SOBRE RACISMO, MITOS E IDIOSINCRASIA
(I)
RACISMO
Hace poco, el violento comportamiento racista de un adolescente (“niño” para sus padres) en contra de
una pareja de esposos de raza mestiza, dentro de un cine, despertó la indignación
de gran parte de la población por este suceso. Esto dio pie a que en ciertos
programas de televisión y en algunos diarios de circulación nacional se tratara
el tema del racismo o de la discriminación racial como expresión del mismo.
Recordé entonces algunas expresiones racistas vistas anteriormente en
televisión; como la del papá de Lourdes Flores Nano, que llamó al entonces
candidato Toledo: “Auquénido de Harvard”,
expresando el desprecio por su origen serrano y raza. El mencionar “… de
Harvard” es así como decir: “Aunque la
mona se vista de seda, mona se queda” (“Aunque haya estudiado en Harvard, cholo
se queda”). Y también recordé las expresiones racistas del papá del actual
presidente de la República, que enaltecía la raza cobriza, presentándola como
superior a la blanca. Además, sorpresa me causó escuchar a una niña morena
decirle a otra, cuando peleaban: “Tu mamá
es más negra que la mía”.
En fin, el
racismo en nuestro país (no hablo de otros), es un hecho. De si tiene un origen
natural o es un producto de la cultura, es un tema que los especialistas se
encargarán de descubrir. Por eso, siendo un hecho, que, por lo visto, forma
parte de nuestra idiosincrasia, lo que debemos condenar no es el racismo (no
deseable, pero existente), sino sus manifestaciones. En efecto, si el hombre es
un ser social, esa condición lo debe llevar al reconocimiento y respeto que
cada persona se merece por el mismo hecho de serlo. Que Dios, además de
confundir nuestras lenguas en Babel, nos haya pintado de diferentes colores, no
quiere decir que por ello debamos ver en nuestras desigualdades raciales un
motivo para despreciarnos. Si acaso el racismo es una característica de la
idiosincrasia del peruano (no generalizo), lo que se debe buscar es educarse en la convivencia social.
Conozco personas racistas que respetan a quienes no son de su raza. Parece ser
que su racismo se encuentra sólo en la constatación de las evidentes
diferencias raciales y la tendencia (natural, en opinión de algunos) a sentirse
orgullosos de la propia raza, pero que a la vez reconocen que por debajo de
esas diferencias en el “numerador”, existe un “denominador común” de dignidad
que todos los seres humanos tenemos. Y es ese denominador común el que debe
fundamentar la convivencia social. La educación, si bien no puede consistir en
taparse los ojos para no ver las diferencias somáticas y de color
características de las razas, debe tender a ver detrás de dichas diferencias el
valor de la persona humana, que merece reconocimiento y respeto.
SOBRE RACISMO, MITOS E IDIOSINCRASIA
(II)
MITOS
El caso que venimos tratando nos lleva a otra consideración; la del mito de
que “los niños son buenos por naturaleza”;
o peor, aún, de que no son conscientes (y por lo tanto son inimputables) de las
cosas malas que hacen. Esto lleva a exculparlos de toda acción mala que
pudieran hacer, como la del adolescente del cine (los únicos culpables serían
sus padres; él no).
Sobre esto hay que decir lo siguiente: la Religión Católica (a la que
muchos quieren ignorar) nos enseña que el hombre nace bueno, pero inclinado al mal; la Psicología nos
enseña que el niño tiene conciencia moral; es decir, sabe distinguir lo bueno
de lo malo; dicho en lenguaje común: “sabe lo que hace”; el Derecho, que ve la
realidad de las cosas para legislar, crea correccionales de menores, reconociendo
en ello la responsabilidad moral de los menores de edad.
Entonces, eso de que el niño deba ser exculpado de acciones contrarias a la
Ley, por no ser consciente de lo que hace, no tiene fundamento real.
Este hecho nos da pie para hablar de educación y responsabilidad personal.
Empecemos reconociendo la necesidad de educar al hombre para ayudarle a su
pleno desarrollo como persona; a la perfección de su ser. Y como el hombre es
un ser social, su máxima perfección ha de expresarse en la capacidad de
convivir con los demás en un clima de respeto. Y la educación está a cargo de
los padres, de los maestros y de la parroquia (si es que van). En este sentido,
hay una responsabilidad en los demás respecto a la formación de los niños.
Pero, por otro lado, el niño también tiene cierta autonomía para decidir por lo
bueno o por lo malo, de secundar su inclinación al bien o al mal. De allí
aquello de “la oveja negra de la familia”; el que a pesar de haber sido educado
en el bien con la palabra y con el ejemplo, decidió ir por otro camino. O del
muchacho que, no se entiende, es bueno a pesar de su entorno familiar y del
vecindario en donde vive.
Esto último, nos pone ante la realidad de responsabilidad personal del
niño. El tema es largo, porque convergen muchos factores en la formación moral
de los seres humanos. Sin embargo, no podemos dejar de señalar este mito.
Pasemos, ahora, a considerar otro mito: “El
niño no debe ser castigado”. Hay quienes prefieren hablar de corrección y
no de castigo. Creo, personalmente que debemos hablar más bien de castigos que corrigen. En efecto,
debemos entender la importancia del castigo para la buena formación de la
conciencia moral. Saber y experimentar que los actos buenos merecen
reconocimiento y premio y que los malos, reprensión y castigo, ayuda a
adaptarse a una vida social ordenada y justa. Si no se castiga, desaparece el
sentido de justicia. El castigo es tan humano y saludable como la
condecoración. Ahora, ¿qué tipo de castigo debe aplicarse? Ese es otro tema; en
otro momento trataremos sobre él; ahora sólo deseo dejar sentado que hacemos
muy mal en quitar en el ser humano el sentido de responsabilidad y, dentro de
él, el de culpa.
Dejo las
cosas ahí, la próxima vez terminaremos con este tema dividido en tres partes.
SOBRE
RACISMO, MITOS E IDIOSINCRASIA (III)
IDIOSINCRASIA
Y llegamos a
la tercera y última parte del artículo, donde hablaremos sobre la
idiosincrasia, para tratar de entender el tema del racismo en nuestra sociedad;
no olvidemos que el comportamiento racista de aquel adolescente del cine es el
que motivó el artículo.
La
idiosincrasia puede definirse como la manera de ser característica de un
pueblo. Es un tema muy complejo de tratar, dado que en nuestro país la
diferencia de personas y culturas impiden generalizar. Sin embargo, no con
pretensión de erudición sino en un intento de acercamiento al problema, lo
trataré, reconociendo que puede ser un punto de vista entre otros más que
puedan darse. Sin embargo, en toda opinión no debe faltar la responsabilidad de
quien opina, es decir, que las opiniones sean consecuencia de un raciocinio
sobre la base de la observación y de la experiencia y no de una actitud frívola
que irresponsablemente lleva a decir cualquier cosa.
Empecemos
por decir que un rasgo que caracteriza a nuestro pueblo es la alegría. Y no
puede haber alegría sin bromas: la chispa es otro de los rasgos de nuestra
idiosincrasia; siempre tenemos la palabra inesperada que causa hilaridad. Pero
a esto se añade otro rasgo: la “tomadura de pelo”; nos gusta reírnos o
burlarnos de los demás, no con mala intención, sino para pasarla bien, por lo
que debemos también “tener correa” cuando nos llega el turno de ser blanco de
las burlas de los demás. Pero, ¿de dónde tomar la “materia prima” para la
burla?: de las diferencias raciales, sociales, económicas y culturales que
existen en nuestro país, así como de la contextura física, rasgos del rostro y
manera de ser de las personas, o de la belleza o fealdad de las mismas. Como el
tema que nos interesa es el del racismo, me ocuparé de las diferencias
raciales. En efecto, las diferencias raciales traen como consecuencia estereotipos
en ese orden, y es a partir de ellos que se crean personajes en los programas
cómicos de televisión, como el negro Mama y la paisana Jacinta; o se hacen
chistes a partir de los prejuicios que se forma la sociedad sobre las personas
según su raza, como hacía Augusto Ferrando con sus comparaciones
“blanco-negro”: “Blanco con zapatillas: deportista; negro con zapatillas:
ratero”; no se trata de escarnecer al negro, sino de reírse de lo que la gente
piensa de él. Dicho sea de paso, quienes más disfrutaban de esta comparación
eran los mismos morenos que asistían al programa. Por otro lado, Nemesio
Chupaca, el “cholo de acero inoxidable” y Eleuterio, fueron personajes que
estereotipaban al serrano acriollado, en el caso de Nemesio y al serrano
ingenuo en el caso de Eleuterio. Ellos eran serranos que se reían de sí mismos.
Como se ve, no hay malicia en todo ello, no hay deseo de ofender, sino sólo de
reconocer las diferencias raciales que hay en nuestro pueblo y reírse de ellas.
No olvidemos que el Negro Mama y la Paisana Jacinta siempre salen ganando, o al
menos salen bien librados de los problemas en que se meten. Igualmente, el
cholo Nemesio siempre gana, porque “Al rey de la puna no le van a vender
llamas”. La idiosincrasia del peruano es ser alegre, bromista, burlón, pero sin
malicia. Y cuando se dice negro o cholo, lo que se está haciendo es describir a
la persona, no ofenderla. ¿Recuerdan al cholo Sotil? ¿Cuando se le decía
“cholo” se buscaba ofenderlo, o simplemente describirlo? Como vemos hasta aquí,
todo no va más allá de reconocer las diferencias raciales, aceptarlas y
convivir con ellas de manera lúdica y hasta fraterna.
Sin embargo,
el corazón del hombre no sólo alberga alegría y fraternidad; también puede
sacar de sí la maldad. Y la cosa empieza en el momento en que se quiere valorar
a las personas de acuerdo a sus diferencias económicas, sociales,
culturales y raciales. Se establece, entonces, una jerarquía donde el que tiene
plata, el “pituco”, el culto y el blanco son superiores en dignidad a
todos los que no lo son. Es aquí donde aparece lo superior y lo inferior, con
el añadido del aprecio a lo superior y el desprecio a lo inferior. Es allí
donde debemos situar el infeliz incidente entre el “niño” blanco y rico del
cine, allá en Chorrillos, y los esposos mestizos acholados que fueron blanco de
vituperios racistas. La “raza superior” despreciando a la “raza inferior”. No
se mira a la persona, se mira a la raza.
Lamentablemente,
ésta también es una característica de la idiosincrasia de nuestro pueblo: el
racismo que desprecia porque clasifica a las personas como superiores o
inferiores. Esta idea está tan metida en nuestra mentalidad que hasta las
mismas personas mestizas, negras o cholas (las inferiores, según esta
clasificación racista), hablan de escoger una pareja para casarse o para casar
a sus hijos, … con quien puedan “mejorar
su raza”.
El tema del
racismo es muy delicado, porque mueve sentimientos y descubre complejos (de
superioridad o de inferioridad). Por eso, si se hiciera una encuesta
preguntando a las personas si son racistas o no, lo más probable es que todas
digan que no, porque el racismo es vergonzoso. Pero anda y mételes el carro y
verás que te tratan como el jovencito del cine.
Finalmente,
alguien puede preguntar: “Ya que el racismo es parte de nuestra idiosincrasia,
¿se puede ser racista y católico a la vez? Hum… ¡Qué preguntita! No se puede
responder “a la primera”, porque la respuesta puede dar lugar a equívocos. Tal
vez dos ejemplos nos pueden servir para resolver el asunto. El primero:
Nicomedes Santa Cruz (1925-1992), el gran poeta, folklorista y periodista de
raza negra, decía: “No soy un poeta negro, soy un negro poeta”.
Esta expresión muestra a Nicomedes Santa Cruz como un negro orgulloso de su
raza. Este “racismo” no es malo, porque se fija más en los valores de la propia
raza, sin denostar a las demás. El otro ejemplo es el del adolescente del cine,
cuyas expresiones son de ofensa a quienes pertenecen a una raza que valora como
inferior. En este segundo tipo de racismo hay desprecio. Con el primer tipo de
racismo se puede construir a partir de las diferencias; con el segundo tipo de
racismo, no hay forma de construir nada. Con el primer tipo de racismo se puede
vivir en unión y sacar el Perú adelante; con el segundo tipo de racismo,
sufriremos siempre el desprecio y el trato injusto; el resentimiento y la
venganza social. Con estos dos ejemplos ya tiene usted, amable lector,
elementos para contestar a la pregunta, ¿o quiere que le responda este mestizo?
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