Instrumentum
laboris (I)
NUEVA EVANGELIZACIÓN: UNA CUESTIÓN, ANTE TODO, ESPIRITUAL
El flamante documento hará de disparador en la gran asamblea sobre la nueva
evangelización del mes de octubre. Presento aquí una síntesis del primer
capítulo, que aborda el tema de por qué evangelizar, y cuál es su relación con
la fe.
En la mañana del martes 19 de junio, en la Sala de Prensa de la Santa Sede,
Mons. Nikola Eterović, Secretario General del Sínodo de los Obispos, presentó
el documento Instrumentum Laboris (=
IL), es decir, el “Instrumento de trabajo” que hará de orden del día del Sínodo
de obispos sobre La nueva evangelización
para la transmisión de la fe cristiana que tendrá lugar en Roma entre el 7
y el 28 de octubre, y que se celebrará en el contexto del Año de la Fe que se
iniciará el 11 de octubre. No se trata de un hecho casual. Evangelización y fe
se miran la una a la otra. Es el fruto de los aportes recibidos desde todo el
mundo a las cuestiones formuladas en un documento previo, las Lineamenta, que sinteticé en el artículo
“Hacia una nueva evangelización” (del 12 de abril de 2012).
UN ESPACIO PARA JESÚS
El primer capítulo está referido “al redescubrimiento del corazón de la evangelización, es decir, a la experiencia de la fe cristiana: el encuentro con Jesucristo” (IL 8), la vivencia que deviene de “creer en el amor a través del rostro y de la voz de ese amor, es decir, a través de Jesucristo” (IL 23). Este acontecimiento, que constituye “el núcleo central de la fe cristiana, que no pocos cristianos ignoran”, es “el fundamento teológico de la nueva evangelización” (IL 20):
El primer capítulo está referido “al redescubrimiento del corazón de la evangelización, es decir, a la experiencia de la fe cristiana: el encuentro con Jesucristo” (IL 8), la vivencia que deviene de “creer en el amor a través del rostro y de la voz de ese amor, es decir, a través de Jesucristo” (IL 23). Este acontecimiento, que constituye “el núcleo central de la fe cristiana, que no pocos cristianos ignoran”, es “el fundamento teológico de la nueva evangelización” (IL 20):
“La fe cristiana no es sólo una doctrina, una sabiduría, un conjunto de
normas morales, una tradición. La fe cristiana es un encuentro real, una
relación con Jesucristo. Transmitir la fe significa crear en cada lugar y en
cada tiempo las condiciones para que este encuentro entre los hombres y Jesús
se realice. El objetivo de toda evangelización es la realización de este
encuentro, al mismo tiempo íntimo y personal, público y comunitario.” (IL 18)
Jesús, claro está, “ha sido el primero y más grande evangelizador” (EN 7),
llevando a cumplimiento la buena noticia, el evangelio preanunciado en las
Sagradas Escrituras: “ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn 5, 39). Por
ello su predicación comienza con las palabras: “El tiempo se ha cumplido” (Mc
1, 15). “Para Jesús la evangelización asume la finalidad de atraer a los
hombres dentro de su vínculo íntimo con el Padre y el Espíritu. Éste es el
sentido último de su predicación y de sus milagros: el anuncio de una salvación
que, aunque se manifieste a través de acciones concretas de curación, no puede
ser hecha coincidir con una voluntad de transformación social o cultural, sino
con la experiencia profunda concedida a cada hombre de sentirse amado por Dios,
y de aprender a reconocerlo en el rostro de un Padre amoroso y pleno de
compasión” (IL 23).
Después de su muerte y resurrección, sus discípulos recibieron el mandato
misionero: Vayan por todo el mundo y
proclamen el evangelio a toda criatura (Mc 16, 15). “Por lo tanto, la tarea
de la Iglesia consiste en realizar la traditio
Evangelii, el anuncio y la transmisión del Evangelio […] que, en última
instancia, se identifica con Jesucristo” (IL 26). El Papa Pablo VI nos dejó
esta frase estupenda: “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación
propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar”
(EN 22).
Sin embargo, no faltan, lamentablemente, falsas convicciones que limitan la
obligación de anunciar la Buena Noticia. En efecto, hoy se verifica ´una
confusión creciente que induce a muchos a desatender y dejar inoperante el mandato
misionero del Señor (cf. Mt 28, 19). A menudo se piensa que todo intento de
convencer a otros en cuestiones religiosas es limitar la libertad. Sería lícito
solamente exponer las propias ideas e invitar a las personas a actuar según la
conciencia, sin favorecer su conversión a Cristo y a la fe católica: se dice
que basta ayudar a los hombres a ser más hombres o más fieles a su propia
religión, que basta con construir comunidades capaces de trabajar por la
justicia, la libertad, la paz, la solidaridad. Además, algunos sostienen que no
se debería anunciar a Cristo a quienes no lo conocen, ni favorecer la adhesión
a la Iglesia, pues sería posible salvarse también sin un conocimiento explícito
de Cristo y sin una incorporación formal a la Iglesia” (IL 27).
La “humanidad de hoy tiene necesidad de sentirse decir las palabras de
Jesús ´¡Si conocieras el don de Dios!´ (Jn 4, 10), para que estas palabras
hagan surgir el deseo profundo de salvación que se encuentra en cada hombre:
´Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed´(Jn 4, 15)”. […] “Y para
poder acceder a esta experiencia, se necesita alguien que sea enviado a
anunciarla: ¿cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se
les predique?´ (Rm 10, 14)” (IL 33).
Por esta razón no se puede olvidar que el anuncio del Evangelio es una
cuestión, ante todo, espiritual. La exigencia de la transmisión de la fe, que
no es una empresa individualista y solitaria, sino un evento comunitario,
eclesial, no debe provocar la búsqueda de estrategias eficaces ni una selección
de los destinatarios – por ejemplo los jóvenes - sino que debe referirse al
sujeto encargado de esta operación espiritual. Debe ser un cuestionamiento de
la Iglesia sobre sí misma. Esto permite ver el problema de manera no
extrínseca, y pone en discusión toda la Iglesia en su ser y en su modo de
vivir. Más de una Iglesia particular pide al Sínodo que se verifique si las
infecundidades de la evangelización hoy, en particular de la catequesis en los
tiempos modernos, es un problema sobre todo eclesiológico y espiritual.” (IL
39). “Antes de transformarse en acción, en efecto, la evangelización y el
testimonio son dos actitudes que, como frutos de una fe que las purifica y las
convierte, surgen en nuestras vidas de este encuentro con Jesucristo, Evangelio
de Dios para el hombre” (IL 20). “Frecuentemente, ha sucedido que, como
consecuencia del debilitamiento del propio vínculo con Cristo, se ha
empobrecido la calidad de la fe vivida” (IL 39), como ocurre con los discípulos
de Emaús (Lc 24, 13-35) que narran y propagan su propia frustración y falta de
esperanza, haciéndose transmisores “de un anuncio que no da vida” (IL 38).
Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? (Mt 14, 31), dice Jesús a Pedro, cuando éste, a
causa del viento y del miedo, comenzó a hundirse en las aguas por las que venía
caminando. “En la persona de Pedro es posible reconocer la actitud de muchos
fieles, así como también la de enteras comunidades cristianas, sobre todo en
los Países de antigua evangelización”, dice el Prefacio del documento. Por eso
sus primeras palabras son: Auméntanos la
fe (Lc 17, 5).
Gonzalo Abadie
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