lunes, 20 de agosto de 2012

DEL DOGMA DE LA ASUNCIÓN: EL DEBATE EXEGÉTICO



Tras conocer los fundamentos escriturísticos de la cuestión, el debate de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos se desarrolla sobre todo en el campo de la exégesis y de la tradición. Esto es tanto así, que la propia constitución apostólica dedica mucho más espacio a los argumentos emanados de los autores que de la propia Escritura.

EL PRIMERO EN SER CITADO ES SAN JUAN DAMASCENO (675-749):

“Era necesario que Aquella que en el parto había conservado ilesa su virginidad conservase también sin ninguna corrupción su cuerpo después de la muerte. Era necesario que Aquella que había llevado en su seno al Creador hecho niño, habitase en los tabernáculos divinos. Era necesario que la Esposa del Padre habitase en los tálamos celestes. Era necesario que Aquella que había visto a su Hijo en la cruz, recibiendo en el corazón aquella espada de dolor de la que había sido inmune al darlo a luz, lo contemplase sentado a la diestra del Padre. Era necesario que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde al Hijo y que por todas las criaturas fuese honrada como Madre y sierva de Dios”.

RECOGE TAMBIÉN LAS PALABRAS DE SAN GERMÁN DE CONSTANTINOPLA (635-732):

“Tú, como fue escrito, apareces en belleza y tu cuerpo virginal es todo santo, todo casto, todo domicilio de Dios; así también por esto es preciso que sea inmune de resolverse en polvo; sino que debe ser transformado, en cuanto humano, hasta convertirse en incorruptible; y debe ser vivo, gloriosísimo, incólume y dotado de la plenitud de la vida”.

Luego el de Amadeo, obispo de Lausana (1110-1159) quien, según la constitución, “afirma que la carne de María Virgen permaneció incorrupta («no se puede creer, en efecto, que su cuerpo viese la corrupción»), porque realmente se reunió a su alma, y junto con ella fue envuelta en altísima gloria en la corte celeste. «Era llena de gracia y bendita entre las mujeres» (Lc 1, 28). «Ella sola mereció concebir al Dios verdadero del Dios verdadero, y le parió virgen, le amamantó virgen, estrechándole contra su seno, y le prestó en todo sus santos servicios y homenajes»”.

Luego el de San Antonio de Padua (1195-1231), quien según la constitución, “en la fiesta de la Asunción, comentando las palabras de Isaías «Glorificaré el lugar de mis pies» (Is 60, 13), afirmó con seguridad que el divino Redentor ha glorificado de modo excelso a su Madre amadísima, de la cual había tomado carne humana. «De aquí se deduce claramente, dice, que la bienaventurada Virgen María fue asunta con el cuerpo que había sido el sitio de los pies del Señor». Por eso escribe el salmista: «Ven, ¡oh Señor!, a tu reposo, tú y el Arca de tu santificación». Como Jesucristo, dice el santo, resurgió de la muerte vencida y subió a la diestra de su Padre, así «resurgió también el Arca de su santificación, porque en este día la Virgen Madre fue asunta al tálamo celeste»”.

CITA TAMBIÉN AL DOCTOR UNIVERSAL, SAN ALBERTO MAGNO (H. 1200-1280):

“De estas razones y autoridades y de muchas otras es claro que la beatísima Madre de Dios fue asunta en cuerpo y alma por encima de los coros de los ángeles. Y esto lo creemos como absolutamente verdadero”.

Del Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino (1224-1274) dice que “siguiendo los vestigios de su insigne maestro, aunque no trató nunca expresamente la cuestión, sin embargo, siempre que ocasionalmente habla de ella, sostiene constantemente con la Iglesia que junto al alma fue asunto al cielo también el cuerpo de María”.

Del Doctor Seráfico, San Buenaventura (1218-1274), dice que sostiene “como absolutamente cierto que del mismo modo que Dios preservó a María Santísima de la violación del pudor y de la integridad virginal en la concepción y en el parto, así no permitió que su cuerpo se deshiciese en podredumbre y ceniza”

Dentro ya de la Escolástica moderna, recoge el testimonio de San Bernardino de Siena (1380-1444), para quien “la semejanza de la divina Madre con el Hijo divino, en cuanto a la nobleza y dignidad del alma y del cuerpo -porque no se puede pensar que la celeste Reina esté separada del Rey de los cielos-, exige abiertamente que «María no debe estar sino donde está Cristo” y que “el hecho de que la Iglesia no haya nunca buscado y propuesto a la veneración de los fieles las reliquias corporales de la bienaventurada Virgen suministra un argumento que puede decirse «como una prueba sensible»”.

RECOGE TAMBIÉN LA OPINIÓN DE SAN ROBERTO BELARMINO (1542-1621):

“¿Y quién, pregunto, podría creer que el arca de la santidad, el domicilio del Verbo, el templo del Espíritu Santo, haya caído? Mi alma aborrece el solo pensamiento de que aquella carne virginal que engendró a Dios, le dio a luz, le alimentó, le llevó, haya sido reducida a cenizas o haya sido dada por pasto a los gusanos”.

Y LA DE SAN FRANCISCO DE SALES (1567-1622):

“¿Quién es el hijo que, si pudiese, no volvería a llamar a la vida a su propia madre y no la llevaría consigo después de la muerte al paraíso?”

Y LA DE SAN ALFONSO:

“Jesús preservó el cuerpo de María de la corrupción, porque redundaba en deshonor suyo que fuese comida de la podredumbre aquella carne virginal de la que Él se había vestido”.

Y LA DE SAN PEDRO CANISIO (1521-1597):

“Esta sentencia está admitida ya desde hace algunos siglos y de tal manera fija en el alma de los piadosos fieles y tan aceptada en toda la Iglesia, que aquellos que niegan que el cuerpo de María haya sido asunto al cielo, ni siquiera pueden ser escuchados con paciencia, sino abochornados por demasiado tercos o del todo temerarios y animados de espíritu herético más bien que católico”.

Y LA DEL DOCTOR EXIMIO, EL ESPAÑOL FRANCISCO SUÁREZ (1548-1617):

“Los misterios de la gracia que Dios ha obrado en la Virgen no son medidos por las leyes ordinarias, sino por la omnipotencia de Dios, supuesta la conveniencia de la cosa en sí mismo y excluida toda contradicción o repugnancia por parte de la Sagrada Escritura”.

La constitución, como por otro lado parece bastante natural, no recoge la opinión de los contrarios a la asunción de María, lo que no quiere decir que no los hubiera. De hecho cuando en el s. XV Baldo de Ubaldo (1327-1400) es preguntado sobre si debe considerarse herético creer que el cuerpo de María no se halla en el paraíso, responde:

“Según [el Papa] Inocencio IV, a causa de las diversas opiniones de los padres, no lo es”.

Entre los contrarios a la asunción de María es quizás el caso más notable el de todo un santo, San Pascasio Radberto (792-865), el monje benedictino francés que parece ser el autor apócrifo de una carta atribuída a San Jerónimo, conocida como Pseudo-Jerónimo y recogida durante mucho tiempo y hasta el pontificado de Pío V (1566-1572) en el Breviario, una posición que, sin embargo, no le impidió presentarse entre los defensores de la inmaculada concepción de María.

La propia declaración del dogma (no la asunción como tal, sino su declaración como dogma) contó con la resistencia de algunos adversarios, entre los cuales se suele citar al religioso francés de los padres asuncionistas Martin Jugie (1878-1954), autor del tratado “La muerte y la asunción de la Santa Virgen” (1944), o el alemán Berthold Altaner (1885-1964).

Luis Antequera

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