Hace unos días (13 de Mayo)
celebramos la Virgen de Fátima. Este día me trajo recuerdos de la historia tan
sencilla de las apariciones de la Virgen a tres pastorcillos de una aldea
portuguesa. La he visitado muchas veces, y puede charlar, cuando aún vivían,
con la hermana de Sor Lucía y el hermano de Francisco. Y me iba de Aljustrel
con la sensación de que si no somos humildes no tenemos nada que hacer en el
plan de Dios sobre el mundo. Es curioso, pero siempre Dios y la Virgen se
manifiestan a gente sencilla (Bernardette, Los tres pastorcitos, el Indio Juan
Diego, Sor Faustina, jóvenes videntes de Medjugorje, Padre Pío, joven sacerdote
Josemaría Escrivá, Kico Arguello, Luz Amparo…) Puede que a muchos teólogos y
jerarcas les haga pensar el hecho, pero ahí está. Tal vez por ello los videntes
y fundadores hayan sufrido tantas incomprensiones.
Sor Lucía ha sido una de las
privilegiadas de la Virgen. La depositaria de los mensajes y secretos. La
propagadora del amor a la Señora durante tantos años. A las cinco y media de la
tarde del domingo 13 de Febrero de 2004, en el Carmelo de Santa Teresa de
Coimbra (centro de Portugal), donde vivía desde hacía años, murió la tercera
pastora de Fátima, sor Lucía, a los 97 años. Prima de Francisco y Jacinta
Martos, sor Lucía, será siempre recordada por ser la última de los tres
pastores de Fátima que vio a la Virgen en la tierra.
Lucía de Jesús dos Santos, tenía
diez años cuando declaró haber visto por primera vez, el 13 de mayo de 1917, a
una Señora que luego identificó como Nuestra Señora, en la Cueva de Iría, junto
a sus primos Francisco y Jacinta Marto, beatificados por Juan Pablo II, en el
aniversario de las apariciones del año 2000, en Fátima. El 13 de octubre de
1930, el entonces obispo de Leiría, monseñor José Alves Correira da Silva, en
una carta pastoral, declaró dignas de fe las apariciones de Fátima y admitió el
culto público. Desde entonces, el santuario se ha convertido en un centro de
espiritualidad y peregrinación de alcance internacional.
Nacida en 1907, en Aljustrel, sor
Lucía se trasladó en 1921 a Oporto, y a apenas 14 años fue admitida como alumna
interna en el Colegio de las Religiosas Doroteas, en Vilar, en las afueras de
la ciudad. El 24 de octubre de 1925, entró en el Instituto de Santa Dorotea y
al mismo tiempo fue admitida como postulante en el convento que la misma
congregación tiene en Tuy, Galicia, España, cerca de la frontera portuguesa. El
3 de octubre de 1928, pronunció sus primeros votos. El 3 de octubre de 1934,
emitió los votos perpetuos y recibió el nombre de sor María de la Dolorosa. En
1946, volvió a Portugal y, dos años más tarde, entró en el Carmelo de Santa
Teresa, en Coimbra, donde el 31 de mayo de 1949 profesó como carmelita
descalza, asumiendo el nombre de hermana María Lucía de Jesús y del Corazón
Inmaculado. Escribió dos volúmenes, uno llamado «Memorias» y el otro «Llamadas
del Mensaje de Fátima».
Zenit publicó en su día esta
interesante entrevista con la Superiora del Convento de Coimbra
--¿Vio más veces a la Virgen María sor Lucía?
--Sor María Celina: No
hablaba fácilmente de esto. En los últimos años, en cambio, relataba la
extraordinaria experiencia de 1917. Pero no decía «yo», sino «los
pastorcillos»: se refería siempre a ellos. La imagen de Nuestra Señora no era
como ella la deseaba. A veces le parecía fea, no se correspondía a la precisión
de su recuerdo, no era la que el artista había plasmado a partir de su
descripción. Es un poco lo que le ocurrió a santa Bernadette.
--Y a quien hablaba de un cuarto secreto, de un secreto no desvelado, ¿qué
le respondía sor Lucía?
--Sor María Celina: Que
nunca están satisfechos; que cumplan lo que pidió la Virgen, que es lo más
importante. Cuando alguno observaba: «sor Lucía, dicen que existe otro
secreto...», ella miraba irónicamente. «Si existe --rebatía-- que me lo
cuenten. Yo no conozco otros».
--¿Cómo era Sor Lucía como religiosa?
--Sor María Celina: Era
una persona que emanaba alegría. Viví con ella 28 años y noté que era una
persona que cuanto más avanzaba en edad más reencontraba una infancia
evangélica. Parecía de nuevo la niña que en la Cueva de Iría había tenido las
apariciones. Cuanto más pesado se hacía el cuerpo, más ligero se hacía el
espíritu.
--¿Se apagó poco a poco, casi dulcemente?
--Sor María Celina: Cuando
tuvo necesidad de ayuda, pusimos su cama en el centro de la celda y todas
nosotras alrededor, junto al obispo de Leiría-Fátima. Yo estaba de rodillas
junto a ella. Sor Lucía miró a todas y al final me miró a mí la última. Fue una
mirada larga, pero había en sus ojos una luz profunda que llevo en mi alma.
--¿La siente aún cercana?
--Sor María Celina: Le rezo siempre y sé que ella ruega por nosotros.
Hay cosas que no necesitan palabras: basta un gesto, un pensamiento. Antes Sor
Lucía tenía problemas de oído. Ahora ya no. Ahora entiende todo hasta sin
palabras.
Hasta aquí este entrañable
testimonio sobre una mujer sencilla que tuvo el privilegio de tratar a la
Virgen muy de cerca. Su vida es una invitación a mirar un poco hacia arriba, a elevar
nuestro corazón a Dios para después, desde la fe, y junto la Virgen, mirar la
tierra con ojos nuevos. En un mundo tan crudo en el que caminamos de la mano de
la fe, no viene mal que de vez en cuando el Señor y la Virgen nos ofrezcan el
respiro de su presencia, la alegría de su compañía tangible. Aunque, como diría
una de las videntes de Medjugorje, tenemos junto a nosotros, y en nosotros,
cada día la Eucaristía que es el centro de Iglesia, de nuestra vida espiritual.
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Juan García
Inza
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