En la oración pedimos muchas cosas, a veces muy inútiles y hasta peligrosas para nuestra santificación.
¿Pero por qué no pedimos lo que realmente necesitamos, es decir, el Espíritu Santo? El Espíritu Santo es el Don de los dones, y si le tenemos a Él, ya lo tenemos todo y no nos hace falta nada más, porque tendremos al mismo Dios, a la Gema de Dios, que nos hará comprender todas las cosas, y especialmente las cosas espirituales, para vivir de acuerdo a aquello que conocemos.
Invoquemos más frecuentemente al Espíritu Santo y vivamos anhelando unirnos a Él, que venga a nosotros y nos penetre y nos posea completamente, para que el enemigo, el diablo, no pueda hacer nada contra nosotros.
Teniendo al Espíritu de Dios, ya lo tenemos todo y no necesitamos nada más. ¿No recordamos cuando Jesús en el Evangelio dijo que si un padre de la tierra, aún siendo malo, sabe dar cosas buenas a sus hijos; cuánto más el Padre eterno daría el Espíritu Santo a quienes se lo pidieran? Es decir que Dios, que es Bueno, dará lo mejor que tiene, o sea, su mismo Espíritu, a quienes se lo pidan.
No nos cansemos de pedir el Don del Espíritu Santo, y para ello consagrémonos a María, porque el Espíritu viene sólo adonde está la Virgen, su amadísima Esposa, que como en Pentecostés, lo invoca de manera irresistible y Él vuela al alma en que mora María.
Recuerda que si no sabes pedir o pides mal, el Espíritu Santo se encarga que le lleguen las peticiones al Padre correctamente.
¡Ave María purísima!
¡Sin pecado concebida santísima!
Si tienes un grupo de oración y te falta María... no tienes un grupo de oración.
¡Sin pecado concebida santísima!
Si tienes un grupo de oración y te falta María... no tienes un grupo de oración.
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