Es esta una expresión latina…, que siempre encontramos, en más de un texto de carácter espiritual, referido al tema del pecado, su perdón y el purgatorio.
Si queremos profundizar en el conocimiento de este vocablo latino, encontraremos que para la mayoría de los tratadistas este, vocablo es ambivalente con el de “concupiscencia”. Ambos expresan la tendencia que el ser humano tiene hacia el mal. Tanto es así, que en el parágrafo 1.264 del Catecismo de la Iglesia católica, podemos leer: “No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que la Tradición llama “concupiscencia”, o metafóricamente “fomes peccati”: La concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien "el que legítimamente luchare, será coronado". (2 Tm 2,5). (Concilio de Trento: DS 1515).
Pero no es exactamente esta, la opinión de Santo Tomás de Aquino, el cual en la Summa Theologiae (3,27,3), escribe: "Para entender estas opiniones es necesario tener en cuenta que el “fomes peccati” no es otra cosa que la concupiscencia desordenada habitual del apetito sensitivo, porque la concupiscencia actual es el impulso del pecado. Se dice que la concupiscencia de la sensualidad es desordenada, en cuanto que se opone a la razón, al inclinar al mal a la vez que dificulta la práctica del bien. Y por eso pertenece al mismo concepto del «fomes» el inclinar al mal y el dificultar el bien. O Dicho en otras palabras, la concupiscencia es una tendencia al mal que se inició en el pecado original; con el bautismo queda borrada tanto la culpa como el reato de la culpa. Pero es el caso de que si pecamos mortalmente nace una nueva concupiscencia actual, a la que al parecer la distingue Santo Tomás aludiendo al “fomes peccati”. Estamos entonces ante una concupiscencia, que no queda borrada por la confesión, ya que subsiste el “reato de culpa”, aunque sí puede desaparecer este reato de culpa al igual que desaparece para el bautizado, puede también desaparecer para el que recibe el sacramento de la Extremaunción, y también cabe la posibilidad de que desaparezca, ganando indulgencias plenarias, ya que con la ganancia de las cuales, también desaparece el reato de culpa.
Y uno se pregunta, ¿qué es el reato de culpa? Son las reliquias de los pecados mortales, las cuales pueden también permanecer en el hombre justificado aún después de la remisión de la culpa, es decir, aún después del perdón en virtud del cual se excluye ya la pena eterna; la Iglesia piensa que, recibida la gracia de la justificación, puede permanecer lo que ella llama “un reato” de pena temporal, del que hay que liberarse por actos de penitencia en esta vida o purificarse en una situación posterior a la muerte, es decir pasando por el Purgatorio.
El dominico Royo Marín, escribe: “El reato de pena temporal que deja como triste recuerdo de su presencia en el alma el pecado ya perdonado, hay que pagarlo enteramente, a precio de dolor en esta vida o en la otra. Es una gracia extraordinaria de Dios, hacérnoslo pagar en esta vida con sufrimientos menores y meritorios, antes que en el purgatorio, con sufrimiento mucho mayores y sin mérito alguno para la vida eterna. Como quiera que de una forma u otra, en esta vida o en la otra hay que saldar toda la cuenta que tenemos contraída con Dios, vale la pena abrazarse al sufrimiento de esta vida, donde sufriremos mucho menos que en el Purgatorio y a su vez, aumentaremos nuestro mérito sobrenatural y nuestro grado de gloria en el cielo para toda la eternidad”.
Didácticamente se pone el ejemplo de la mala hierba, para explicar que es el "reato de pena". El “reato” es como antes hemos señalado la reliquia o la predisposición o la tendencia que resta dentro del alma, a cometer otro pecado mortal, aunque el primero haya sido perdonado por el sacramento de la penitencia, pues este sacramento no borra en el alma la tendencia concupiscente a cometer nuevos pecados. Es como si en un jardín arrancásemos una mala hierba; a la vista exterior la mala hierba no existiría porque había sido arrancada ya, pero debajo de la tierra subsistiría la raíz de la mala hierba, y esta volvería a crecer cuando se dicen las condiciones idóneas para ello. Y siempre será el maligno que está siempre al acecho, el que se ocupará de que se den las condiciones idóneas.
Para Martí Ballester, la muerte es expiatoria y tiene carácter reparador. El hombre al pecar hizo tres males: La ofensa de Dios, que los teólogos designan por el mal de Dios. El reato de culpa, que es el mal moral del hombre. Y el reato de pena, que tiene características de mal físico, también del hombre. Este mal coincide con el castigo. Cristo murió para reparar estos tres males que el hombre cometió al pecar. El mal de Dios fue reparado por el valor de latría del sacrificio del Redentor y atrajo la bendición para el hombre. El valor propiciatorio del sacrificio reparó el mal de culpa; el valor satisfactorio, el de pena. Así quedó terminada la obra de la muerte de Cristo en su fase primera, lo que constituye la obra del Redentor. Lo que ahora falta es la aplicación a cada hombre, que cada hombre ha de aceptar; esto es la obra de los redimidos.
El “reato de culpa”, si llegamos al más allá con él a cuestas, nos impedirá entrar directamente en el cielo. Y no porque el Señor o los ángeles que iconográficamente custodian el cielo, nos cierren el paso, sino porque seremos nosotros mismos, los que a la escasa vista que podamos vislumbrar, de lo que es la grandeza, la gloria y el rostro de Dios, nos consideraremos indignos de ver el rostro de Dios, hasta que no hayamos sido totalmente purificados. Es la parábola de los convidados a la cena del rey: “Después dijo a sus siervos: El banquete esta dispuesto, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a las salidas de los caminos, y a cuantos encontréis llamadlos a las bodas. Salieron a los caminos los siervos y reunieron s cuantos encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas quedo llena de convidados. Entrando el rey para ver a los que estaban a la mesa, vio allí a un hombre que no llevaba traje de boda, y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda? El enmudeció. Entonces el rey dijo a sus ministros: Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”. (Mt 22,8-14).
Pero dejemos, aparte complejas cuestiones teológicas, porque más ayuda a desear el amor de Dios, la sencillez y la entrega, porque al Señor no se le conquista con la mente sino con el corazón. Aunque de todas formas, tan poco es malo que tengamos unos someros conocimientos de la tendencia pecadora de nuestra alma. Y siguiendo el consejo de San Pablo: “Andemos decentemente y como de día, no viviendo en comilonas y borracheras, no en amancebamiento y libertinaje, no en querellas y envidias antes vestíos del Señor Jesucristo, y no os deis a la carne para satisfacer sus concupiscencias”. (Rm 13,13-14).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
¡Saludos en Cristo Jesús!
ResponderEliminarGracias por haber escrito sobre este tema. Generalmente no escuchamos mucho al respecto, y nos puede brindar numerosas bendiciones (en el cielo y en la tierra)
¡Dios te bendiga!