jueves, 15 de septiembre de 2011

LAS MUJERES EN LA VIDA DE LA IGLESIA



No hace falta recurrir a las estadísticas, para reconocer y valorar el papel que han jugado las mujeres en la historia de la Iglesia.

Gracias a ellas, empezando por la Santísima Virgen María, el evangelio, lejos de quedarse en la oscuridad de los archivos bibliotecarios, se ha puesto constantemente sobre la mesa, subrayando la importancia de llevarlo a la práctica, contra viento y marea.

Detrás de cada buen sacerdote u obispo, ha estado el apoyo de alguna religiosa o madre de familia, pues las mujeres, a través de la intuición que las caracteriza, les han ayudado a dar a conocer el evangelio, conectándolo directamente con las inquietudes de cada época y contexto social.

Pensemos, por ejemplo, en el caso de Santa Catalina de Siena, quien, a través de una serie de cartas, logró convencer al Papa Gregorio IX, para que dejara Avignon y regresara a Roma, es decir, a la tierra que había contemplado los últimos días del apóstol Pedro. Las mujeres, si bien es cierto que han tenido que sufrir las consecuencias del machismo, han sabido hacerse escuchar al interior de la Iglesia, apostándolo todo por la causa de Cristo.

Jesús fue el primero en incluir a las mujeres, como parte de las primeras comunidades cristianas. Tan es así, que Marta y María, hermanas de Lázaro, aparecen como un buen punto de referencia en el evangelio (Cfr. Lc. 10, 38-42). Ellas, a partir de su relación con Jesús, formaron una nueva cultura, trabajando por la causa común de la salvación, sentando un antecedente que, a su vez, les dio un lugar importante a todas las mujeres en la vida de la Iglesia.

Ahora bien, lo anterior, a menudo es un tema polémico, pues si se afirma que forman parte integral de la comunidad cristiana, ¿cómo es posible que no puedan recibir la ordenación sacerdotal? Ante todo, hay que tomar en cuenta, que el sacerdocio ministerial, no es el único camino que existe para seguir a Jesús. Desgraciadamente, el tema de la igualdad malinterpretada, se ha convertido en una cuestión que niega la originalidad de cada sexo, es decir, masculino y femenino, cayendo en el reduccionismo.

Jesús no quiso imponer una misma función o labor para todos, pues como dice San Pablo, la Iglesia, es un cuerpo formado por distintos órganos, que cumplen misiones y tareas diferentes, es decir, las mujeres, no tienen por qué asumir las funciones que les corresponden a los sacerdotes, ya que ellas poseen una misión distinta y, al mismo tiempo, original e igualmente digna, sin embargo, el problema surge, cuando se pretende equiparar lo que Jesús ha enseñado y pedido, con una visión reduccionista sobre el rol del sexo femenino, orientándolo, única y exclusivamente, a lo que los hombres hacen, como si las mujeres no contaran con una misión en particular.

El genio femenino, ampliamente reflexionado por el Papa Juan Pablo II, a través de la carta que les dirigió a las mujeres, correspondiente al 29 de junio de 1995, comenta, entre otras cosas, lo siguiente: Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas (No. 2). En otras palabras, las mujeres tienen una aportación que ningún hombre puede suplir o sustituir. A través de la intuición, lejos de quedarse al margen de los grandes acontecimientos, tienen que asumir el lugar que les corresponde en la sociedad, siendo constructoras, de la civilización del amor, en todos los órdenes: religioso, político, social, cultural, deportivo y familiar.

Carlos J. Díaz Rodríguez

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