domingo, 28 de octubre de 2012

UN 28 DE OCTUBRE DE HACE 1700 AÑOS NACIERON LA CRISTIANDAD Y EL SIGNO DEL TRIUNFO CRISTIANO



El sueño de Constantino.

La victoria de Puente Milvio fue precedida por la visión de la Cruz: «In hoc signo vinces [Con este signo vencerás]»

El 28 de octubre de 312 tuvo lugar un hecho decisivo en la historia de la Iglesia: hace 1700 años, justo este domingo (festividad de Cristo Rey según el calendario litúrgico antiguo), las tropas de Constantino derrotaron a las de Majencio en el Puente Milvio, en el noreste de Roma, y el poder del Imperio quedó consolidado en sus manos.

IN HOC SIGNO VINCES

Podría haber sido una victoria militar más, de no ser por lo que la había precedido en el ánimo del emperador.

Tiiempo antes había tenido una visión, corroborada por algunos soldados que le acompañaban. Mientras rezaba, en pleno mediodía, se le apareció una Cruz luminosa con esta inscripción: In hoc signo vinces [Con este signo vencerás]. Aquella misma noche, mientras dormía (una escena reflejada en diversas obras de arte como El sueño de Constantino), la visión se reprodujo, pero esta vez era el mismo Jesucristo quien acompañaba al signo, y quien le ordenaba convertirlo en estandarte como garantía de victoria.

Al despertarse, ordenó que todos sus soldados pintasen en sus escudos la xi y la ro, dos primeras letras de la palabra Christos en griego, creando así el pictograma por excelencia que representa al Hijo de Dios, convertido en nuevo lábaro de los emperadores, cristianizado así.

Tiempo después, Constantino se dirigió a Roma para poner fin al poder de Majencio, quien inopinadamente salió a combatir en terreno desfavorable y terminó muerto en el Tíber.

EL EDICTO DE MILÁN

Era la señal que le faltaba al emperador. El hijo de Constancio, proclamado en York seis años antes, era hijo también de Santa Elena, una cristiana, y llevaba tiempo pensando en bautizarse. Aún tardará en hacerlo, recibiendo las aguas bautismales del Papa Silvestre I, pero pocos meses después de la victoria de Puente Milvio, en 313, promulgó el Edicto de Milán, que garantizaba la libertad de la Iglesia en todo el Imperio cuando aún muchos recordaban las espantosas persecuciones de Diocleciano.

A partir de ese momento, y aun con muchos años todavía de evolución política marcada por la pujanza de la minoría cristiana en lucha contra una mayoría pagana, Constantino se convertirá en el gran protector de la Iglesia, dando lugar a una alianza que duraría hasta la ruptura de la Cristiandad por Lutero, y de iure hasta la disolución del imperio autro-húngaro tras la Primera Guerra Mundial.

EL TESTIMONIO DE EUSEBIO DE CESAREA

En los capítulos 27 a 39 de su Vida de Constantino, Eusebio de Cesarea dejó por escrito lo que el mismo emperador le transmitió verbalmente. Cómo ya antes de la batalla se había resuelto a adorar a un solo Dios, y cómo la visión de la Cruz le llevó a identificarlo como Jesús: "Con el espíritu sobrecogido por una visión tan extraordinaria, concluyó que no había otro Dios a quien reconocer que el que se le había aparecido. Constantino envió entonces a preguntar a los sacerdotes, sus ministros, quién era ese Dios que se manifestaba con una imagen tan luminosa".

"Los sacerdotes le respondieron", continúa Eusebio, "que el Dios que se le había aparecido era el Hijo Único de Dios, y que la imagen que se le había mostrado era el signo de la inmortalidad y el trofeo de la victoria que el Hijo de Dios había logrado sobre la muerte. Le explicaron las razones por las cuales había descendido del Cielo a la tierra, y el misterio de la Encarnación. El emperador les escuchó con maravillada atención, comparó sus argumentos con la visión que había tenido, y no dudó de que le enseñaban la verdad por orden de Dios. Se aplicó enseguida a la lectura de las Sagradas Escrituras, conservó a sacerdotes cerca de sí, y se decidió a adorar al Dios que le había descubierto sus misterios".

La esperanza de esa protección, concluye Eusebio, le llevó a emprender la campaña sobre Majencio y contra "la rabia de los tiranos". Quince siglos de historia de Europa, y de la cristianización que a Europa se debe, proceden de esa resolución y su sobrenatural origen.

Carmelo López-Arias / ReL

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