coral. No me estoy refiriendo a los laicos en los bancos de la iglesia y dirigidos por una guitarra.

Los laicos encargados de atender a los visitantes en la abadía de Westminster, llevan un traje que deja claro que son laicos, pero que expresa el oficio eclesial que están desempeñando. Ese traje se llama gown, es algo parecido a la toga académica de Oxford. Como el traje que lleva Churchill en la foto. Seis personas así en el coro catedralicio rezando vísperas con un sacerdote jubilado revestido con capa pluvial en el centro, sería algo muy bonito.

Sería muy bonito que un grupo de laicos amplio se pusieran de acuerdo para que en la catedral cuatro o seis laicos rezaran las horas canónicas con gran solemnidad. Por ejemplo, laudes a las 9:00, sexta a las 12:00, vísperas a las 18:00, y completas a las 20:00.

La catedral debería ser el lugar del culto perfecto a la Trinidad, por el número de acólitos, por su música, por lo cuidado de sus ceremonias. Debería ser un ejemplo para todos los templos de la diócesis. Es cierto que a menudo falta clero, pero los laicos podrían ejercer muchas funciones en ese acolitado y con trajes especiales. Creándose así un grupo de laicos con verdadero conocimiento y amor a la liturgia. De este modo se podría resucitar el rezo de las horas canónicas en los coros catedralicios.

En esto estoy convencido de que tenemos mucho que aprender de los anglicanos y su magistral capacidad para organizar bellas celebraciones.

PUBLICADO POR PADRE FORTEA

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