martes, 4 de junio de 2013

A VER... QUE ALGUIEN ME EXPLIQUE


Esta es una parte de una frase que leí en una red social. No soy aficionado a entrar en Facebook o en Twitter y no porque no tenga deseos de hacerlo, sino porque me falta tiempo, para atender lo que ya tengo encima. Con llevar estas glosas, los dos libros que ahora estoy escribiendo al alimón, los reenvíos de las presentaciones y atender el correo que recibo ya voy bien servido. La frase completa a la que antes me he referido, decía: A ver… que alguien me explique, porque Dios quiere a unos más que a otros.

El aire un poco acido, desafiante, y algo soberbio de la frase, lleva implícito en sí, la buscada explicación, si es que honradamente se busca una explicación o poner de manifiesto una supuesta injusticia por parte del señor al no querernos a todos por igual. Ante todo humildad, después humildad y si a la humildad le añadimos un detalle de buena educación y cortesía, se podía haber añadido un: por favor. Y digo que la forma de preguntar, lleva implícita en sí la respuesta, es sencillamente porque Dios detesta al soberbio y ama al humilde. Como sabemos hay vicios y virtudes y la reina de los vicios es la soberbia cuya antítesis es la humildad que a su vez es la reina de las virtudes. Así como de una forma o de otra todos los vicios se entroncan con la soberbia, todas las virtudes se entroncan a su vez con la humildad

Santiago apóstol, en su epístola nos dice: “Dios, da su gracia a los humildes y resiste a los soberbios”. (St 4,6). También San Pablo en su epístola a los filipenses, nos recuerda que: “Cristo Jesús, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó a sí mismo”. (Flp 2,6-8). Y en los Libros poéticos y sapienciales podemos leer: “La oración del humilde traspasa las nubes y no descansa hasta que llega a su destino ni se retira hasta que el Altísimo fija en ella su mirada”. (Eclo 35,21).

Dios ama a los que más se le asemejan, porque la asemejanza es una característica del amor, tal como espléndidamente nos explica San Juan de la cruz. El que ama tiende a imitar a su amado y si este, es el Señor, lo nuestro será imitarle a Él y cuanto mejor y más le imitemos, más le amaremos y más seremos amados por Él. Es imposible amar de verdad si no tenemos el deseo de imitar. De aquí nace el refrán que dice: Dos que duermen en un mismo colchón se vuelven de la misma opinión. Y ya sabemos que voz del pueblo es voz de Dios.

Hay un párrafo muy importante en la epístola de San Pablo a los filipenses en el que, refiriéndose al Señor nos dice “….., se humillo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. (Flp 2,8). El Señor con su gesto no puso límites de hasta dónde debe de llegar nuestra humillación, si es necesario hasta ofrecer nuestra vida, si es que Dios nos ama tanto que decide darnos esa oportunidad de morir humillado. Porque, vamos a ver: no decimos que somos creyentes y hasta diariamente vamos a misa y comulgamos. Acaso no es cierto que lo que nos espera después de nuestra muerte es mucho mejor que lo que aquí tenemos, Entonces qué clase de creyentes somos, que temblamos como unas ursulinas, cuando vemos que esto de aquí abajo se acaba. Cómo es posible que nos aferremos a lo que esta vida nos ofrece.

Leí una vez un autor, que simulando una conversación entre los ángeles acerca de nosotros, le preguntaba un ángel a otro: Pero que es lo que le dan los hombres al Señor, para que esté tan loco por el amor de ellos. Pues bien parangonando, la conversación de los ángeles, yo me pregunto: ¿Pero que es lo que tiene este mundo para que nos ate de tal manera que nadie quiere irse de él? Porque si hacemos un frío análisis de esta pregunta, podemos encontrar la respuesta, en que el mundo no nos da ni nos puede dar esa felicidad que no conocemos y para la que estamos creados.

Y si este mundo no nos da lo que buscamos y deseamos, ¿Por qué no aferramos de esa forma a Él? Lo que ocurre es bien sencillo de explicar, decimos que creemos, que somos creyentes y mentimos descaradamente. Nuestra falta de fe es absoluta, tenemos todos una clase de fe que podríamos calificarla como una fe de inercia, no propia sino inducida, por nuestra educación, por lo que vemos que hacen los demás. La mayoría de los creyentes son como Vicente que va allá, a donde va la gente. Y evidentemente esto no es lo que Dios quiere de nosotros.

Siempre he considerado que aunque de las tres virtudes teologales, el amor es la más importante y la única que sobrevivirá en nuestra futura vida. Ahora y aquí abajo es la fe lo primero de todo, porque si no hay fe, apaga y vámonos. La fe es el punto de partida, es el kilómetro 0 de nuestra vida espiritual, si no creemos, no podemos amar a quien no creemos que exista y por supuesto nada podemos esperar de Él.

Pero si tenemos fe, aunque esta se pequeña, tendremos esperanza en su crecimiento, porque Dios ha dispuesto todo tan bien y a nuestro favor, en forma tal, que las tres virtudes fundamentales, crecen y decrecen al unísono, en forma tal, que si solo nos preocupamos de aumentar nuestra fe, inmediatamente aumentará nuestra esperanza y sobre todo nuestro amor a quien tanto nos ama. Ocuparos ante todo y sobre todo de vuestra fe, porque todo lo demás vendrá solo como corolario y en la medida que se vuestra una fe auténtica. Personalmente el 80% de mis oraciones de petición son pidiendo más fe, porque nunca seremos suficientemente ricos en la fortaleza de nuestra fe.

Prueba de esto es que a pesar de lo que nos dijo el Señor: “¡Dijeron los apóstoles al Señor; Auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar”, y os habría obedecido”. (Lc 17,5-6). Y desde hace 2000 años que el Señor pronunció estas palabras, no se sabe, o al menos yo no sé de nadie que haya tenido fe como un grano de mostaza, para obligar a un árbol a su auto traslado, CARECEMOS DE FE y así nos va …

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

No hay comentarios:

Publicar un comentario