Para iniciar
una nueva vida en el matrimonio se requiere madurez, compromiso, comprensión y
un serio propósito por adaptarse a la pareja superando las naturales
diferencias.
No es culpa del amor si tantos
matrimonios fracasan. ¿Qué persona de las que aman piensan en el fracaso? La
frescura de un amor joven enmascara frecuentemente todo aquello que se
encuentra de manera latente, que más tarde se hará presente y será precisamente
lo que provoque la ruptura en el matrimonio. Se ama tanto que se cree que
algunas divergencias de opinión, de distintos intereses, costumbres, formas de
educación y diferencias en el nivel cultural y hasta económico, nunca podrán
llegar a dañar la relación; las barreras no existen.
Se cree que nuestro ser todopoderoso
será capaz de hacerle frente a cualquier obstáculo que se pueda presentar. La
gran ilusión previa al matrimonio tiñe todo con matices color de rosa.
El malentendido comienza después de
la boda, pues poco o casi nada se sabe en realidad de la persona con quien
ahora se comparte la vida. Dependiendo de la educación, la edad, la madurez y
el carácter, algunos tomarán estas "pequeñas o grandes diferencias"
como algo natural que se ha de dar en un proceso de adaptación al que uno se
debe de habituar; muchos otros se sentirán verdaderamente perturbados y
desilusionados de la vida matrimonial por este hecho.
Según lo que algunos creen
erróneamente, los jóvenes actualmente gracias a su despertar precoz hacia la
intimidad sexual van lo suficientemente preparados al altar como para saber lo
que les espera en el matrimonio; "la juventud actual sabe demasiado".
Efectivamente, pueden tener una vida sexualmente activa previa al matrimonio,
pero en realidad no saben lo que hacen.
La sexualidad de ninguna manera
puede ni podrá reducirse a una mera genitalidad en la que lo único que se ve
involucrado son los cuerpos. En realidad es la totalidad de la persona la que
se desnuda cuando alguien se entrega a uno igual. En cualquier caso, aquel o
aquella que va al matrimonio pensando que ésta es una forma de
"legalizar" lo que ya han comenzado, o por buscar una ancla de
salvación, difícilmente comprenderán que con quien se casan es igualmente ser
humano, con defectos y limitaciones, que actúa, siente, sufre y espera que la
vida le de la oportunidad de poder desarrollar todas sus posibilidades como
persona.
Muchos son los que creen conocer a
su pareja y no es sino en la convivencia diaria dentro del hogar donde aparecen
las sorpresas sin avisar. Ahora resulta que ni uno, ni el otro eran tan
predecibles como se esperaba. El conocimiento real del otro estaba orientado
únicamente hacia las imágenes estereotipadas, como ha quedado comprobado
infinidad de veces en algunos matrimonios al poco tiempo de casados.
El conocimiento del otro, la
aceptación del cónyuge como compañero puede así convertirse en una falta de
comprensión por ambos lados. Paradójicamente los malentendidos se van
acumulando al igual que los resentimientos y reproches porque ahora sí están
convencidos de haber conocido realmente al otro tal cual es, al verdadero, sin
tapujos de ninguna clase ya que es, en lo cotidiano que uno saca a relucir lo
mejor y lo peor que uno puede llegar a ser.
Sin embargo, tomando en cuenta que
somos seres sumamente complejos que además nos desarrollamos a través del
tiempo, sería incorrecto afirmar que hemos llegado a conocer a alguien en su
totalidad. En realidad podemos lograr una aproximación, pero es precisamente en
el momento en que reconocemos al otro como conocido, cuando descubrimos que
existen facetas, gestos, gustos, hábitos, etc., que se van modificando o surgen
naturalmente a propósito de ese devenir y del crecimiento y madurez que se han
de dar y que, por otro lado, le quitan lo aburrido y salpican de sabor a la
monotonía de lo cotidiano.
A pesar de estas ventajas la
incertidumbre que provoca el cambio muchos no la pueden manejar. Preferirían
sentir que tienen el control de su entorno y lo que sucede en él, que admitir
la armonía de la vida que muchas veces nos conduce por caminos poco conocidos
por los que inevitablemente hay que atravesar y no siempre son del todo
placenteros como puede ser una enfermedad.
Pero vuelvo al punto central. La
desilusión de haber conocido al otro real distinto del que uno esperaba antes
del matrimonio, responde también a las falsas expectativas, o más
concretamente, a la idea que el amante fabrica con su imaginación del cómo le
gustaría que fuera su príncipe azul, al grado de llegárselo a creer. El
problema radica en que la realidad está muy alejada de ser así, las personas no
somos producto de un ideal de hombre o mujer. No somos resultado de lo que
otros quisieran que fuésemos, sino seres humanos concretos, únicos e
irrepetibles.
Por otro lado, un rasgo típico del
noviazgo, es el buscar agradar constantemente a nuestra pareja, y la forma más
eficaz de lograrlo es en definitiva mostrando en lo posible sólo lo mejor de
nosotros mismos, con lo que logramos únicamente que el otro nos idealice en su
mente y su corazón. Como dice Rafael Llano Cifuentes: "Las personas, en
general, callan la verdad sobre sus errores y limitaciones.
Ni los genios se libran de este
presuntuoso intento. Miguel Ángel, antes de morir, quemó un gran número de
dibujos: No quería que se conociera el laborioso proceso creativo que precedió
a algunas de sus grandes obras." Con esto no quiero decir que en la etapa
previa al matrimonio debamos de mostrar todo lo malo que podamos ser con el fin
de no engañar a nadie. Tanto una postura como la otra llevarían al fracaso
seguro. Simplemente hay que procurar ser francos, con el otro y con uno mismo.
Tener la oportunidad de tratar
alguien en las buenas como en las malas, observar cómo se desenvuelve como
realmente es a partir de sus relaciones familiares donde uno difícilmente puede
fingir ser lo que no es, observar bajo que normas morales y de educación se
fundamenta tanto su vida familiar como las relaciones de amistad que ha logrado
cultivar a lo largo de los años, qué actitud muestra con relación a la religión
y si comparte el mismo compromiso siendo respetuoso con sus creencias; también,
observando cómo enfrenta los pequeños o grandes sinsabores que nos da la vida,
el interés y disponibilidad que muestra por las personas que le rodean, en
especial por las necesitadas o aquellas que no puedan aportarle beneficio
alguno.
En fin, el éxito de un matrimonio no
ha de fundamentarse en las coincidencias entre los cónyuges sino que, aunque se
den las naturales diferencias y aún a pesar de ellas, los esposos se respeten y
aprendan que si realmente quieren vivir felizmente casados, han de comprender
que en el matrimonio como en la vida misma, es imposible vivir en un estado
constante de alegría. Más bien hay momentos maravillosos que se viven una sola
vez y son precisamente estos los que alimentan la vida en común.
Solo de uno mismo y de nadie más
depende el favorecer las circunstancias para que estos pequeños obsequios se
nos den en mayor o menor medida, pues nadie sino uno mismo es el forjador y
responsable de su propio destino ya que la buena suerte es de quien la busca y
no de quien la encuentra. Sin embargo, para tener esta oportunidad de éxito en
el matrimonio, es preciso no asumir el compromiso hasta que realmente sea uno
capaz de equilibrar deseos y sentimientos con la razón y la voluntad para poder
ver con claridad aquello que normalmente se llega a distorsionar si es
observado exclusivamente con los ojos del corazón o los instintos.
Marisa U. De
González
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