Hoy, Jesús hace tres
afirmaciones capitales, como son: que se ha de comer la carne del Hijo del
hombre y beber su sangre; que si no se comulga no se puede tener vida; y que
esta vida es la vida eterna y es la condición para la resurrección (cf. Jn
6,53.58). No hay nada en el Evangelio tan claro, tan rotundo y tan definitivo
como estas afirmaciones de Jesús.
Contemplar el Evangelio
de hoy.
Día litúrgico: Viernes
III de Pascua.
Santoral 27 de Abril:
La Virgen de Montserrat, patrona principal de Cataluña.
Texto del Evangelio (Jn 15,1-8): En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.
Comentario: Rev. D. Ángel
CALDAS i Bosch (Salt, Girona, España)
«En verdad, en
verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su
sangre, no tenéis vida en vosotros»
Hoy, Jesús hace tres
afirmaciones capitales, como son: que se ha de comer la carne del Hijo del
hombre y beber su sangre; que si no se comulga no se puede tener vida; y que
esta vida es la vida eterna y es la condición para la resurrección (cf. Jn
6,53.58). No hay nada en el Evangelio tan claro, tan rotundo y tan definitivo
como estas afirmaciones de Jesús.
No siempre los
católicos estamos a la altura de lo que merece la Eucaristía: a veces se
pretende “vivir” sin las condiciones de vida señaladas por Jesús y, sin
embargo, como ha escrito Juan Pablo II, «la Eucaristía es un don demasiado
grande para admitir ambigüedades y reducciones».
“Comer para vivir”:
comer la carne del Hijo del hombre para vivir como el Hijo del hombre. Este
comer se llama “comunión”. Es un “comer”, y decimos “comer” para que quede
clara la necesidad de la asimilación, de la identificación con Jesús. Se
comulga para mantener la unión: para pensar como Él, para hablar como Él, para
amar como Él. A los cristianos nos hacía falta la encíclica eucarística de Juan
Pablo II, La Iglesia vive de la Eucaristía. Es una encíclica apasionada: es
“fuego” porque la Eucaristía es ardiente.
«Vivamente he deseado
comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» (Lc 22,15), decía Jesús al
atardecer del Jueves Santo. Hemos de recuperar el fervor eucarístico. Ninguna
otra religión tiene una iniciativa semejante. Es Dios que baja hasta el corazón
del hombre para establecer ahí una relación misteriosa de amor. Y desde ahí se
construye la Iglesia y se toma parte en el dinamismo apostólico y eclesial de
la Eucaristía.
Estamos tocando la
entraña misma del misterio, como Tomás, que palpaba las heridas de Cristo
resucitado. Los cristianos tendremos que revisar nuestra fidelidad al hecho
eucarístico, tal como Cristo lo ha revelado y la Iglesia nos lo propone. Y
tenemos que volver a vivir la “ternura” hacia la Eucaristía: genuflexiones
pausadas y bien hechas, incremento del número de comuniones espirituales... Y,
a partir de la Eucaristía, los hombres nos aparecerán sagrados, tal como son. Y
les serviremos con una renovada ternura.
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