En el Evangelio Jesús compara al Reino con un tesoro escondido en un campo. Ciertamente todos reaccionamos, al enterarnos de su existencia, comprando el campo para obtener el tesoro. ¡No faltaría más! La diferencia está en cómo empleamos ese tesoro.
Imaginemos dos hombres. Cada uno ha encontrado un cofre con un tesoro. El primero se sienta encima de él, ni siquiera lo abre. Toda su preocupación es que nadie se lo robe. Defiende su contenido con uñas y dientes. Allí pasa el resto de su vida miserablemente.
El segundo abre el cobre, disfruta de su tesoro y lo comparte con todos los que puede. El tesoro le ha dado vida, le ha hecho feliz.
Pues esas son precisamente las dos posturas que podemos tener ante el Tesoro de la Espiritualidad. Podemos dejarlo encerrado en el cofre. Podemos pasar toda nuestra vida defendiendo su contenido, aunque desconozcamos lo que hay. Ese tesoro nos mata.
En cambio podemos abrir el cofre, hacer que su interior forme parte de nuestra vida y de la de los demás. Ese tesoro es fuente de vida para nosotros y para los demás.
Podemos ser una Iglesia preocupada por la ortodoxia, temerosa de perder la influencia, guardiana de un tesoro sin disfrutar de él. O podemos ser una Iglesia abierta, acogedora, que comparte su tesoro con todos los hombres de buena voluntad.
¿Con cuál de los dos hombres nos identificamos?
¿Qué actitud queremos tener?
Joan Josep Tamburini
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