Conozco a Jaime Mayor Oreja desde hace más de 15 años. Siempre ha sido una persona coherente y defensora de sus principios. Lo ha demostrado con las víctimas del terrorismo. Durante la presentación de mi libro Secuestrados en 1997, siendo ministro del Interior, ya lo dijo alto y claro, aludiendo a José Antonio Ortega Lara, Cosme Delclaux o Mirentxu Elósegui, la única mujer secuestrada por ETA: “Son personas con nombres y apellidos a las que nunca debemos olvidar”. Y siempre ha cumplido su palabra.
Ahora acaba de salir en defensa de la Iglesia católica en La Tercera de ABC. Tampoco me sorprende. Es valiente y sagaz. Frente a las voces endiabladas que claman por una “modernización” de la Iglesia que otorgue carta de naturaleza a la ordenación sacerdotal de las mujeres, suprima el celibato eclesiástico o admita el aborto convirtiéndose en cómplice del gran holocausto del siglo XXI, Mayor Oreja escribe elocuente y sereno:
“Hay quienes pretenden de la Iglesia lo que no puede dar. Le piden una «modernización» que consistiría en adueñarse de aquello de lo que no es propietaria, sino sólo custodia: una verdad revelada que debe proclamar con fidelidad en todo el mundo y en todos los tiempos. Si hoy conocemos a Cristo es porque la Iglesia nos lo ha traído hasta aquí fielmente a lo largo de los siglos. Esto es algo que, una vez más, algunos parecen no comprender: la Iglesia no decide lo que proclama, proclama lo que recibe. Y debe elegir siempre el mejor modo de proclamar la verdad de la que es depositaria para toda la Humanidad. Eso es lo que ahora se ha de decidir en Roma”.
“En esa tarea –añade el hoy eurodiputado-, los adversarios no están en la propia Iglesia, sino fuera de ella. Y el hecho de que en ocasiones el relativismo haya arraigado incluso dentro de la Iglesia, en los creyentes, en nosotros mismos, cuando no estamos a la altura, no debe confundirnos sobre esto. La Iglesia no está a salvo del error ni del pecado, pero como Iglesia, como institución, es santa. No gracias a quienes la formamos, sino a pesar de nosotros y gracias a Dios”.
Y como remate, señala el mal endémico del alma y de nuestra sociedad tantas veces diagnosticado por Benedicto XVI:
“El relativismo ha conseguido eliminar de la Constitución y de los Tratados Europeos la referencia a las raíces cristianas de Europa, ha reemplazado el derecho a la vida por el derecho al aborto, está tratando de sustituir la obligación moral hacia los mayores por un supuesto nuevo derecho a morir dignamente, ha desnaturalizado la esencia del matrimonio, ha construido una doctrina de falsos y supuestos nuevos derechos erradicando el significado de las obligaciones”.
¡Ojalá que todos los políticos que se dicen “católicos” siguiesen el mismo ejemplo del ministro del Interior, Jorge Fernández, y ahora el de Mayor Oreja! Otro gallo nos cantaría.
José María Zavala
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