Había oído hablar del caso hace ya tiempo, aunque por lo inverosímil que parecía y por no ser capaz de encontrar la fuente originaria y fiable de la historia, no había querido traerlo a estas líneas.
Hoy, casualmente, o no tan casualmente, - la verdad es que donde he encontrado la historia es donde tenía que estar de ser real -, he descubierto la fuente. Trátase del libro titulado “Seducidos por la muerte”, del norteamericano Herbert Hending, escrito en 1997 (y no se pueden Vds. imaginar lo que ha llovido desde entonces en lo relativo a eutanasia) y publicado en español por Planeta en el año 2009.
Para ponerles a Uds. en antecedentes, Herbert Hending es consejero delegado y director médico de Suicide Prevention International, así como catedrático de psiquiatría en el New York Medical College. En la resolución judicial que sentó precedente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos por la que se afirma que no existe el derecho constitucional al suicidio asistido, se citan los estudios de Hending en la materia, uno de los principales, el libro que acabo de reseñar a Uds. y que me dispongo a citar ahora.
Pues bien, en él se realiza el siguiente relato:
“Yo tenía curiosidad por saber cómo reaccionaría Eugene Sutorius [activista holandés de la eutanasia] al decirle que miles de pacientes lúcidos y no lúcidos eran llevados a la muerte sin su consentimiento. Cuando se lo comenté me dijo que había momentos en los que los médicos sentían que tenían que actuar porque los pacientes o las familias no podían hacerlo. Sabía de un caso de un doctor había puesto fin a la vida de una monja unos días antes de que hubiera fallecido por muerte natural porque tenía muchos dolores y el médico sabía que las convicciones religiosas de la monja no le permitían pedir la eutanasia. Sutorius no encontró ningún argumento, sin embargo, cuando le pregunté por qué no se le había permitido a la monja morir de la forma en que quería. Le dije que había conocido a pacientes terminales que no eran creyentes, pero para los que era muy importante el hecho de luchar hasta el final. Su derecho a no tener una muerte tranquila parece merecer tanto respeto como el derecho de los que quieren morir sin dolor. Sutorius se manifestó de acuerdo” (pág 112, op.cit.).
“Yo tenía curiosidad por saber cómo reaccionaría Eugene Sutorius [activista holandés de la eutanasia] al decirle que miles de pacientes lúcidos y no lúcidos eran llevados a la muerte sin su consentimiento. Cuando se lo comenté me dijo que había momentos en los que los médicos sentían que tenían que actuar porque los pacientes o las familias no podían hacerlo. Sabía de un caso de un doctor había puesto fin a la vida de una monja unos días antes de que hubiera fallecido por muerte natural porque tenía muchos dolores y el médico sabía que las convicciones religiosas de la monja no le permitían pedir la eutanasia. Sutorius no encontró ningún argumento, sin embargo, cuando le pregunté por qué no se le había permitido a la monja morir de la forma en que quería. Le dije que había conocido a pacientes terminales que no eran creyentes, pero para los que era muy importante el hecho de luchar hasta el final. Su derecho a no tener una muerte tranquila parece merecer tanto respeto como el derecho de los que quieren morir sin dolor. Sutorius se manifestó de acuerdo” (pág 112, op.cit.).
Por hoy baste con el caso. Otro día les traeré a esta columna algunas estadísticas holandesas sobre “eutanasia involuntaria” – más correcto sería llamarla “eutanasia anti-voluntaria” o “eutanasia contra voluntad”, involuntario es lo que se hace sin querer, anti-voluntario es lo que se hace contra la voluntad expresamente indicada, que es de lo que en este caso hablamos -. Son espeluznantes. No entiendo, la verdad, como nadie, por moderno y progresista que se considere a sí mismo, puede simpatizar con comportamientos como éste. Porque en Holanda, y en muchos más lugares el mundo, no vayan a creer Uds., son muchos los que lo hacen, no les quepa la menor duda.
Luis Antequera
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