A propósito de lo que constituye el
proyecto de la nueva ministra francesa de derechos de las mujeres, Nayat Vallaud-Belkazem, de origen
marroquí, de penalizar a los consumidores de sexo pagado, y de la manifestación
que contra dicho proyecto se ha producido el pasado sábado en París, el diario
francés Le Figaro realiza un
interesantísimo estudio sobre el modo en que determinados países del norte de
Europa combaten desde hace unos años la prostitución, trasladando el peso de la
lucha, según diríamos en términología económica, desde el plano de la oferta
al de la demanda.
Le Figaro repasa varios casos. El primero es Suecia, verdadero pionero del nuevo
enfoque de la lucha contra prostitución. Aprobada en 1999, la ley sueca castiga
el hecho de “comprar todo tipo de servicios sexuales” con elevadas
multas que están en función de las rentas del penado, y junto a ella, la pena
de cárcel, que puede ascender a seis meses. Según el Gobierno sueco, desde la
entrada en vigor de la ley, el número de consumidores de prostitución ha
descendido del 13,8 al 7,8% de la población, y el número de prostitutas de
2.500 a 1.250. Según la socióloga Laura
Augustin, lo que habría ocurrido es un desplazamiento de la prostitución
desde la calle a internet. Según Morgane
Merteuil, secretaria general del Sindicato
del trabajo sexual (Strass), la penalización del consumo de sexo no ha
producido una disminución de la prostitución sino “una bajada de los
precios”. Junto a ello, “la penalización de los clientes obliga a
prostitutos y prostitutas a esconderse, están más aislados y ejercen su trabajo
en un ambiente más peligroso”.
Nueve años después, en 2008, Noruega
copia literalmente el modelo de su vecino, pero incorpora una novedad, penando
también el consumo de los noruegos en el extranjero. El primer caso de
aplicación de la ley en el año 2011 recibió una importante cobertura mediática,
al afectar ni más ni menos que a un diputado noruego, Bard Hoksrud, castigado a pagar una multa de 3.200 euros. En
cuanto a los efectos de la ley, la prostitución ha descendido, según el
Gobierno, a la mitad. La contestación es similar a la que se produce en Suecia.
Para el Centro oficial de ayuda a las
prostitutas de Oslo, el Pro
Sentret, la situación de las trabajadoras del sexo noruegas “se
ha deteriorado gravemente” porque son menos visibles y menos protegidas,
habiéndose producido un segundo efecto: el aumento de la violencia por parte de
los consumidores del sexo. Un 59% de las prostitutas declaran haber sido objeto
de violencia en el curso de los tres últimos años.
Un año después, en 2009, es Islandia
la que se une al carro, aunque dando varias vueltas de tuerca. La ley que
castiga al cliente pero no a las prostitutas, incorpora para éstas una serie de
ayudas públicas como alojamiento y asistencia jurídica. El consumo de sexo
pagado puede ser penado hasta con cuatro años de prisión y se han prohibido los
clubs de streap-tease.
En Finlandia la ley es menos severa.
Lo que se castiga es más bien el tráfico de prostitutas, y para condenar a un
cliente, es preciso demostrar que éste conocía que la persona cuyo sexo ha
comprado había sido forzada a vender su cuerpo. Una línea por la que están
circulando otros países como Inglaterra y País de Gales en el Reino Unido,
mientras que en Escocia, la ley se asemeja más al modelo sueco, penando todo
tipo de consumo de sexo en lugar público con multas de hasta 1.500 euros. La Fundación Scelles sostiene que ello ha
creado “una discriminación de las prostitutas de la calle frente a las que
trabajan bajo techo”, abogando por la prohibición completa. Belinda Brooks, del departamento de
psicología de la Universidad de Londres,
sostiene, por el contrario, que la ley representa “el macartismo aplicado en
el cuarto de baño”, y que “no es función del estado legislar sobre los
actos sexuales consentidos”.
El tratamiento que al tema da el Código Penal español se recoge en sus
artículos 187 y 188, y básicamente, pena tanto al que obliga a alguien a
ejercer la prostitución como al que consume sexo de una menor de edad o
incapaz, con penas que pueden llegar a los cinco años, agravadas hasta los diez
en el caso del que obliga a ejercer la prostitución y hasta seis en el del
cliente, si la víctima es menor de edad.
Luis
Antequera
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