martes, 15 de mayo de 2012

¿PUEDE EL DEMONIO PROVOCAR UNA ENFERMEDAD MENTAL?


Si el demonio puede tentar, también podría hacerlo de forma continua, intensa, sin descanso, y tratar de provocar por tanto una obsesión o una fobia o una depresión u otras enfermedades. Si hemos dicho que puede transmitir especies inteligibles, podría transmitirlas con tal frecuencia que perturbara seriamente la vida ordinaria de la persona hasta el punto de desequilibrarla. Por poder hacerlo lo puede hacer. Pero Dios impide su libre actuación sobre nosotros. Toda acción del demonio sobre los hombres debe ser permitida por Dios.

A la pregunta por tanto de si el demonio puede provocar enfermedades mentales la respuestas es: sí, si Dios lo permite. Respuesta que vale para todo. Incluso a la pregunta ¿podemos contraer una enfermedad mental sin intervención del demonio? La respuesta sería exactamente la misma: sí, si Dios lo permite. Se trata de una respuesta que tiene un carácter casi universal. Pero por amplia que sea -de hecho cabe casi de todo en ella-, mucho me temo que no hay otra respuesta a esa pregunta.

Conocido el mecanismo interno que usa para provocar la tentación - la infusión de especies inteligibles en nuestra inteligencia, memoria e imaginación -, este modus operandi también se puede usar de forma tan pertinaz que desequilibre a la persona. Entra dentro del poder del demonio el hacerlo. Lo único que puede impedirlo es la voluntad de Dios. Ahora bien, ¿lo impide siempre? Indudablemente no. Si Dios no impide siempre la actuación de las causas naturales que provocan la enfermedad, tampoco impide siempre la actuación del demonio. Ahora bien, en este ámbito como en todo el campo de las causas de las patologías físicas o mentales, la actuación del demonio es excepcional. Toda enfermedad mental se debe a causas naturales mientras no se demuestre lo contrario.

Por otro lado, si pusiéramos una al lado de la otra a una persona enferma mental por causas naturales y a otra enferma mental por causa demoniaca, no habría manera de distinguir la una de la otra pues sólo veríamos el efecto externo.



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