Benedicto XVI se
encuentra con los obispos, que se reunieron en su asamblea, y les pide que
regresen a la esencia de la fe cristiana para evangelizar de nuevo al país.
No citó las
emergencias éticas, no repitió el llamado a una nueva generación de católicos
en la política, no comentó la situación social del país: se concentró en la fe.
Es más, en la falta de fe y en el proceso de secularización cada vez más
evidente incluso en Italia, «En un tiempo en el que Dios se ha convertido para
muchos en el gran Desconocido y Jesús es simplemente un gran personaje del
pasado».
Es un discurso
que retoma la esencia el que Benedicto XVI pronunció a mediodía en el aula del
Sínodo ante los obispos italianos que se reunieron en su asamblea general. El
Papa recordó sobre todo el cincuenta aniversario del inicio del Concilio e
invitó a «profundizar sus textos». Además subrayó las intenciones de Juan
XXIII, que quería transmitir «pura e íntegra la doctrina, sin atenuaciones o
tergiversaciones, pero de forma nueva», y definió como «inaceptable» la clave
de lectura que presenta al Vaticano II como una falta de continuidad o ruptura
con la tradición anterior, afirmando que gracias al Concilio «la Iglesia puede
ofrecer una respuesta significativa a las grandes transformaciones sociales y
culturales de nuestro tiempo».
Benedicto XVI
también advirtió sobre la «racionalidad científica» y sobre la «cultura
técnica» que, yendo más allá de sus ámbitos, pretenden «delinear el perímetro
de las certezas de razón únicamente con el criterio empírico de las propias
conquistas», y citó como ejemplo el surgimiento, a veces confuso, «de una
singular y creciente demanda de espiritualidad y de supernatural, signo de
inquietud que habita en el corazón del hombre que no se abre al horizonte
trascendente de Dios».
La
secularización avanza e «incluso en una tierra fecunda corre el riesgo así de
convertirse en un desierto inhóspito y la buena semilla podría ser sofocada,
pisoteada y perdida. Un signo de ello es la disminución de la práctica
religiosa […] Numerosos bautizados han perdido su identidad – indicó –; no
conocen los contenidos esenciales de la fe o piensan que pueden cultivarla
prescindiendo de la mediación eclesial. Y mientras muchos dudan de las verdades
enseñadas por la Iglesia, otros reducen el Reino de Dios a algunos grandes
valores, que ciertamente tienen que ver con el Evangelio, pero que no se
refieren al núcleo de la fe cristiana»
El centro del anuncio cristiano, repitió Ratzinger citando las palabras del Papa Wojtyla, «no es un concepto, una doctrina, un programa sujeto a libre elaboración, sino que es, sobre todo, una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible». «Lamentablemente – explicó –, Dios queda excluido del horizonte de tantas personas; y cuando no encuentra indiferencia o rechazo, se quiere relegar el discurso sobre Dios al ámbito subjetivo, reduciéndolo a un hecho íntimo y privado, marginado de la conciencia pública. El corazón de la crisis que hiere Europa pasa por este abandono, este rechazo de la apertura a lo Trascendente».
El centro del anuncio cristiano, repitió Ratzinger citando las palabras del Papa Wojtyla, «no es un concepto, una doctrina, un programa sujeto a libre elaboración, sino que es, sobre todo, una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible». «Lamentablemente – explicó –, Dios queda excluido del horizonte de tantas personas; y cuando no encuentra indiferencia o rechazo, se quiere relegar el discurso sobre Dios al ámbito subjetivo, reduciéndolo a un hecho íntimo y privado, marginado de la conciencia pública. El corazón de la crisis que hiere Europa pasa por este abandono, este rechazo de la apertura a lo Trascendente».
Para afrontar
esta situación, dijo el Papa, «no bastan nuevos métodos de anuncio evangélico o
de acción pastoral para hacer que la propuesta cristiana encuentre mayor
acogida». Como señala el Concilio Vaticano II, se trata de «recomenzar desde
Dios, celebrado, profesado y testimoniado [...] Nuestra primera, verdadera y
única tarea es la de comprometer nuestra vida por aquello que […] es
verdaderamente fiable, necesario y último. Los hombres viven de Dios, que a
menudo buscan inconscientemente o con tanteos para dar pleno significado a la
existencia. Nosotros tenemos la tarea de anunciarlo, mostrarlo, de guiar al
encuentro con Él».
Ratzinger
recordó que es por este motivo que comenzará el Año de la Fe el próximo 11 de
octubre, y citó de nuevo a su predecesor para afirmar que la nueva
evangelización debe ser, como enseña el Concilio, una obra común de los
obispos, de los sacerdotes, de los religiosos y de los laicos, así como de los
padres de familia y de los jóvenes: «Dios es el garante de nuestra felicidad - ha
dicho Benedicto XVI para terminar - , y donde entra el Evangelio […] el hombre
experimenta que es objeto de un amor que purifica, renueva y hace capaces de
amar y servir al hombre con amor divino».
Al final de su
discurso, Benedicto XVI recitó su oración al Espíritu Santo, en la que, entre
otras cosas, se afirma: «Espíritu de Vida, que en el principio vagabas sobre el
abismo, ayuda a la humanidad de nuestro tiempo a comprender que la exclusión de
Dios la lleva a perderse en el desierto del mundo, y que solo en donde entra la
fe florecen la dignidad y la libertad y toda la sociedad se edifica en la
justicia».
Andrea Tornielli
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