lunes, 23 de abril de 2012

EL PADRE TRAMPITAS


Con motivo del testimonio que publicamos en el post anterior, sobre una monja española, Sor Tripi, que comparte tiempo y amistad con presos de larga duración por sus graves delitos, recibo un comunicado desde Méjico que nos habla de un célebre sacerdote, el Padre Trampitas, que fue más allá. Quiso ser un preso más para compartir todo el tiempo con este tipo de delincuentes. He investigado un poco y aquí ofrezco el testimonio del P. Juan Manuel, que así se llamaba el P. Trampitas.

Las Islas Marías. Sí. A algunos nos suena a cárcel, a criminales de siete homicidios para arriba, a gente altamente peligrosa, a seres desalmados purgando su condena, perpetua las más de las veces...

Una cárcel “natural”, sin paredes, donde la inmensidad del Océano Pacífico le trunca a cualquiera las ganas de escaparse.

Durante más de treinta años vivió aquí un preso. Un preso más. Que comía como cualquier otro preso. Sujeto a las leyes de la prisión. Privado de su libertad. Encerrado. Ninguna diferencia.
Bueno, una. Este preso... era voluntario.

Sí. Lo que oyes. Un preso voluntario. Quiere decir que a él nunca le capturó un comando especializado de la Policía después de incontables meses de búsqueda. Quiere decir que no llegó
amarrado ni custodiado por seis fornidos guardias de seguridad. Quiere decir que ningún juez le condenó a cadena perpetua en las Islas Marías. Quiere decir que ni mató ni robó ni nada que se le parezca. Preso voluntario.

Su nombre: Juan Manuel Martínez. Su apodo: el Padre Trampitas. Sí. Un sacerdote católico.
Tan preso que cuando el Papa Juan Pablo II visitaba por primera vez México en 1979, el P. Trampitas solicitó al Jefe de la cárcel un permiso especial para ir a alguna de las ciudades por
donde el Papa iba a pasar. El permiso se atoró a medio camino y nunca llegó. Y se quedó sin ver al Papa. Él, que era sacerdote. Sacerdote hecho preso voluntariamente. Con todas sus consecuencias.

Numerosos hombres de siete homicidios para arriba, mujeres purgando una larga condena por sus crímenes... pudieron encontrar a Dios y morir en paz gracias al testimonio y labor del P.
Trampitas. Un sacerdote preso voluntario cuyas cenizas están ahí, presas entre los presos de hoy y de mañana.

“Venid benditos de mi Padre, porque estuve en la cárcel y vinisteis a visitarme.”

Un preso llamado Pablo Testimonio relatado por el Padre Juan Manuel Martínez

Algunas anécdotas del P. Trampitas.

Miren, yo tengo que salir mañana en el avión a las Islas Marías, porque me alargaron cuatro días de permiso, pero primero tengo que ver si el lunes sale un avión vacío de Mazatlán porque el
pasaje cuesta cinco mil pesos, o de lo contrario son doce horas de barco, pero ¿quién va a dar cinco mil pesos! A veces, cuando piden el avión de allá, me llevan gratis y yo quiero estar listo por si me toca una de esas para irme.

El 14 de junio, el día de Corpus, oren por mí, oren porque ese día cumplo 80 años de edad, recuerden al padre Trampitas de las Islas Marías. Miren, esas conversiones de las que tanto hablo, yo se las debo a la oración, no cabe duda, la oración todo lo alcanza, y si alguna madre de familia tiene un hijo que va por malos pasos, haga lo que mi madre hizo, deveras, la oración, la oración, la oración. No, no quiero, en verdad no quiero. ¿Lo digo? No, porque miren, yo fui un perseguidor de Cristo.

En las afueras de un teatro de Aguascalientes fue donde... ¡hay, me da pena decirlo!, pero para gloria de Dios lo voy a decir, allí azoté a varios sacerdotes. Yo no podía estudiar en México
para sacerdote cuando me habló Cristo un dos de febrero por la noche, cuando le juré a mi madre, la encontré llorando ante un Crucifijo y tenía allí tres papeles muy comprometedores.
Uno de ellos era el plan que habíamos hecho para volar la Catedral de Aguascalientes el 11 de febrero, los otros eran también malos papeles.

Me di cuenta por qué estaba llorando y me dice: "Te quiero mucho hijo, pero al mismo tiempo te odio porque eres enemigo de Dios". Todo estaba comprobado con aquellos escritos. Fue en
esos momentos cuando le juré lo siguiente: “Mira madre, desde este momento, va a ser otro tu hijo, si te lo cumplo, que este Cristo me bendiga, (puse la mano sobre la cruz) (ese Cristo lo tengo todavía en las Islas Marías) y si no te lo cumplo, que este Cristo me maldiga".

“Mira, se que lo que voy a hacer me va a costar la vida". Y me dice: “Y, ¿para qué quieres la vida si no la das por Cristo...?". Miren, esas palabras que pronunció mi madre son las que me sostienen allá en la prisión. Cuando me llega la nostalgia de la libertad, cuando quiero abandonar todo aquello, parece que la voz de mi madre hace eco y permanece allí: “¿Para qué quieres la vida, si no la das por Cristo...?".

Debido a mis antecedentes anticlericales, tuve que irme a los Estados Unidos. Yo no podía estudiar para sacerdote en México, porque si me veían en el seminario, no faltaría que alguien dijera: “Este hombre está planeando algún buen golpe...".

Cuando me separé de la fundición donde laboraba, me dice un compañero que era mi ayudante: “¿Es cierto que te vas a ir a trabajar a la fundición de Monterrey?, llévame contigo, hombre, si
tu eres buen cuate". “Mira, te voy a decir la verdad - le contesté - me voy a los Estados Unidos a estudiar para sacerdote". –“Pero, ¡cómo! ¿para sacerdote? Él sabía que hacía poco tiempo había apedreado a varios curas en las calles de La Libertad, cruz con Santa Bárbara, y el que resultó más descalabrado fue quien después llegó a ser el Obispo de Sonora, Juan Navarrete.

Bueno, cosas de Dios, miren ¡si Dios es grande! Y me dice: “¿Tú para sacerdote?, oye, pues te diré como dijo Dimas: acuérdate de mí cuando estés en tu Reino". Entre los compañeros de trabajo
le decíamos “el perro pelón", porque no tenía un sólo pelo en la cabeza.

Una enfermedad lo había dejado completamente calvo, solamente tenía un mechón de pelitos blancos arriba del ojo derecho por lo que era inconfundible aquel hombre.

Pasaron varios años. Cuando me ordené de sacerdote - en mi primera misa - (generalmente los que se ordenan de sacerdote hacen dos misas, una por los vivos y otra por los difuntos), me
acordé de él, puse en la de los vivos: Juan, “el perro pelón", y en la de los difuntos también, Juan “el perro pelón", porque no sabía si se había muerto. Volvieron a pasar muchos años y en 1973, cuando vine a Aguascalientes a celebrar mis Bodas de Oro, quise celebrarlas en el mismo templo que yo había apedreado, para darle gloria a Dios de su grandeza.

Después de aquella solemnidad que me hizo sentir en el Paraíso, admirando la misericordia de Cristo, mi sobrino me estuvo acompañando enseñándome las mejoras que había hecho Olivares Santana cuando fue gobernador de Aguascalientes. Veníamos por una calle que va a dar al
Parián, cuando pasó una troca muy de prisa, cargada de mercancía, y dio vuelta al mercado en el momento en que bajaba un señor de la banqueta. Se lo llevó, se cogió de la plataforma, lo arrastró, pero como la troca dio vuelta a la izquierda, cayó en el suelo y la rueda trasera casi le separó la cabeza del tronco, no se movió, así se quedó.

Yo estaba como a unos siete metros de distancia en el carro de mi sobrino, brinqué y llegué con todo el poder que Dios me ha conferido: indulgencia plenaria, bendición Papal, escapulario de la
Virgen del Carmen que de inmediato se lo coloqué entre la ropa; todo cuanto pude y que tenía a mi alcance. Llegaron los reporteros y otras personas midiendo los pasos de donde fue el accidente a la banqueta, preguntaron ¿cómo se llama? Se acerca uno y dice: ¡Ah, yo lo conozco!, es un borrachito que hace mandados aquí en el mercado. Si, pero, ¿cómo se llama? Pues no sé, pero le
dicen: Juan “el perro pelón".

¡Ay, sentí un escalofrío en todo mi cuerpo!, e inmediatamente me fui sobre el cadáver a quitarle la cachucha que le cubría la cabeza. Y, sí, la calva estaba allí. En esos momentos me acordé que
hacía 53 años este hombre me había dicho: "Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino." ¡Óigame, eso ya no puede ser coincidencia, es Providencia de Dios! De seguro que cuando este hombre me dijo: “Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino", me lo dijo de corazón, y Dios ha de haber contestado: “Así será". Y se cumplió después de 53 años... gloria a Dios, Gloria a Dios.

Bueno, ahora sí me perdonan, ya me tengo que ir. Les encargo mucho sus oraciones. ¡Que Dios los bendiga y los proteja siempre!

NOTA: Dos años después de haber impartido esta plática a un grupo de personas en la ciudad de Aguascalientes, el padre Trampitas falleció y su cuerpo reposa en las Islas Marías. Descanse en paz este gran sacerdote que vivió el Evangelio entre los presos y que resaltó infinidad de veces el trabajo silencioso, oculto y misterioso de la Misericordia Divina que actúa eficazmente a favor del
pecador arrepentido.

Juan García Inza

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