Gozo y luz, dolor y gloria, de todo esto está hecha la vida.
Tener en cuenta… por la cuenta que nos tiene. Es como la sabiduría popular que nos hace ser precavidos sin caer en el prejuicio, ser prudentes para no terminar siendo irresponsables. ¡Cuántas cuentas hemos de tener en cuenta! Especialmente en momentos de incertidumbre como los que nos tocan vivir, esto podría prestarse a una especie de ungüento amarillo que valdría para todo y para todos. Una suerte de solución universal para cualquier escollo peleón o puerta de par en par en el callejón sin salida.
Terminamos el mes de octubre. El otoño ya avezado en su típica nostalgia, nos ha puesto tal vez algo melancólicos ante las cosas que menos nos están resultando, las más peleonas de domar con paciencia y dulzura. Y tantas veces nos repite la Iglesia eso de: no te olvides de rezar. Una oración que no es fuga piadosa ni desdén ascético, sino la humilde petición de poder entender las cosas que nos suceden, de tener fortaleza para superar las que nos desafían, de saber cuidar lo que nos ayuda a madurar.
En este octubre otoñal hemos ido teniendo en cuenta las cuentas… de nuestro Rosario. Una forma de orar al alcance de todos; una oración sencilla que nos acompaña en la aventura de vivir. Decía el Beato Juan Pablo II que «con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través – podríamos decir – del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana» (RVM 2).
Tradicionalmente los misterios del Rosario nos ponían aspectos de la vida cotidiana que podían mirarse desde Cristo. Pero este Papa mariano quiso introducir una importante novedad que completó el Rosario como auténtico “compendio del Evangelio” (Pablo VI): «Es conveniente que, tras haber recordado la encarnación y la vida oculta de Cristo (misterios de gozo), y antes de considerar los sufrimientos de la pasión (misterios de dolor) y el triunfo de la resurrección (misterios de gloria), la meditación se centre también en algunos momentos particularmente significativos de la vida pública (misterios de luz). Esta incorporación de nuevos misterios, sin prejuzgar ningún aspecto esencial de la estructura tradicional de esta oración, se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria» (RVM 19).
Efectivamente, la vida nos trae momentos llenos de alegría que inundan nuestro corazón de gozo, y no son pocos los instantes en los que la luz nos permite caminar seguros y confiados a nuestros destino. Pero hay también instantes llenos de dolor ante los mil retos con los que nos desafía por todos sus flancos la vida. Nos queda la esperanza no banal sino cierta, de que la última palabra le corresponde a la gloria, esa con la que Dios mismo ha querido compartirnos su victoria. Gozo y luz, dolor y gloria, de todo esto está hecha la vida. La vivimos de la mano de esa Madre buena, la Virgen María, como se desgrana un Rosario pasando sus cuentas… por la cuenta que nos tiene.
Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm
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