viernes, 30 de septiembre de 2011

TENGO LA FUERZA QUE TÚ ME DAS



La tentación, mejor dicho el demonio tentando, no respeta a nada ni a nadie.

El cardenal Ratzinger, ya antes de 1990, en uno de sus primeros libros, escribía que: Mientras vivamos en este mundo nuestra fe y nuestro amor seguirán estando en camino y estarán amenazados de extinción. No es necesario que aclaremos quién es, el que está interesado en la extinción de nuestra fe y de nuestro amor. Todos los sabemos y desgraciadamente conscientes, o inconscientemente, raro es el ser humano que jamás le haya hecho el juego al demonio, me atrevería a decir que con excepción del Señor y su Madre María, nadie estamos libres de la culpa de haber cedido en la tentación, aunque solo haya sido en pequeñas cosas.

El Señor conoce la endebles de nuestra naturaleza concupiscente, y es por ello que nos dejó dicho:El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. (Jn 15,5). Nosotros solo con nuestras fuerzas, es imposible que podamos vencer al maligno, un ser mucho más inteligente que nosotros y no solo con una mente más potente que la nuestra sino con un sinfín de recursos, muchos de ellos desconocidos para nosotros y sobre todo movido por una fuerza extraordinaria en su voluntad de actuar que es el odio, al cual, solo le gana en categoría de fortaleza, la fuerza del amor.

Pero para hacer frente a la tentación, toda persona disponer de dos circunstancias que le hacen invencible, si es que él desea vencer. La primera es, que sin perjuicio de la tremenda fuerza que el demonio puede desplegar, su capacidad de actuación la tiene siempre limitada por el Señor, que no le permite que tiente a nadie con fuerza superior a nuestra capacidad individual de rechazo o resistencia. Esto quiere decir que no a todos, el demonio nos tienta con la misma fuerza, ni tampoco de la misma forma. Si el demonio pudiese tentarnos con todo su poder, desapareceríamos todos del mapa. Solo el demonio fue autorizado a desplegar todo su poder y por supuesto lo empleó a fondo, cuando tentó a nuestro Señor. Él no sabía que estaba tentando a Dios, pero si sabía que estaba frente a un Ser excepcional, que le podía hacer mucho daño, y por ello trató de saber quién era Jesús. Entonces fue llevado Jesús por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Pero Él respondió diciendo: Escrito esta No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Le llevo entonces el diablo a la ciudad santa, y poniéndole sobre el pináculo del templo, le dijo: Si eres hijo de Dios, échate de aquí abajo, pues escrito esta: A sus ángeles encargaran que te tomen en sus manos, para que no tropiece tu pie contra una piedra. Díjole Jesús: También está escrito: No tentaras al Señor tu Dios. De nuevo le llevo el diablo a un monte muy alto, y mostrándole todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, le dijo: Todo esto te daré si de hinojos me adoras. Díjole entonces Jesús: Apártate, Satanás, porque escrito esta: Al Señor tu Dios adoraras y a Él solo darás culto”. Entonces el diablo le dejo, y llegaron ángeles y le servían. (Mt 4,1-11).

La segunda circunstancia que juega a nuestro favor es la gracia divina, la fuerza que el Señor nos da y a nadie le falta si es que la desea poseer. Narra San Pablo que: "…para que yo no me engría, me fue dado un aguijón de carne, un ángel de satanás, que me abofetea para que yo no me engría. Por esto rogué tres veces al Señor que se retirase de mí, y Él me dijo: Te basta mi gracia que en la flaqueza llega al colmo del poder. Muy gustosamente pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo. (2Co 12,7-9). La fuerza que Cristo nos da, es el triunfo asegurado. Es por ello que cuando seamos tentados, para vencer recordemos la frase: Tengo la fuerza que tú me das. Santo Tomás Moro, decía: “…no hay demonio tan diligente en destruirle a uno, como Dios en preservarle, ni hay diablo tan cerca tuya para hacerte daño como Dios para hacerte bien, ni son todos los diablos del infierno tan fuertes para asaltarte como lo es Dios para defenderte, si uno no desconfía y pone su confianza en Él.

La gracia nos es imprescindible, para derrotar al maligno. Royo Marín escribe: Un hombre privado de la gracia es un cadáver en el orden sobrenatural, y los muertos nada pueden merecer. El mérito sobrenatural supone radicalmente la posesión de la vida sobrenatural que nos proporciona la gracia santificante”. Por su parte Jean Lafrance escribe: La santidad no se realiza sin nuestra cooperación, pero no es obra nuestra, es una respuesta a nuestra fe y a nuestra oración pues en el mundo de Dios, todo es gracia, tal como decía Santa Teresa de Lisieux. La salvación es gratuita, pero no arbitraria, pues Dios no siembra su gracia a todos los vientos”. Espera nuestra colaboración, y la única forma de colaborar a la gracia es creer en ella y pedirla. En el libro de la Filocalia de la oración de Jesús, hay una frase anónima que dice: Cuando la gracia no habita en el hombre, ellos (los demonios) anidan en las profundidades del corazón, como serpientes, y no permiten que el alma dirija la mirada hacia su deseo del bien. Y todos sabemos que no vivir en gracia de Dios es vivir sumergido en la continua ofensa al Señor.

La actuación demoníaca sobre nosotros no es siempre homogénea, ni el tiempo o épocas, ni en las personas. Satanás, nunca se da por vencido, no descansa. Y nos asedia siempre, aunque parezca imposible, incluso cuando el alma arde encendida en el amor a Dios. Pero su actuación es siempre selectiva. Hay personas a las que el demonio las considera ya metidas en su saco y de ellas solo se preocupa para que no se salgan del saco, su intensidad de actuación no suele ser muy alta, aunque procura que ellas se hundan más y más en la profundidad del saco. Pero su obsesión principal, radica en bajar lo más posible el nivel medio de vida espiritual del mundo. A lo largo de la historia, hemos podido ver que en la cristiandad ha habido épocas gloriosas y épocas catastróficas, y estas siempre han respondido a los planes diabólicos del maligno, que Dios le ha permitido que él los ponga en marcha. Pero siempre tras una época de tristeza ha venido como reacción, una época gloriosa. Así tenemos por ejemplo la gloria del siglo XIII plena de grandes santos, como San Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán, Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, y un sinfín más de ellos que surgen como reacción al triste escaso nivel, de la vida espiritual en la baja Edad media. Son muchos los ejemplo que podríamos analizar, pero no es el caso de hacerlo aquí y ahora.

Lo que si le interesa al demonio, es derribar las almas de los consagrados al Señor, y en este sentido estamos siendo testigos de los ataques a la Iglesia por los casos de pederastia. Nadie niega que han existido, pero su proporción en número, es infinitamente más baja que la que se da, en otros colectivos humanos que tratan con niños; profesores de primaria, monitores de campamentos, incluso en colegios religiosos no católicos, pero donde el demonio quiere cebarse y lanza sus andanadas, es sobre el clero católico.

Los que no somos, personas consagradas por unción sagrada, pero si los somos en nuestro corazón que arde en amor a Dios, también somos objetivo predilecto suyo, pues no nos perdona el daño que le hacemos cualquiera de nosotros, con los testimonios de nuestras vidas. Todos sentimos la tentación, la cual tiene su parte buena, pues tentación vencida es capital centuplicado para llegar al cielo. El demonio siempre nos propone la tentación, desde su aspecto positivo y bueno, es esta una forma muy sibilina de actuar y muy distinta de la tentación burda y soez, que generalmente emplea con los que considera ya metidos en el saco. De una sutil forma de tentar, no habla Henry Nouwen que escribe: Cuando te sientas arrojado temporalmente fuera de tu verdadero ser, puedes tener la repentina sensación de que Dios no es más que una palabra, que la oración es una fantasía, la santidad, un sueño y que la vida eterna es una escapatoria, un sustituto del auténtico vivir. Jesús fue tentado también de esta forma, y nosotros lo somos ahora. Frente a esta frecuente situación en la que se puede encontrar un alma, el remedio es: fe, fe y fe. Pedírsela desesperadamente al Señor, que con toda seguridad Él te atenderá.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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